jueves, 8 de mayo de 2014

Cine: Ocho apellidos vascos de Emilio Martínez Lázaro

Sí que han debido de cambiar las cosas en España para que Ocho apellidos vascos se la película más taquillera. Hace unos años un éxito así hubiera sido impensable. Yo, personalmente, estaba ya cansada de que los estereotipos cómicos del país fuesen los andaluces y, lo que todavía me parecía peor, los aragoneses belloteros.

No me extraña que haya sido criticada por la izquierda abertzale y por la derecha españolista, las dos tendencias igual de excluyentes, expansionistas e intolerantes. Eso me hace pensar que es una película de humor inteligente. Lo mejor de estos aspavientos de señorones tan serios y metódicos es que la película no trata de política y mucho menos de terrorismo. Sólo es una comedia romántica, de manual. De estas de chico-chica-problemas-chica-chico, donde el equívoco, esta vez, surge de las "diferencias" culturales. En realidad no hay tanta diferencia, lo kitsch del norte se encuentra con lo kitsch del sur y ya veremos qué pasa.

Ya hay rumores de que filmarán una segunda parte, ambientada en Cataluña. No habrá que perdérsela.

Amaia (Clara Lago) se va a Sevilla con sus amigas a celebrar que la han dejado plantada ante el altar. Amaia es brava y esto ya es un comienzo de película tormentoso. Allí conoce a Rafa (Dani Rovira), un señorito andaluz engominado y “grasioso” que se enamora perdidamente de ella. Son como agua y aceite, difíciles de mezclar, pero después de una noche de borrachera, todo se ve de otra manera y Dani decide ir al País Vasco a buscar a la chica. Allí también se encontrará con el padre de Amaia (Karra Elejalde), todavía más difícil de conquistar que ella. En su empeño por enamorar a Amaia, encontrará la ayuda de Merche/Anne (Carmen Machi), viuda de un guardia civil, que lleva viviendo toda su vida allí y aún no se ha acostumbrado a la cultura.

Koldo, el futuro suegro es de armas tomar y necesita comprobar el pedigrí vasco de Rafa. Así que entre Merche, Rafa y Amaia, enredarán bien las cosas para que podamos disfrutar de momentos de pura comedia: Amaia vestida de novia corriendo detrás de Rafa; Merche, borracha, seduciendo a Koldo; y Koldo despertándose en una habitación cargada de iconos españolistas, la bandera, el toro de Osborne, el retrato del guardia civil y no lo recuerdo, pero seguro que había alguna estampita de la Vírgen.

Tenemos ganas y necesitamos reír y lo mejor reírnos de nosotros mismos o del vecino que es lo mismo. Y nos reímos de los flequillos cortados con hacha de “los vascos y las vascas”. Y también de los tupés engominados de “los andaluces y las andaluzas”. No me escandalizo porque yo no le tengo tanto apego a la tierra y no puedo entender que nadie lo tenga. Ni a la tierra ni a nada. Si tuviéramos que quedarnos siempre en el mismo sitio no nos harían falta las piernas.

Y sobre todo que poniendo esas dos culturas, tan aparentemente tan distintas, así juntitas, te das cuenta de que Koldo, el padre vasco de la chica vasca, es tan pedorro-super-mega-protector con su hija y borde-ridiculizador-pedante-macho-alfa-a-punto-de-ser-destronado por el futuro yerno como cualquier otro padre español.

Pues eso, que si los andaluces y las andaluzas van de “pescaíto frito y fino”, los vascos y las vascas optan por las “cocochas y el chacolí” (y no lo escribo con tx porque no quiero). ¡A ver quién encuentra la diferencia! Y es que lo de las identidades acaba siendo muy cansino.



Director: Emilio Martínez-Lázaro
Intérpretes: Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde y Carmen Machi
Guión: lo mejor de lo mejor de Borja Cobeaga y Diego San José




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