jueves, 29 de mayo de 2014

Cine: Uno, dos, tres de Billy Wilder

Espléndida comedia de Billy Wilder. Ácida, luminosa, frenética. Si parpadeas seguro que te pierdes un gag. El guion lanza dardos hacia todos y hacia todo en diálogos vivaces y rápidos. La palabrería del buen vendedor. También fue escrito por Billy Wilder y en él hizo gala de su independencia inquebrantable, de su escepticismo frente a toda ideología y de estar un poco de vuelta de todo.

Aunque relativamente pronto empezó a ser considerada una obra maestra, mucho tuvieron que cambiar las cosas porque al principio no fue bien recibida. Se la consideró obscena por reírse de una situación tan dramática como la guerra fría y el muro que dividió Berlín y al resto de Europa. Difícil entender para las generaciones actuales que vivimos en la Unión Europa de dónde venía aquella división. Ahora ya sólo es historia.

Por esta mala acogida, sólo fue candidata al Oscar a la mejor fotografía. Imperdonable. No quiero quitarle mérito a la fotografía que es clara, expositiva,  al servicio de los personajes y la comicidad. Escenas desarrolladas con increíble rapidez, perfectamente coreografiadas y con el ritmo marcado por los chasquidos de MacNamara y los taconazos de Schlemmer, su asistente.

La trama es típica de la comedia extravagante americana. El señor MacNamara, delegado de Coca-Cola en Berlín, recibe el encargo de cuidar de la hija casquivana y enamoradiza de su jefe, ferviente anticomunista, durante su corta estancia en la ciudad. Después de para más tiempo allí del inicialmente previsto, Scarlett se enamora, se casa y se embaraza, de un prometedor revolucionario comunista de la Alemania Oriental. MacNamara tendrá que arreglar todo el entuerto antes de que el padre de Scarlett aparezca por Berlín. A la velocidad de … uno, dos, tres.

Ninguno de los personajes tiene desperdicio. Encarnan a la perfección cada uno de los arquetipos. El ejecutivo americano, resolutivo, ambicioso y hecho a sí mismo, al que nada se le pone por delante. Capaz de hacer un roto para un descosido y aferrado a sus sueños de ascenso y próximo destino Londres (simbolizado con el paraguas que nunca suelta). Su pragmática, inteligente y mordaz esposa. Una secretaria amante, rubia y tonta, a la que MacNamara no duda en considerar mercancía para intercambio con el enemigo. Los tres representantes de Moscú que casualmente guardan cierto parecido con otros tantos héroes de la revolución soviética. Y los alemanes derrotados, antes nazis ahora demócratas, siempre obedientes, obcecados en cumplir lo que les han dicho que es su deber.

No me extraña que Hollywood la recibiera tan mal, porque no deja títere con cabeza. Se ríe del capitalismo, del tío Sam y de sus símbolos, de la obsesión por conquistar mercados (en lugar de países); pero también tiene puyas para el comunismo y la hipocresía de sus dirigentes, que acaban vendiéndose por cuatro duros (o dólares).

Siendo Billy Wilder judío, y con parte de su familia asesinada en los campos de concentración nazis, tampoco se entendía cómo podía frivolizar con el pasado nazi de algunos de sus personajes. Schlemmer, estereotipo de alemán eficiente y obediente, es el asistente de MacNamara que acabará travestido en secretaría “sexy”. Creo que la idea de disfrazar a Schlemmer no es gratuita. Así Wilder, se mofa de la capacidad de disimulo e hipocresía de algunos “desmemoriados” nazis, que no recuerdan quién fue Hitler.


Es cualidad de un maestro que en esta crítica punzante de la sociedad no haya ni una pizca de amargura. 


Dirección: Billy Wilder
Guion: Billy Wilder y A.L. Diamond
Intérpretes: James Cagney (MacNamara); Arlene Francis (Sra. MacNamara); Hans Lothar (Schlemmer) 

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