miércoles, 30 de mayo de 2018

Cine: La casa torcida de Gilles Paquet-Brenner (2017)


Qué rabia me da no acertar con una película. Aunque en esta ya iba sobre aviso. Las críticas no habían sido nada buenas. Aun así decidí ir porque me gustaban los actores y porque está basada en una novela de Agatha Christie que no conocía. Eso sí, el final sorprende. 

El esquema de la película, y supongo que también el de la novela que no he leído, es simple. Una gran mansión, un asesinato y varios familiares con motivos suficientes para asesinar y también para no hacerlo. 

Creo que el problema está en la dirección de actores. Están todos bastante, bastante sobreactuados. Y concretamente la pareja joven, la nieta y su amigo detective, pasa directamente del susurro al grito, sin que sea necesario. La narración se hace pesada y respecto a la intriga poco hay que decir. 




La joven heredera adoraba a su abuelo que resulta asesinado. La segunda esposa del abuelo octogenario es una explosiva bailarina de Las Vegas que está enamorada del tutor de su nietastra adolescente. La cuñada del abuelo se encarga de que todo en la casa vaya bien. El hijo mayor del abuelo, un ludópata incorregible, está casado con una actriz alcoholizada y el hijo pequeño le tira los tejos a la segunda esposa de su padre, la explosiva bailarina, mientras su propia esposa ejerce la virtud de la paciencia porque no tiene adonde ir. El nieto mediano está resentido con el abuelo, ya no recuerdo porqué y la nieta pequeña está resentida con el abuelo porque no la dejó ser bailarina y paga su frustración maltratando a la niñera. El último personaje es el detective amigo enamorado de la nieta, joven heredera, que se desgañita a la más mínima ocasión.

La casa

Creo que no me he dejado ningún personaje. Bueno sí, el más importante. La casa. La imponente casa, escenario del crimen, que parece tener vida propia y que es lo único que salvaría de la película. Al final, sorpresa.


Dirección: Gilles Paquet-Brenner
Guion: Julian Fellowes sobre novela de Agatha Christie
Música: Hugo de Chaire
Fotografía: Sebastián Winters
Y un reparto de lujo








sábado, 26 de mayo de 2018

Novela: L'homme à l'envers de Fred Vargas (1999)

La autora.-
Escritora de novela policíaca, arqueozoóloga e historiadora; también es destacada ecologista. Tiene dos series policíacas principales; una de ellas protagonizada por el comisario Adamsberg y la otra por los tres evangelistas, historiadores y arqueólogos que se dedican a desvelar misterios. No he leído ninguna de estos últimos y me encantaría. También escribe ensayos de su especialidad profesional con su verdadero nombre, aunque ninguno de ellos ha sido publicado aquí: Frédérique Audoin-Rouzeau. Sus novelas también han sido adaptadas al cine. 


Serie del comisario Adamsberg: El hombre de los círculos azules, Huye rápido vete lejos, El ejército furioso y Tiempos de hielo.
Serie de los tres evangelistas: Que se levanten los muertos, Sin hogar ni lugar.


Escribí este post en 2016 y dije que leería una novela de los tres evangelistas. Todavía no he podido. Me falta tiempo. Fred Vargas es la nueva Princesa de Asturias de las letras 2018

Enhorabuena  


Mi opinión.-
Le loup-garou. El hombre-lobo es el hombre del revés porque tiene la piel hacia dentro. Abundan las tradiciones y leyendas sobre hombres-lobo en casi todos los países. Desde los hombres-lobo sanguinolentos de serie B hasta los emparentados o enfrentados a los vampiros en sagas para adolescentes, y como no, Lobezno, el magnífico y guapísimo Hugh Jackman, que en realidad sólo tiene de Lobezno el nombre. No me atraía la novela de Fred Vargas por esto, sino porque creí que estaba ambientada en el Pirineo francés. Al final resultó que no era así. La única relación con el Pirineo francés es que Adamsberg, el comisario protagonista de la serie (que en esta novela sale muy poco), es originario de allí, pero eso no tiene ninguna trascendencia en la trama. 

Se trata de la segunda novela dedicada a este comisario y desde mi punto de vista no está muy bien resuelta. Parece que la autora ha querido abarcar demasiado y después en las últimas páginas ha tenido que solucionar el misterio, recurriendo a hechos que ni siquiera habían sido insinuados mínimamente durante todo el libro. A mí, por lo menos, se me han escapado.

Son preciosos; injustamente perseguidos

Casi se puede decir que hay dos novelas. En primer lugar, la protagonizada por Lawrence el canadiense, estudioso del comportamiento de los osos Grizzlies, que se ha instalado en una zona rural de Francia, en el sudoeste frontera con Italia, cerca del Parque Nacional de Mercantour, para analizar a los lobos y que retrasa su regreso a Canadá porque se ha enamorado de Camille. La autora describe con todo detalle el paisaje y el asfixiante verano también. Lawrence está tan implicado con los lobos que actúa como si fuera uno más de la manada; atento a cualquier cambio en el paisaje. Huellas, briznas de hierba o pequeñas ramas y guijarros de la montaña, le sirven de pistas para localizar a los lobos, y muestra una compasión por el lobo viejo que ningún científico debería tener. Es un hombre silencioso, que se expresa con parquedad al hablar, haciéndose entender con medias palabras, muecas y signos. Pero una vez que este personaje está definido, la autora lo abandona sin más y se ciñe al trío formado por Camille, la novia de Lawrence y (casualmente) exnovia de Adamsberg, le Veilleux, el viejo pastor sabio y depositario de los saberes tradicionales y Soliman, el hijo adoptivo de una de las víctimas. Estos tres personajes se embarcan en una road-movie persiguiendo al hombre-lobo, pero de manera que todo resulta un poco artificial.

Parque Nacional de Mercantour

Como también es artificial la forma en que Adamsberg se hace cargo del caso hasta llegar a resolverlo. Aunque la novela, en general no me ha gustado, sí que tiene momentos de intensidad reveladores sobre el comportamiento humano. Por ejemplo, cómo recurrimos a los viejos mitos ante lo que momentáneamente nos resulta inexplicable, sean malignos hombres-lobo, vampiros o brujas, o sea la naturaleza como fuerza poderosa, incognoscible e incontrolable; para que al final, Adamsberg nos descubra corrientes venganzas familiares, ocultas durante años, por acontecimientos iniciados por las pasiones habituales: el amor, los celos o la envidia. Así, Lawrence dirá que cuando algo está fuera de lo común, la gente tendrá miedo y se sentirá perdida y se volverán contra los marginados y los quemarán.

Jean-Hugues Anglade como Adamsberg
Por lo demás, la novela también incide en la historia de amor intermitente durante toda la serie de Adamsberg y Camille. Aunque aparentemente no queda nada de la vieja relación entre ellos, se intuye que no pueden vivir uno sin otra. Camille supone un vórtice de atracción que Adamsberg no puede controlar. Es compositora y a veces también fontanera; es una descreída del romanticismo, opina que el amor te da alas para cortarte las piernas. Se ha instalado en un pequeño pueblo para escapar de algo;  quizá de ella misma o quizá de Adamsberg. 


Adamsberg ya aparece aquí como un hombre instintivo e imaginativo, compasivo pero firme, en cierta manera misterioso también. Es un hombre pensativo, tranquilo que necesita el murmullo de los otros alrededor para poder evadirse y pensar. Creo que el problema de esta novela es que es la segunda de la serie y que la autora todavía tenía que adquirir una cierta madurez, que dada su trayectoria posterior no dudo que tenga. La próxima novela que lea será una de la serie de los evangelistas. 



L'homme à l'envers
Fred Vargas

Ed. J'ai lu

miércoles, 23 de mayo de 2018

Exposición: Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos.


Oswiecim, antiguamente se traducía en castellano como Osvecimia, es una pequeña ciudad de Polonia de unos 50.000 habitantes y muy cerca de la frontera con Alemania. Esta ciudad recibe muchas visitas de “turistas” pero sus ciudadanos se quejan de que apenas pasan tiempo en la ciudad (y que apenas dejan dinero) porque prefieren visitar las instalaciones que quedan del antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz, a unos 3 kilómetros. Los nazis llamaron así a la ciudad y a su campo de exterminio. Auschwitz.

Oswiecim, hoy

En realidad se trata de varios campos conectados y cada uno destinado a una función. Campos de trabajo y campos de exterminio. Allí fueron enviadas casi un millón y medio de personas, un 90% de ellas eran judíos de toda Europa, y fueron exterminadas cerca de un millón. La vida en un campo de trabajo conducía a la muerte y estaba pensada para que así fuera. Enfermedades, mala alimentación, trabajos duros y maltrato se encargaban de matar a los presos; incluso se calculaba la comida para que fuese lo suficientemente escasa.


Pero los campos de exterminio eran mucho más sofisticados y los jerarcas nazis competían para ser los más eficientes. En Auschwitz la gente era exterminada en cuanto bajaba del tren. Llegaban en tren de todas partes de Europa e incluso les hacían pagar el billete, billete de ida únicamente. Habían sido sacados de sus casas violentamente sin tiempo para despedirse de amigos o familiares, sin tiempo para decir adonde iban. Se les permitía llevar una pequeña maleta con lo indispensable: un poco de ropa, unos zapatos de repuesto y los tazones del desayuno.


Cuando iban hacinados en el tren trataban de escribir unas cartas de despedida que lanzaban desde los vagones confiando en que quien las encontrase podría avisar a sus familiares. Nunca tuvieron la seguridad de que esas cartas llegarían, pero algunas llegaron. Pueden verse en la exposición. Después de llegar al campo de exterminio, se les separaba en dos filas, hombres y niños mayores, mujeres, niñas y niños pequeños. Nunca se llevó un registro para dificultar la identificación de las víctimas lo más posible en caso de que los nazis perdiesen la guerra.


A las víctimas se las tranquilizaba para que no armasen escándalo y se les obligaba a desnudarse para darse una ducha. Duchas que, decían, eran para desparasitarles. Duchas que, en realidad, eran cámaras de gas, Zyclon B. Tardaban entre 3 y 15 minutos en morir y los que más resistían intentaban trepar entre los cadáveres del resto para respirar.

El niño fue muy cuidadoso al guardar el calcetín dentro de su zapato.




Después de muertos había que dar salida a los cadáveres, pero antes todavía podía encontrarse algo aprovechable. Monturas de gafas, dientes de oro, anillos. Se construyeron enormes hornos crematorios porque enterrar a los cadáveres era demasiado trabajoso. Hornos que fuesen sólidos porque iban a ser muy utilizados. Aunque todo estaba metódicamente pensado. Surgían problemas de última hora a los que había que dar solución. ¿Qué hacer con tantas cenizas? Un nazi encontró la solución. Se podían esparcir por las carreteras para que los coches no resbalasen. Problema resuelto.

Notas que los prisioneros tiraban desde los trenes para despedirse de amigos y familiares.
Uno de los directores del campo, aquel que estaba tan orgulloso de su eficiencia, fue Rudolf Höss. Desde 1940 a 1943, él y su familia vivieron en el campo y fueron felices; felices y eficientes máquinas de matar. Fue capturado y posteriormente juzgado en Nüremberg, condenado a muerte por ahorcamiento. En el juicio afirmó que en el campo se habían exterminado a unos dos millones y medio de judíos, por encargo directo de Hitler y siguiendo las directrices de la Solución final. Otros 500.000 murieron de hambre y enfermedades. Declaró también que sintió pena frecuentemente por las víctimas pero que debía cumplir una orden. James Owen en su libro Nüremberg. El mayor juicio de la historia, afirma que el testimonio de Höss fue de los más espeluznantes por el desapego y frialdad con la que relató ese horror. Fue ahorcado delante del crematorio de Auschwitz en 1947. Fue la última muerte en el campo.




























Prisioneras caminando desnudas hacia las duchas de gas. 
Alberto Errera fue un judío griego prisionero en Auschwitz y miembro del sonderkommando. Tomó de manera clandestina estas fotos y las escondió en el campo antes de que le asesinaran por intentar huir. Los sonderkommando eran prisioneros de los campos, judíos y no judíos, y se encargaban de trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios.

La exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos es muy emocionante. No es nada truculenta, a pesar del tema. Expone con dramatismo y mucho respeto lo que pasó allí y también cómo se llegó a esa situación. Cómo desde la prensa y desde la autoridad empezó a demonizarse a los judíos. A considerarlos como enfermedades sociales, como tumores que había que extirpar. Una vez que esta idea quedó sembrada en el cerebro y el corazón de la gente, el exterminio fue sencillo.

Tazones infantiles para el desayuno

Los vecinos de toda la vida, judíos, desaparecían sin dejar rastro y nadie quería preguntar por ellos. Se sabía que había campos de internamiento y que sus casas y sus puestos de trabajo eran ocupados por otros, pero no se le daba mucha importancia.

Guardias descansando y felices

La exposición se esmera en mostrar las instalaciones de los campos, pero también en los objetos personales de las víctimas. A pesar del interés de los nazis porque no quedase ni un recuerdo de las víctimas todavía se pudieron rescatar cosas. Lo poco que cabía en una maleta, zapatos, un talit de oración, botones, cepillos para el pelo, fragmentos de tazas de desayuno infantiles, un ajedrez tallado en madera por un prisionero del campo y el corazón de Auschwitz.

El corazón de Auschwitz es un libro en forma de corazón que realizaron 19 mujeres prisioneras para felicitar a una compañera por su cumpleaños, con mensajes en polaco, alemán, francés y hebreo. En medio de la barbarie y, a pesar de los intentos de los carceleros por reducir a los prisiones a la condición de animales, de virus o de enfermedades, quedó un poco de espacio para la esperanza, la solidaridad y el amor. 

Esta es la traducción de uno de los mensajes.


También habla de personas. De hombres judíos y de hombres nazis. Hay pocas menciones a mujeres. Habla de Salli Joseph, un sastre judío alemán que desapareció en Auschwitz. Como todo joven alemán fue movilizado durante la I Guerra Mundial y distinguido con la Cruz de Hierro por sus servicios. No fue suficiente y 20 años después sus antiguos compañeros de armas le mataron.


En Oswiecim, el nombre polaco de Auschwitz, también vivían judíos. Alfons Haberfeld era uno de ellos, no especialmente religioso. Un próspero empresario perfectamente integrado en la comunidad. Tenía una fábrica de vodka que exportaba por toda Europa. En 1939, junto con su esposa viajó a Nueva York por negocios, dejando a su hija con la abuela. Estas dos murieron en un campo de concentración y los Haberfeld nunca pudieron regresar a Oswiecim. Los nazis ocuparon su casa y la utilizaron como cuartel general.

El despacho de Haberfeld
Pocas referencias hay a los españoles que también murieron en los campos nazis. Únicamente, una fotografía de Ángel Sanz Briz. Diplomático nacido en Zaragoza en 1910, que durante la II Guerra Mundial desde la embajada española, salvó la vida a unos 5000 judíos húngaros. Les facilitó pasaporte y visados españoles. Al principio sólo a los de origen sefardí, al final a todos los que pudo. Fue reconocido por el Estado de Israel como Justo entre las naciones. También se puede ver en la exposición documentación relativa al bombardeo de Guernica.

Ángel Sanz Briz

También habla de los nazis. Jóvenes comprometidos con una causa en la que creían fervientemente. Jóvenes que se divertían después de matar y que ligaban con las SS-Helferinnen, mujeres guardianas de los campos de concentración. Jóvenes que probablemente habían crecido con juegos, inocentes juegos de niños, como este juego de mesa ¡Judíos fuera! de 1936. Un juego para toda la familia, en el que ganaba quien consiguiera expulsar a más judíos fuera de las murallas de una ciudad de cartón. Había fichas de policías y fichas de judíos odiosos, feos y caricaturescos. No fue una invención nazi, sino un negocio más de una compañía llamada Günther&Co. Es difícil llegar a comprender lo que ocurrió durante el nazismo, autores como Zygmunt Bauman lo han intentado. Su libro Modernidad y holocausto trata del tema. Aquí mi reseña, Modernidad y holocausto. Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, también abordó el holocausto y los posteriores juicios a los genocidas. 

 El juego de mesa ¡Judíos fuera! de 1936. Detalle de la ficha del judío.


Estos últimos días, en los que hay condenas de cantantes, de músicos y de otros artistas que, pretenden ejercer su libertad de expresión, insultando a los demás, deberíamos recordar que los nazis también ejercían su libertad de expresión diciendo y escribiendo barbaridades de otros seres humanos. Y que, como no se les paró a tiempo, de la brutalidad verbal pasaron al exterminio con la complicidad y el silencio de toda la sociedad.

Dibujo del crematorio 3. David Olère. Perteneció al sonderkommando y sobrevivió. 




La exposición puede verse en el Centro de Exposiciones Arte Canal. Paseo de la Castellana, 214. 
Hasta el 17 de junio de 2018



miércoles, 16 de mayo de 2018

Cine: Isla de perros de Wes Anderson (2018)


Isla de perros se ha filmado en stop-motion, es decir que se trata de fotografiar muñecos a los que, artesanalmente, se va dotando de movimiento. Así fotograma a fotograma se va componiendo la película. En este caso, más de 130.000 fotogramas y 1.000 marionetas. Segundo de Chomón y Georges Méliès también utilizaron la stop-motion aunque seguramente no la llamaban así. 

El director Wes Anderson ya había utilizado esta técnica en Fantástico Sr.Fox  que yo no he visto, todavía. Lo que más me llama la atención en este director es la puesta en escena tan simétrica y centrada respecto de la pantalla, apenas sin profundidad. Los personajes se situarían casi en un escenario teatral y el espectador asistiría a la función desde un punto de vista central.


Es una puesta en escena que puede parecer muy sencilla y que casi da la sensación de ser para una película infantil, pero el contenido, el argumento de la película desmiente totalmente esta apariencia. En Isla de perros asistimos al intento de aniquilación planificada de un grupo de seres vivientes, inocentes, acusados de padecer y propagar una enfermedad mortal.


Así, los que eran compañeros de vida de los seres humanos, los fieles perros, son confinados en una isla que antes se llamaba Basura y que, a partir de entonces, comienza a llamarse Isla de perros. ¿Por qué alguien haría algo así? El motivo es tan tan tan simple que puede parecer tonto. Pues porque prefiere a los gatos.


Como es lógico los perros se unen para sobrevivir y la salvación vendrá de parte de la juventud que todavía no ha sido contaminada por esa locura tan habitual en los adultos que les impulsa a aniquilar al que es diferente. La película tiene sus momentos de humor, por ejemplo, cuando un grupo de aterrados e indestructibles perros alfa votan constantemente para tomar una decisión y también su intensidad dramática, cuando creemos que el protagonista está muerto o cuando el científico que tiene la cura para los perros es asesinado. Hay espacio también para el romance y las voces susurrantes.


Y también tiene sus fallos. Especialmente, relegar a las perras y a las mujeres a ser simples comparsas de los perros y los hombres. A estas alturas esto ya es imperdonable. ¡Qué poco les interesa nuestra vida a los hombres!


A pesar de esto yo recomiendo la película. Visualmente es muy atractiva y resulta sorprendente; la banda sonora es lo suficientemente insistente para crear una atmósfera de peligro constante. Si es posible, hay que verla en versión original para disfrutar de la interpretación de Bryan Cranston, Edward Norton, Scarlett Johansson o Jeff Goldblum.



miércoles, 9 de mayo de 2018

Exposición de fotografía: Se va mi sombra, pero yo me quedo


Aprovechando que había una exposición de fotografía del siglo XIX, fui a visitar el Museo del Romanticismo, donde no había estado nunca. Me ha parecido precioso. Muy bien cuidado y con una colección excelente. Pero eso sí, imposible abarcarlo en una única visita.

La exposición se llama Se va mi sombra, pero yo me quedo. Ilusión y fotografía en el Romanticismo, título tomado de una poetisa de la época, Carolina Coronado. Las fotografías tratan de aportar vida al edificio y proponen al visitante asomarse a la intimidad del hogar de la alta burguesía madrileña de entonces. Son obras pertenecientes al mismo museo pero que, habitualmente, no están en exposición, por ser copias de la época muy delicadas. Una lástima que no se pueda ver toda la colección. Espero que se animen a hacer otras exposiciones temáticas sobre fotografía del siglo XIX, porque es una época apasionante.

Antonia Díaz de Bulnes vestida de dama de picas. Pedro Martínez de Hebert, 1861.

Parece imposible que se puedan conservar esas copias dignas de cualquier alquimista o de una bruja oculta en su cuarto oscuro. Los primeros procesos para fijar las imágenes fotográficas casi estaban más cerca de la magia que de la ciencia. Impregnar un papel con clara de huevo y sales de plata y que después se revelase una imagen sorprendería hoy tanto como en el siglo XIX.



Las familias se reunían para pasar veladas cultas.
Leyendo o simplemente mirando los álbumes de fotografías de países exóticos.

En algunas de las habitaciones se han instalado las fotografías de la exposición, pero no como copias enmarcadas. La mayoría de ellas están pensadas para ser disfrutadas con un visor especial que convierte dos imágenes en una imagen tridimensional. Son copias estereoscópicas realizadas en papel a la albúmina. Lo cual les da una sutileza especial. Que las sombras que aparecen en las fotografías vuelvan a habitar el edificio produce una sensación muy extraña, muy en línea con el romanticismo y su visión de la vida y la muerte, que también puede percibirse en los cuadros y en el resto de objetos del museo, incluidos los juguetes de los niños.





































La gallina ciega. Fotografía estereoscópica en papel albuminado. Anónimo, ca. 1860



















Cuando las visitas se iban, todavía quedaba tiempo para sosegarse un poco al calor del hogar.

Hay también otras fotografías diseñadas para ser vistas en un aparato llamado Megaletoscopio Privilegiato que también proporciona un efecto en tres dimensiones al estar retroiluminado. En este caso, el papel a la albúmina se pegaba sobre otros papeles más finos llamados tissues, pintados con acuarelas para dar color a la escena. En esta fotografía, además, hay pequeños orificios que permiten que la luz pase y que recrean la iluminación del teatro.




























Nápoles, Teatro de San Carlos. Anónimo, ca. 1875

En esta época el ocio comenzó a ser considerado muy importante. En parte porque, a pesar de que algunos de estos burgueses terminaron siendo ennoblecidos, sus comienzos habían estado en el mundo de los negocios y sabían lo que era trabajar y poder descansar, no como los nobles de cuna. Para los burgueses el teatro era su escenario perfecto. Allí donde podían exhibir su riqueza y su éxito. Paradójicamente, no se asistía al teatro para ver, sino para dejarse ver y sobre todo para dejarse envidiar. Los salones de baile, las habitaciones con juegos para adultos y niños, eran imprescindibles en sus palacetes y signo de triunfo y distinción. Muy interesando también por la literatura y el arte; vieron en la fotografía el mecanismo más adecuado para dejar constancia de su modo de vida. Las mujeres accedieron a una educación más cuidada, sobre todo artística. Pintaban, escribían poemas, pero de ninguna manera se consideraba que debía ser su modo de vida. Era una simple distracción.

Obrador de pintura. Anónimo, ca. 1860


Los burgueses se hacían tarjetas de visita con sus retratos, muchas veces, engalanados con disfraces para recordar sus grandes fiestas y bailes de máscaras. Y también se coleccionaban retratos de personajes importantes: políticos, reyes, reinas y, como no, cantantes y actrices. Un piano, en la casa, era imprescindible. Pero también podía encontrarse un arpa, como aquélla que encontró Bécquer.


Tanto el museo como la exposición temporal son muy recomendables y hay que darse prisa para verla porque termina el próximo 13 de mayo de 2018. De todas maneras, se ha editado un buen catálogo que puede conseguirse en la tienda del mismo Museo a un precio muy asequible. 


Museo del Romanticismo
C/ San Mateo, 13, Madrid.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Narrativa: Une Femme de Annie Ernaux (1988)


La autora.-
Se ha calificado su literatura de auto-socio-biografía. Partiendo de su propia vida y experiencias, la autora intenta explicar el mundo y sus contradicciones sin caer en la autoficción. Otras obras suyas: L’autre fille, L’occupation, La femme gelée, Mémoire de fille. 

Mi opinión.-
Termina este libro diciendo, He perdido el último vínculo con el mundo del que salí. Quizá eso sea lo más determinante en la muerte de los padres, especialmente, de la madre, que se termina de nacer. Que se corta definitivamente el cordón umbilical, sin posibilidad de restablecerlo.

Lillebonne hacia 1950, donde nació la autora
La autora define este libro como una narración a medio camino entre la literatura, la sociología y la historia. Y esto es lo que destacan los críticos de su literatura: su lenguaje accesible y popular y su interpretación sociológica de la vida corriente. Siempre utilizando la memoria individual como caja de resonancia donde podemos encontrar los ecos de la memoria colectiva. Ecos que a mí me resultan muy similares a la vida en España, unos veinte años después.


Una figurita parecida a esta, un deshollinador savoyano, es lo único que la madre se lleva a la residencia cuando empieza su demencia, porque da suerte

No por esto la escritura resulta fría. Al contrario, la emoción que produce está exenta de todo artificio y de cualquier tentación, por parte del autor, de caer en la manipulación emocional y en la lágrima fácil. En definitiva, lo que intenta Arnaux es poner de manifiesto que en los seres humanos confluyen determinaciones sociales, históricas, de clase y de género que nos hacen ser como somos. No es una determinación inexorable pero sí que es una influencia constante. 


Ernaux y su madre a la entrada del negocio. 1959

La narración comienza de manera muy similar a El extranjero de Albert Camus, pero, por supuesto, no tiene la negrura de ésta última. Constata los hechos con serenidad para después contar la vida de su madre y, por extensión, la vida de las mujeres de provincia, en la Francia de los años 1940 y 1950, con pocos recursos económicos pero con mucha fuerza y grandes deseos de vivir una vida mejor; una gran determinación para luchar contra la injusticia social, la guerra y la posguerra.

Annie Ernaux en Yvetot, donde se traslada con sus padres
Su madre era ese tipo de mujer fuerte, emprendedora y que tenía muy claro que su hija viviría mejor que ella. Decidió por ello tener solamente una hija, a la que daría todo lo mejor. La mejor educación, la mejor asistencia médica, la mejor ropa. Y también decidió que por ella se refinaría un poco, intentando ocultar su origen obrero. Así decidió, junto con su marido, abrir un negocio: una tienda-cafetería. Y después otro un poco más grande. Y también decidió cambiar de ciudad, de Lillebonne a Yvetot. Una mujer resuelta que consiguió lo que quería, mejorar un poco su situación para su familia y para ella.

Annecy donde se traslada a trabajar ya casada
Por eso, en el momento crítico de la adolescencia no entendía como su hija podía estar descontenta. Sin embargo, este enfrentamiento para la autora no era un enfrentamiento individual, de madre e hija, sino más bien un enfrentamiento de clase: la mujer adulta trabajadora que ha conseguido prosperar y la joven adolescente pequeñoburguesa que no tiene todavía lo suficiente. Una diferencia cultural más que de afecto.

Un ramo de Forsythia es el último regalo de Annie a su madre
Después de toda una vida de trabajo y de pequeñas satisfacciones, llega la demencia senil. Olvidarse de todo y de todos, incluso de ella misma y de sus más mínimas necesidades. Pero, a pesar de esto, todavía le queda el deseo de disfrutar de pequeños placeres, como tocar una tela y dejarse peinar, comer chocolate y pasteles con las manos, como los niños, sin miedo a ensuciarse. Así terminó la madre de Annie Ernaux. Este libro fue para la escritora una manera de despedirse de ella y de hacerla revivir brevemente. Resulta muy emocionante.




Une Femme
Annie Ernaux 

Gallimard