Alice Howland (Julianne Moore) es una atractiva mujer de 50
años. Profesora e investigadora en neurolingüística en una universidad de
Estados Unidos. Está casada con un médico prestigioso (Alec Baldwin) y tienen
tres hijos ya mayores. Alice empieza a tener olvidos y ausencias que no le
parecen normales. Va al médico y le diagnostican Alzheimer precoz. Su vida ya
no le pertenece y poco a poco y sin que pueda hacer nada se irá disolviendo, como
su cerebro.
Es especialmente dramático para Alice que siempre ha tenido
en gran consideración su vida intelectual. Antes de que lo inevitable suceda
ella idea toda una serie de estrategias para seguir teniendo control sobre su
vida: pequeñas notas como recordatorios en su teléfono móvil, una carpeta con
instrucciones en el ordenador, pero llegado el momento nada de eso puede suplir
su memoria y su intelecto.
Todo lo que somos, todo lo que sentimos, todo lo que
queremos está en nuestro cerebro. Nuestra alma es nuestro cerebro y si se
disuelve se disuelve nuestra vida. No queda nada. Resulta aterrador. Es algo
que me impresiona mucho. Recuerdo que a una de mis abuelas le pasó. Olvidar
todo lo que eres y todo lo que has vivido. No creo que exista una tortura mayor
que darte cuenta de que estás olvidando. Julianne Moore lo expresa todo con los
ojos, hasta el vacío de irse olvidando de sí misma.
Esta imagen es perfecta para explicar lo que hace la enfermedad con tu cerebro. Fragmentarlo, de manera que no pueda establecer conexiones y se pierdan los recuerdos, la memoria y la razón, la capacidad de amar y el alma. En esa mirada vacía y perdida queda todo lo que no es un ser humano.
La película es bastante convencional pero no es lacrimógena.
Su emoción está precisamente en eso, en ser reflejo de la realidad ante una
enfermedad que nadie esperaba. Además de que es una enfermedad prematura
también es hereditaria y esto les sirve a los directores para incorporar a los tres
hijos de Alice, para poder estudiar las reacciones de tres personas de menos de 30
años ante la posibilidad de padecer en el futuro esta enfermedad. Sin embargo,
los directores no profundizan por ahí. Sólo es relevante en la película la
relación que Alice mantiene con su hija pequeña, Lydia (Kristen Stewart que ha
recibido muy buenas críticas por este papel). Lydia es la hija díscola que está
buscando su sitio en la vida y en cierta manera ocuparse de su madre y ver su
deterioro paulatino la hará situarse, aunque no comprenda ni acepte lo que está
pasando. Sobre todo, contrasta su actitud tan madura y responsable con la
frialdad con la que la hija mayor, que siempre había sido considerada la hija
modelo, se inhibe de todo compromiso con respecto a su madre.
Aunque los directores no han querido definir más estas
relaciones familiares sí que queda suficientemente claro cómo la enfermedad de
una persona afecta (y agota) a todos sus familiares. Trastoca planes y
expectativas; retrasa decisiones; provoca cambios de ciudad, de profesión, de
domicilio. Un desbarajuste hasta que las cosas vuelven a encajar. Todo eso
cuenta la película con mucha elegancia y mucho dolor. Espero que Julianne Moore
se lleve por fin el Oscar.
A mí me ha producido terror pensar en la posibilidad de
perder la identidad de esa manera. En una escena Lydia le dice a su madre que
vivirá muchos años y Alice no le contesta. No sé qué sentido puede tener vivir
muchos años si ya no eres tu mismo; si se han perdido la identidad y los
recuerdos que nos hacen posible revivir
las cosas.
Guion y Dirección: Richard Glatzer y Wash Westmoreland
Música: Ilan Eshkeri
Fotografía: Denis Lenoir
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