jueves, 12 de marzo de 2015

Cine: Historias de Filadelfia de George Cukor (1940)

Dos años después de rodar La fiera de mi niña (de la que ya he hablado), Cary Grant y Katharine Hepburn volvieron a coincidir en Historias de Filadelfia. Pero esta vez el director fue George Cukor. Otra comedia elegante y disparatada, aunque para mí no tiene el encanto de la primera.

Otra vez se repite el mismo esquema de la guerra de sexos, los equívocos y los enredos; comedia romántica y sofisticada. Una joven heredera está a punto de contraer su segundo matrimonio y un día antes de la ceremonia su exmarido se presenta con la intención, oculta, de evitar un escándalo que podría estropear la boda.

No tiene la chispa de La fiera de mi niña porque trata de ser excesivamente moralizante. Además de una manera u otra todos los personajes masculinos se empeñan en culpar a Tracy Lord (Katharine Hepburn) de sus problemas (de los problemas de ellos). 

Por una parte, está el padre de Tracy. Un caballero de mediana edad, andropaúsico que se dedica a perseguir bailarinas de la edad de su hija, porque no encuentra en ella, el cariño y la ternura que un hombre de cierta edad necesita. Todos hemos oído excusas inquietantes que tratan de justificar las infidelidades de los hombres de cualquier edad, pero decir que busca en jóvenes bailarinas el cariño de sus hijas, es un poco … sin comentarios.

Después está C.K. Dexter Haven (Cary Grant) el primer marido de Tracy que la culpa de su afición a la bebida, por ser excesivamente estricta y severa; una especie de reina de la perfección de mármol, inconmovible y de corazón duro como un diamante. Se divorcia de ella por todo esto y después vuelve porque hay algo más. Se lo perdono porque es Cary Grant.

El siguiente de la lista es el futuro segundo marido, George Kittredge. Un joven hecho a sí mismo; el arquetípico triunfador de condición humilde pero avispado en los negocios. Ha conseguido todo lo que quería en la vida, y ahora quiere a Tracy Lord, porque Tracy es capaz de abrirle todas las puertas de la alta sociedad que, a pesar de su fortuna, todavía se le resisten. Pero George quiere de Tracy lo que ella no está muy interesada en darle: una diosa inaccesible, perfecta y elegante.

Así que Tracy decide pasar una noche loca con un cuarto hombre. Una noche loca en 1940 suponía beber más champán de la cuenta, envuelta en un precioso vestido de seda y darse un baño en la piscina de la mansión familiar, mientras un joven periodista de prensa rosa, con pretensiones de llegar a ser escritor, la mira embelesado. Y como colofón de la noche loca, incluso hay un casto beso (¡escándalo!) entre Tracy y McCauley Connor (James Stewart, le dieron un Oscar por este papel), pero nada más.

¡Vaya hombres que le habían tocado en gracia a Tracy! Se salvan por su encanto y simpatía, pero en realidad, son unos analfabetos emocionales, preadolescentes paranoicos y frustrados, con tendencias alcohólicas. Son Cary Grant y James Stewart, adorables. En fin, después de pasar por todos estos enredos, las cosas se solucionan y hay final feliz. 




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