Espléndida comedia de Billy Wilder. Ácida, luminosa, frenética.
Si parpadeas seguro que te pierdes un gag. El guion lanza dardos hacia todos y
hacia todo en diálogos vivaces y rápidos. La palabrería del buen vendedor. También
fue escrito por Billy Wilder y en él hizo gala de su independencia
inquebrantable, de su escepticismo frente a toda ideología y de estar un poco de vuelta de todo.
Aunque relativamente pronto empezó a ser considerada una
obra maestra, mucho tuvieron que cambiar las cosas porque al principio no fue bien
recibida. Se la consideró obscena por reírse de una situación tan dramática
como la guerra fría y el muro que dividió Berlín y al resto de Europa. Difícil
entender para las generaciones actuales que vivimos en la Unión Europa de dónde
venía aquella división. Ahora ya sólo es historia.
Por esta mala acogida, sólo fue candidata al Oscar a la
mejor fotografía. Imperdonable. No quiero quitarle mérito a la fotografía que
es clara, expositiva, al servicio de los
personajes y la comicidad. Escenas desarrolladas con increíble rapidez, perfectamente
coreografiadas y con el ritmo marcado por los chasquidos de MacNamara y los taconazos
de Schlemmer, su asistente.
La trama es típica de la comedia extravagante americana. El
señor MacNamara, delegado de Coca-Cola en Berlín, recibe el encargo de cuidar de
la hija casquivana y enamoradiza de su jefe, ferviente anticomunista, durante
su corta estancia en la ciudad. Después de para más tiempo allí del
inicialmente previsto, Scarlett se enamora, se casa y se embaraza, de un
prometedor revolucionario comunista de la Alemania Oriental. MacNamara tendrá
que arreglar todo el entuerto antes de que el padre de Scarlett aparezca por
Berlín. A la velocidad de … uno, dos, tres.
Ninguno de los personajes tiene desperdicio. Encarnan a la
perfección cada uno de los arquetipos. El ejecutivo americano, resolutivo,
ambicioso y hecho a sí mismo, al que nada se le pone por delante. Capaz de
hacer un roto para un descosido y aferrado a sus sueños de ascenso y próximo
destino Londres (simbolizado con el paraguas que nunca suelta). Su pragmática,
inteligente y mordaz esposa. Una secretaria amante, rubia y tonta, a la que MacNamara
no duda en considerar mercancía para intercambio con el enemigo. Los tres representantes
de Moscú que casualmente guardan cierto parecido con otros tantos héroes de la
revolución soviética. Y los alemanes derrotados, antes nazis ahora demócratas,
siempre obedientes, obcecados en cumplir lo que les han dicho que es su deber.
No me extraña que Hollywood la recibiera tan mal, porque no
deja títere con cabeza. Se ríe del capitalismo, del tío Sam y de sus símbolos, de
la obsesión por conquistar mercados (en lugar de países); pero también tiene
puyas para el comunismo y la hipocresía de sus dirigentes, que acaban
vendiéndose por cuatro duros (o dólares).
Siendo Billy Wilder judío, y con parte de su familia asesinada
en los campos de concentración nazis, tampoco se entendía cómo podía frivolizar
con el pasado nazi de algunos de sus personajes. Schlemmer, estereotipo de
alemán eficiente y obediente, es el asistente de MacNamara que acabará
travestido en secretaría “sexy”. Creo que la idea de disfrazar a Schlemmer no
es gratuita. Así Wilder, se mofa de la capacidad de disimulo e hipocresía de
algunos “desmemoriados” nazis, que no recuerdan quién fue Hitler.
Es cualidad de un maestro que en esta crítica punzante de la
sociedad no haya ni una pizca de amargura.
Dirección: Billy Wilder
Guion: Billy Wilder y A.L. Diamond
Intérpretes: James Cagney (MacNamara); Arlene Francis (Sra. MacNamara); Hans Lothar (Schlemmer)
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