Desayuno con diamantes se basa muy libremente en Breakfast
in Tiffany’s de Truman Capote. Si no recuerdo mal el relato de Capote tenía
matices importantes de sordidez. Dejando aparte las comparaciones, la película
es una comedia romántica deliciosa. Supongo que son los productores los que
aplican este tipo de censura tan sutil que impone a los directores los finales
felices. De todas maneras, algunos de ellos consiguen esquivar esa censura con
muchísima elegancia. Así pasa en esta película: Holly Golightly (Audrey
Hepburn) mantiene relaciones con hombres ricos. Son su fuente de ingresos pero abiertamente nunca se dice qué es lo que ella da a cambio.
El caso es que la manera de vivir americana, el famoso
American way of life, se basa, aunque nadie lo diga abiertamente, en la
exclusión de la mayoría de la población. Sí que es cierto que para su mitología
nacional esa exclusión (que viene de serie) puede evitarse aprovechando las supuestas
oportunidades que la vida nos brinda. Otra cosa sería evaluar sí existe en realidad
esa igualdad de oportunidades.
Así que esta es la historia de gente joven buscándose la
vida. Chico y chica que se encuentran, exclusión y búsqueda de oportunidades
vitales, con desarrollo y finales
diferentes entre la película y el relato. En la película todo es amor, glamour,
diversión, tristeza de la que te ayuda a crecer y algún problemilla que se
soluciona rápidamente. Para el relato queda la desesperanza, la sordidez, el
fracaso y la separación.
Holly Golightly no es su nombre real, pero es el que ha elegido
para vivir su nueva vida en Nueva York. Antes vivía en una granja perdida de un
pueblo perdido de un estado perdido en el centro de los Estados Unidos. Estaba casada
con un hombre viudo y sus hijastros tenían casi su misma edad.
Cuando se encuentra con Paul, su nuevo vecino, está en un
momento crucial. Ha estado viviendo del dinero de los hombres y es consciente
que alguna vez ese tipo de vida se acabará; a partir de ahora debe aprovechar cualquier ocasión para hacer una buena boda. Paul Varjak (George Peppard) es un escritor que también está
buscándose la vida y necesita un empujón. Empujón que pueden darle sus
relaciones con mujeres mayores, también a cambio de dinero. Esta vez el director, Blake Edwards, sí que es
explícito.
Pero en esta carrera de obstáculos para conseguir una vida
mejor, Paul y Holly chocan con la realidad. Se enamoran y el amor tira por
tierra todos sus planes. En ese ambiente de comedia romántica, con sus
enfrentamientos y riñas y con sus reconciliaciones y sobre todo con un final
feliz, todo lo anterior es sustituido por el amor. Con mucha elegancia; pero también para el que sepa leer entre
líneas, con mucha acidez y mordacidad.
Sin embargo, hasta una cierta ñoñería es perdonable sólo por ver a
Audrey Hepburn. Luce espectacularmente el vestuario de Givenchy, las pamelas,
los guantes y el rojo de labios; aunque destroce (literalmente) la canción
emblemática de la película, MoonRiver de Henry Mancini, todo lo hace con una
inmensa ternura.
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