Horacio Castellanos Moya nació en Tegucigalpa (Honduras) pero creció y vivió en El Salvador hasta que comenzó la universidad. Se le considera un representante del segundo boom de la literatura latinoamericana y también ha ejercido como periodista. En su carrera literaria ha centrado sus esfuerzos en criticar la vida política y social salvadoreña, con especial relevancia hacia la violencia y la corrupción que soporta la ciudadanía, hasta el punto de recibir amenazas y de tener que residir fuera del país durante largas temporadas. Otras obras suyas: El asco, Cuadernos de Tokio, Cuadernos de Iowa.
En San Salvador se produce el asesinato de una mujer de la alta sociedad y Castellanos lo utiliza para diseccionar a una clase social, haciéndolo desde dentro. Elige como diseccionadora a Laura, una amiga de la asesinada que resulta ser una pija esperpéntica, además de clasista, racista, fascista, frívola, caprichosa, delirante, maledicente y verborreica. Puedes tomarla como una representante paródica y vomitiva de esa clase social porque el personaje, tal y como se presenta, no te lo puedes o no te lo debes creer. No sé.
La novela es un largo monólogo de Laura o mejor dicho un diálogo con alguien, no sé si imaginario o, en cualquier caso, con alguien a quien el lector nunca conoce. Y en ese largo monólogo, en un estilo muy directo, Laura pone patas arriba el mundo de Olga María, la asesinada. Aparentemente era un dechado de virtudes. Buena hija, buena esposa, buena madre y buena amiga, pero, en la realidad, era inquieta sexualmente, posaba desnuda y coleccionaba amantes bastante incapaces. Eso sí, todo sin levantar escándalo.
Así que para Laura Rivero, esta mujer de derechas defensora de la pena de muerte, que se hubiese entendido perfectamente con Carmen Sotillos, la protagonista de Cinco horas con Mario ya que considera que los jesuitas adoctrinaban a los niños y los convertían en comunistas y en terroristas extremistas, no existe más obligación que hacerse cargo de la investigación por el asesinato de su amiga; de esta manera, evitará que un policía “mugroso”, apellidado Handal de orígenes oscuros y de la clase baja, “coludido con los comunistas” (pg. 61), hurgue en sus intimidades de clase alta. Una investigadora que no puede ser otra cosa que ridícula (no olvidemos que, hasta entonces, la máxima preocupación de Laura había sido elegir el color de su coche, un BMW blanco “porque combina con todo” (pg. 39); una investigadora que será una mala caricatura del cowboy solitario estadounidense, envuelta en un culebrón inquietante y que va acelerándose conforme se desarrolla la novela.
No sé cuál de las dos, Laura u Olga María, puede ser considerada la diabla y cuál el espejo. No sabría decirlo. Quizá Laura sea ese espejo que nos devuelve la verdadera imagen de Olga María, la diabla obsesa sexual; pero quizá sea al revés, porque ciertamente Laura se muestra implacable destripando la vida de su amiga muerta y de paso también de la sociedad salvadoreña sazonada por casos de corrupción y conexiones turbias entre la política y la economía que tanto resuenan en nuestras cabezas.
Además, desde un punto de vista feminista, me preguntaría ¿por qué el autor ha elegido para criticar a esta clase social a una mujer que, al fin y al cabo, ha sido educada para no ser ni siquiera protagonista de su vida y mucho menos de corruptelas y conchabamientos? Me quedo sin respuesta. Pero para ser justa, tengo que decir también que el retrato que hace el autor de los hombres tampoco es muy halagador. Hombres débiles que eligen la codicia para paliar sus otras deficiencias principalmente emocionales. Hombres sujetos a sus bajas pasiones que se atipujan de coca y, por ello, quedan abocados a la incompetencia y frustración sexuales. Hombres infantiloides que toman sus negocios como juegos donde destacar y que acaban siendo protagonistas de su ruina y de la de sus familias. Hombres, en definitiva, de la muy popular cultura del pelotazo.
Recomiendo esta novela por esperpéntica aunque, a veces, ese monólogo delirante es difícil de seguir. Sin embargo, una editorial como Random House debería esmerarse más en controlar el corrector ortográfico para evitar errores como “subcomisio nado” (62), “decir me” (84), “estar me”, “deja me” (135) que se repiten por todo el texto, a no ser que, vete tú a saber, sea una licencia del autor. Recomendable.
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