No me ha gustado la película. Sólo salvaría la banda sonora y a Hugh Bonneville. George Clooney es el director, protagonista, coguionista, productor. Parece que ha querido abarcar demasiado y esta vez no le ha salido bien. Es una película que se ha quedado a medio camino de todo; podría ser una comedia, pero le falta ritmo; para alegato sobre los valores fundamentales del ser humano, le falta profundidad; tampoco llega a desarrollar una posible historieta de amor que se queda en un par de guiños insinuantes.
Parece mentira que con un presupuesto aceptable y ese elenco, Clooney no haya sabido sacar más partido de la historia. Nada funciona.
Los personajes son muy planos. No tienen historia que contar, no tienen pasado. De una descripción apresurada podemos intuir que se conocían de antes, pero no sabemos qué relación habían tenido; existen piques entre ellos pero tampoco sabemos por qué. Por más que se base en una novela, basada en hechos reales, no tiene carne. Es un guion escrito muy deprisa. Los únicos personajes que tienen una cierta entidad son los de Hugh Bonneville y Cate Blanchet.
Hugh Bonneville interpreta al teniente Jeffries, y consigue trasmitir un poco de su zozobra interior, sus problemas con la bebida y su redención final en una carta conmovedora que escribe a su padre. Cate Blanchet es Claire Simone, trabaja para los nazis y colabora con la resistencia. Eso la colocaría en una posición excepcional para poder aportar más a la película, pero no es así.
Los demás actores están muy desaprovechados; en realidad no veo a los personajes, veo a los actores que se pasean por escenarios muy logrados. Hay conatos de comedia a los que les falta intensidad; no hay suspense, no hay riesgo. Al final la película resulta entretenida, pero porque es George Clooney y su plantel de amiguetes. Y porque de alguna manera, a los que tenemos una cierta edad, nos recuerda a las películas de los años 50, que veíamos en la televisión las tardes del sábado comiendo pipas. Esas películas de Gary Cooper (que estás en los cielos, como diría Pilar Miró) o Burt Lancaster; que después nos hemos enterado que estaban financiadas por el gobierno de los Estados Unidos, como propaganda, para que los espectadores a la salida del cine, comprasen bonos de guerra, ¡ay!
El planteamiento de la película sería muy bueno, pero el resultado no me lo parece. George Clooney, el teniente Stokes, consigue convencer al presidente de los Estados Unidos de que salvar las principales obras de arte de Europa es igual que salvar a la humanidad. Porque en las pinturas y en las esculturas de los últimos veinte siglos está lo mejor del ser humano.
Pero debería haber insistido más en la que, según mi opinión, es la principal idea de la película: la absoluta, previsible, incondicional e inexorable vulgaridad de los palurdos nazis, borrachos de poder. Robando a saco no porque sepan apreciar el arte en sí mismo, sino porque seguramente les han dicho que vale mucho dinero. Está claro, nadie me podrá convencer de otra cosa, que no eran grandes amantes del arte. Nadie que desprecie al ser humano como lo hacían los nazis, pueden apreciar una pintura o una escultura por su valor, sino por su precio. Si no fuera así, hubiesen sabido respetar el talento de los artistas que llamaron “degenerados”, en lugar de quemar sus obras como hacían con los libros, ¡maldición eterna para los palurdos!
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