jueves, 26 de febrero de 2015

Cine: La fiera de mi niña de Howard Hawks (1938)

La fiera de mi niña es una de las comedias que hicieron juntos Cary Grant y Katharine Hepburn. Otra fue Historias de Filadelfia que también volví a ver recientemente. Las dos encajan perfectamente en el género de comedia screwball, en castellano comedia de enredo.

Son muy similares. Yo prefiero sin duda La fiera de mi niña. Es más fresca, más alocada y no tiene esa dosis de moralina que puede verse en Historias de Filadelfia.

Susan y David de cacería
Fue rodada en 1938. Una comedia elegante y sofisticada. Con una excéntrica heredera, Katharine Hepburn, que desquiciaría a cualquiera si no fuese por su encanto. Esta comedia no tuvo mucho éxito en su momento; los personajes eran demasiado locos y tampoco era tiempo de ver cómo se divertía la clase alta americana. Además supongo que no sería fácil para el público seguir su sentido del humor. Sobre todo el contraste entre la acción y el diálogo; la aparente seriedad de las escenas, junto a diálogos absurdos y surrealistas. El director Howard Hawks se esforzaba en poner a los actores en aprietos, de los que salían con mayor o menor soltura. 

Es una película romántica, en la que lo que está menos presente es el romanticismo. Es, sin duda alguna, una cacería. Susan, joven y bella heredera inconsciente y encantadora, intenta dar caza a David Huxley, joven y guapo paleontólogo no muy dotado para la vida social. En su estrategia para conseguir al joven David, Susan tendrá como ayudante a Baby un manso leopardo, recién llegado de Brasil, a George, el perro de su tía y un pequeño problema con la clavícula de un brontosauro. En los rifirrafes propios de esta cacería, Susan demuestra un fuerte carácter y una capacidad inusual para derrotar dialécticamente a cualquiera que se le ponga delante; David, en ese terreno tendrá la batalla perdida. Es un hombre muy inteligente, muy serio y poco dado a las excentricidades, pero Susan es un torbellino. Es la guerra de sexos, al menos como se interpretaba en los años 30-40 del siglo pasado. Parece mentira que la película tenga más de 70 años. En 1972, Peter Bogdanovich rodó ¿Qué me pasa doctor? reconociendo que se había inspirado en La fiera de mi niña. A mí ésta última me sigue pareciendo mucho más fresca.

Katharine Hepburn tenía mucho interés en esta película. Ya era una actriz consagrada pero todavía no había hecho comedia. No fue una mala elección porque aporta a la película elegancia y un punto de locura inigualables. Pero la comicidad también se consigue por el ritmo vertiginoso con el que se encadenan las escenas o la rapidez de los diálogos entre los actores. En fin, David y Susan desgarrándose la ropa sin que haya nada de erotismo; los dos cantándole al leopardo Todo te lo puedo dar menos el amor, baby; el accidente con el camión de las gallinas y Baby relamiéndose. Quizá también haya influido en el encanto que mantiene la película que los guionistas se enamorasen durante el rodaje.



Director: Howard Hawks
Intérpretes: Cary Grant, Katharine Hepburn, May Robson y Charles Ruggles.
Guión: Dudley Nichols y Hagar Wilde

jueves, 19 de febrero de 2015

Cine: Siempre Alice de Glatzer y Westmoreland (2014)

Alice Howland (Julianne Moore) es una atractiva mujer de 50 años. Profesora e investigadora en neurolingüística en una universidad de Estados Unidos. Está casada con un médico prestigioso (Alec Baldwin) y tienen tres hijos ya mayores. Alice empieza a tener olvidos y ausencias que no le parecen normales. Va al médico y le diagnostican Alzheimer precoz. Su vida ya no le pertenece y poco a poco y sin que pueda hacer nada se irá disolviendo, como su cerebro. 


Es especialmente dramático para Alice que siempre ha tenido en gran consideración su vida intelectual. Antes de que lo inevitable suceda ella idea toda una serie de estrategias para seguir teniendo control sobre su vida: pequeñas notas como recordatorios en su teléfono móvil, una carpeta con instrucciones en el ordenador, pero llegado el momento nada de eso puede suplir su memoria y su intelecto. 

Todo lo que somos, todo lo que sentimos, todo lo que queremos está en nuestro cerebro. Nuestra alma es nuestro cerebro y si se disuelve se disuelve nuestra vida. No queda nada. Resulta aterrador. Es algo que me impresiona mucho. Recuerdo que a una de mis abuelas le pasó. Olvidar todo lo que eres y todo lo que has vivido. No creo que exista una tortura mayor que darte cuenta de que estás olvidando. Julianne Moore lo expresa todo con los ojos, hasta el vacío de irse olvidando de sí misma.


Esta imagen es perfecta para explicar lo que hace la enfermedad con tu cerebro. Fragmentarlo, de manera que no pueda establecer conexiones y se pierdan los recuerdos, la memoria y la razón, la capacidad de amar y el alma. En esa mirada vacía y perdida queda todo lo que no es un ser humano. 

La película es bastante convencional pero no es lacrimógena. Su emoción está precisamente en eso, en ser reflejo de la realidad ante una enfermedad que nadie esperaba. Además de que es una enfermedad prematura también es hereditaria y esto les sirve a los directores para incorporar a los tres hijos de Alice, para poder estudiar las reacciones de tres personas de menos de 30 años ante la posibilidad de padecer en el futuro esta enfermedad. Sin embargo, los directores no profundizan por ahí. Sólo es relevante en la película la relación que Alice mantiene con su hija pequeña, Lydia (Kristen Stewart que ha recibido muy buenas críticas por este papel). Lydia es la hija díscola que está buscando su sitio en la vida y en cierta manera ocuparse de su madre y ver su deterioro paulatino la hará situarse, aunque no comprenda ni acepte lo que está pasando. Sobre todo, contrasta su actitud tan madura y responsable con la frialdad con la que la hija mayor, que siempre había sido considerada la hija modelo, se inhibe de todo compromiso con respecto a su madre.

Aunque los directores no han querido definir más estas relaciones familiares sí que queda suficientemente claro cómo la enfermedad de una persona afecta (y agota) a todos sus familiares. Trastoca planes y expectativas; retrasa decisiones; provoca cambios de ciudad, de profesión, de domicilio. Un desbarajuste hasta que las cosas vuelven a encajar. Todo eso cuenta la película con mucha elegancia y mucho dolor. Espero que Julianne Moore se lleve por fin el Oscar.

A mí me ha producido terror pensar en la posibilidad de perder la identidad de esa manera. En una escena Lydia le dice a su madre que vivirá muchos años y Alice no le contesta. No sé qué sentido puede tener vivir muchos años si ya no eres tu mismo; si se han perdido la identidad y los recuerdos que nos hacen posible revivir las cosas.










Guion y Dirección: Richard Glatzer y Wash Westmoreland
Música: Ilan Eshkeri
Fotografía: Denis Lenoir 


jueves, 12 de febrero de 2015

Novela: La Torre Vigía de Ana María Matute (1971)

La autora.-
Ana María Matute ha muerto recientemente. Era miembro de la Real Academia Española y también Premio Cervantes, Premio Nadal, Premio Planeta y candidata al Premio Nobel. Una autora respetada por todos, sin embargo durante unos años no pudo escribir debido a una enfermedad. Su reencuentro con la literatura se produjo con Olvidado Rey Gudú (la segunda sobre la Edad Media). Otras obras suyas son: Pequeño teatro, Paraíso inhabitado, Los soldados lloran de noche y Aranmanoth, la novela que cierra su trilogía sobre la Edad media. 

Sinopsis.-
De la infancia a la adolescencia, el protagonista relata sus vivencias, lo que no comprende, lo que le fascina y lo que le asusta.

Mi opinión.-
La torre vigía, es la primera novela que forma la trilogía sobre la Edad Media escribió la autora. Se trata de una Edad Media mística, alejada de una narración histórica y también de las aventuras con dragones, elfos y hadas; sin embargo, sí que hay un ambiente de misterio, de poderosas fuerzas naturales invisibles que rigen los destinos humanos y que se manifiestan periódicamente. El conflicto entre la luz y las tinieblas, el castigo divino y la brutalidad humana, lo desconocido y lo inexplicable están siempre presentes y el protagonista parece destinado a desvelarlos.

Es significativo que nunca se diga su nombre y que el resto de los personajes tampoco le llamen con él. En general, hablan poco, se tratan poco y eso nos da una imagen de la rudeza de la vida allí. Él es un joven abandonado por todos; el último hijo, engendrado ya en la vejez, de un antiguo caballero perteneciente a la nobleza más baja. Su madre le ha dejado para irse a vivir a un convento y sus tres hermanos mayores le odian y le injurian a la menor oportunidad, aunque sin motivo aparente. Como no tiene fortuna su padre le envía al castillo de su señor para que sea instruido como escudero. 

Aunque el libro no sigue una línea narrativa usual, es la historia contada en primera persona de este muchacho, desde los 6 años, cuando empieza a tener conciencia, a los 15 en que es armado caballero. Su lucha por la supervivencia, sus aprendizajes y el íntimo reconocimiento de tener una especial sensibilidad y un destino excepcional. Y también trata especialmente de cómo aceptamos la jerarquía, el orden y la disciplina, sin reflexionar sobre ello, adaptándonos para sobrevivir. 

Para recrear ese mundo, la autora utiliza un lenguaje muy recargado. En ocasiones parece que “pinta” en lugar de escribir, por el detalle y la fuerza con los que describe colores, olores y sensaciones. El viento o los vientos durante toda la narración tienen presencia visual para el protagonista (“Entonces vi el viento”, “El viento inmóvil que yo distinguí claramente”), el fuego, el rio y los olores son coordenadas para situar a los personajes en ausencia del tiempo y del espacio.

El niño vive en el castillo de su señor y su estancia allí parece un ascenso puesto que su señor le tiene en gran estima y se ocupa personalmente de su formación, pero también supone para el protagonista el reencuentro con la decadencia y la decrepitud que ya había vivido en casa de su padre. Viejos caballeros y soldados vencidos por el paso del tiempo, borrachos y faltos de toda esperanza.

Es una novela de lectura difícil a veces, barroca y recargada, con mucho cuerpo; con descripciones muy poéticas y elegantes. Y sobre todo resulta interesante por abordar la “novela de caballería” por parte de una escritora del siglo XX. Voy a continuar con el segundo de la trilogía. 



La Torre Vigía 
Ana María Matute

Ed. Destino Booket

jueves, 5 de febrero de 2015

Cine: El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder (1950)

El jardín de la mansión de Norma Desmond es el retrato de su decadencia. Norma Desmond es un antigua estrella del cine mudo, recluida en su fabulosa casa, rodeada de recuerdos y visionando constantemente las películas que la llevaron al Olimpo. Su sonrisa grotesca y sus poses exageradas, son máscaras que recuerdan los primeros planos de las películas mudas. Todo en ella es excesivo, hasta su manera de fumar con un artilugio exquisito para no tocar el cigarrillo con las manos. La excentricidad culmina organizando un funeral para su mono. Aun con todo, no resulta estridente o desagradable. Al contrario, la interpretación de Gloria Swanson provoca ternura.

Es también la película de un gran amor. El amor de Max, el mayordomo, por Norma ha sido capaz de sobrevivir a todo. Él fue en otro tiempo el gran director de cine encargado de las mejores películas de Norma y también su primer marido. Ahora se conforma con ser el mayordomo y el ángel guardián que la protege de sus constantes tentativas de suicidio. Un gran amor, sin duda. 

En esa casa irrumpe Joe Gillis. Un buen escritor sin éxito, perseguido por sus acreedores. Sin casa y a punto de que le embarguen el coche, su única propiedad. Treinta y tantos años, guapo, culto y con clase. Norma le “contrata” para que revise un guion que ha estado escribiendo durante años y que pretende convertir en película. El contrato irremediablemente incluirá el amor, por lo menos por parte de ella. Joe trata de mantener su dignidad y de no prostituirse, pero a regañadientes acepta los lujosos regalos, los trajes a medida, la influencia y el estatus que le facilita Norma. Pero es que Norma Desmond es muy atractiva, divertida y fascinante.

Tiene alrededor de 50 años y se nota el paso de la edad, aunque mantiene su belleza de otros tiempos. Para su vuelta al cine empieza a prepararse: adelgaza y se somete a tratamientos de belleza, más o menos agresivos. Se nos critica a las mujeres estar obsesionadas con la edad y en querer mantener a toda costa la juventud. Yo no tengo problemas con decir mi edad (52), pero entiendo que otras mujeres no quieran hacerlo porque puede ser perjudicial para nosotras. Curiosamente el verbo que se utiliza para preguntar por la edad es confesar: fulanita confiesa su edad o fulanita no confiesa su edad. Como si la edad, en las mujeres, fuese un pecado o un delito.

Evidentemente no es un pecado. Pero sí que, en determinados ambientes o sobre todo ahora, a la hora de buscar trabajo, nos perjudica “confesar” nuestra edad. “Pensábamos en alguien más joven”, es una respuesta habitual de los reclutadores de ETT. Los hombres no sufren esa presión con la edad. Frecuentemente veo, en la televisión o en la calle, hombres más jóvenes que yo y que tienen un aspecto físico ruinoso, sin embargo no se les juzga por él. Canas amarillentas, barrigas cerveceras y pelos en las orejas y en la nariz. 

Pero volviendo a la película, también es una mirada ácida a la industria del cine. A veces convertida en una picadora de carne. Un monstruo insaciable devorando tiernas criaturas o convirtiéndolas en ácidos despojos de sí mismas. En el caso de Norma, la vida la ha tratado bien, pero no es consciente de que su momento ha pasado. Ha estado demasiado tiempo sin cultivar, como su jardín. La genialidad de Billy Wilder consigue que Norma vuelva a brillar en su última escena, dirigida por su fiel Max.

“Soy grande; las que se han quedado pequeñas son las películas”. Así se define Norma Desmond. 


Director: Billy Wilder
Intérpretes: Gloria Swanson, William Holden y Erich von Stroheim
Música: Franz Waxman
Fotografía: John F. Seitz