Santiago Gamboa estudió literatura en Bogotá y ha vivido en España y Francia. Trabajó como periodista y también ha sido embajador. Forma parte de un grupo de escritores colombianos que ha querido romper totalmente con el realismo mágico representado por Gabriel García Márquez.
Otras novelas suyas: Páginas de vuelta, Tragedia del hombre que amaba en los aeropuertos, Los impostores, Océanos de arena, diario de viajes sobre Próximo Oriente y El síndrome de Ulises, finalista de varios premios.
Esta novela ha sido adaptada al cine por Sergio Cabrera en 2005.
Sinopsis.-
En Bogotá, en los años 90, a orillas de un precioso lago, aparece el cadáver de un hombre que ha sido víctima de un empalamiento. Víctor Silanpa, periodista, será el encargado de investigar que ha ocurrido.
Mi opinión.-
Lo que más me ha sorprendido es esa ruptura de los jóvenes escritores colombianos con el realismo mágico. Yo lo he echado de menos. No se trata de que las novelas deban repetirse o repetir tópicos, pero, de alguna manera, si no incluyen algo de lo que es propio de un país, quedan como traducciones. Como si en cada país se hicieran versiones de los personajes de Raymond Chandler o Dashiell Hammett o Vázquez Montalbán. Todo un poco trillado y previsible.
Situada en Bogotá en los años 90, no menciona la guerrilla, las bandas callejeras, el narcotráfico o los sicarios. Parece, más bien, un grito del autor diciendo que también en Colombia son capaces de tener alta delincuencia de buenos modales. Delitos de filigrana financiero-inmobiliaria, de guante blanco. Ropa cara, vinos exquisitos, balnearios y viajes a París, Nueva York, Londres o Miami, cuando hay que renovar vestuario. Es una novela que retrata ese ambiente neoliberal, de triunfo fácil y pelotazo, que no parece exclusivo de España. Corrupción es el nombre clave; corrupción y de apellido, inmobiliaria. Política y políticos al servicio del enriquecimiento de una casta cutre de viejos y nuevos ricos.
Para mí, ese deseo de desprenderse de tópicos colombianos, hace que la novela pierda personalidad. Los personajes y las situaciones quedan un poco estereotipados: Silanpa, el perdedor romántico y sus dudas existenciales, que comparte con una muñeca de la que no se separa (y cuyo simbolismo no entiendo); Emir Estupiñán, el “fiel escudero”, realista y apegado a la tierra. Susan Caviedes, la elegante mujer fatal, “chica del gánster” y sobre todo, el personaje que más me ha sorprendido, Aristófanes Moya. Es un policía gordo que, en lugar de dedicarse a investigar el crimen, escribe sobre su vida. Escribe un discurso de presentación para una asociación de bulímicos arrepentidos. Aristófanes Moya, es la muestra palpable de una policía inoperante, que termina sintonizando sin ningún problema con los nuevos corruptos. Pero que a mí me ha parecido un personaje superfluo y esperpéntico.
Víctor Silanpa es periodista. A veces chantajea a maridos infieles amenazándoles con enseñar fotografías comprometidas a sus esposas, y en sus ratos libres, si le queda alguno, se dedica a hacer el trabajo de la policía. Es el idealista perdedor, que confiesa a lo largo de la novela, que no le importa perder; es una cuestión, de entrenamiento y método, que él domina. El autor también nos presenta su caótica vida sentimental. Engañado por su novia se consuela con una puta adolescente o casi; sufre con sus hemorroides y su fragilidad. Silanpa, es un hombre corriente que desempeña un oficio. No es un héroe trágico ni tampoco tiene un gran conocimiento de la vida; no está desilusionado ni perdido. Sólo es un hombre corriente. Perdedor.
De la otra parte, los delincuentes triunfadores. El concejal de urbanismo, Esquilache, emparentado con grandes empresarios, como Vargas Vicuña. Y junto a la delincuencia de “alto standing” también están los barrios bajos, los bares de mala muerte, las putas jóvenes e inocentes.
¿De dónde surge la corrupción? Edwin Sutherland, sociólogo especialista en criminología, afirma que las personas aprenden a ser delincuentes. Hacen un cálculo racional de los beneficios que les reportará incumplir las leyes. Pero no me parece suficiente explicación; Sutherland no tiene en cuenta que, habiendo vivido en el mismo contexto social, hay unos que eligen delinquir y otros que no. Es posible que haya que incorporar también el sentimiento de frustración del corrupto: puede pensar que merece más y que no ha tenido oportunidades para conseguirlo. Es propio de sociedades con fuertes mecanismos de cierre social, que impiden la mejora y desarrollo de todos sus ciudadanos que los más espabilados o los más frustrados, busquen un agujerito (legal o no) por donde colarse: prebendas, brevas, sinecuras, canonjías, beneficios, provechos, enchufes.
Corromper, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es pudrir antes que sobornar. Y ese es el efecto más demoledor que tiene la corrupción: sembrar la desconfianza, deshacer los vínculos sociales, pudrirlos hasta que lleguen a oler mal.
Esta es la última novela que hemos comentado en el taller de lectura sobre novela negra al que asistí el año pasado. Este año está dedicado a Escritores españoles que hablan de España.
Perder es cuestión de método
Santiago Gamboa
Ed. Seix Barral
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