Dos años después de rodar La fiera de mi niña (de la que ya he hablado), Cary Grant y
Katharine Hepburn volvieron a coincidir en Historias
de Filadelfia. Pero esta vez el director fue George Cukor. Otra comedia
elegante y disparatada, aunque para mí no tiene el encanto de la primera.
Otra vez se repite el mismo esquema de la guerra de sexos,
los equívocos y los enredos; comedia romántica y sofisticada. Una joven
heredera está a punto de contraer su segundo matrimonio y un día antes de la ceremonia
su exmarido se presenta con la intención, oculta, de evitar un escándalo que
podría estropear la boda.
No tiene la chispa de La fiera de mi niña porque trata de ser excesivamente moralizante. Además de una manera u otra todos los personajes masculinos
se empeñan en culpar a Tracy Lord (Katharine Hepburn) de sus problemas (de los
problemas de ellos).
Por una parte, está el padre de Tracy. Un caballero de
mediana edad, andropaúsico que se dedica a perseguir bailarinas de la edad de
su hija, porque no encuentra en ella, el cariño y la ternura que un hombre de
cierta edad necesita. Todos hemos oído excusas inquietantes que tratan de
justificar las infidelidades de los hombres de cualquier edad, pero decir que
busca en jóvenes bailarinas el cariño de sus hijas, es un poco … sin
comentarios.
Después está C.K. Dexter Haven (Cary Grant) el primer marido
de Tracy que la culpa de su afición a la bebida, por ser excesivamente estricta
y severa; una especie de reina de la perfección de mármol, inconmovible y de
corazón duro como un diamante. Se divorcia de ella por todo esto y después vuelve porque hay algo más. Se lo perdono
porque es Cary Grant.
El siguiente de la lista es el futuro segundo marido, George
Kittredge. Un joven hecho a sí mismo; el arquetípico triunfador de condición humilde pero avispado en los
negocios. Ha conseguido todo lo que quería en la vida, y ahora quiere a Tracy
Lord, porque Tracy es capaz de abrirle todas las puertas de la alta sociedad
que, a pesar de su fortuna, todavía se le resisten. Pero George quiere de Tracy
lo que ella no está muy interesada en darle: una diosa inaccesible, perfecta y
elegante.
Así que Tracy decide pasar una noche loca con un cuarto
hombre. Una noche loca en 1940 suponía beber más champán de la cuenta, envuelta
en un precioso vestido de seda y darse un baño en la piscina de la mansión
familiar, mientras un joven periodista de prensa rosa, con pretensiones de
llegar a ser escritor, la mira embelesado. Y como colofón de la noche loca, incluso hay un casto
beso (¡escándalo!) entre Tracy y McCauley Connor (James Stewart, le dieron un Oscar por este
papel), pero nada más.
¡Vaya hombres que le habían tocado en gracia a Tracy! Se salvan por su encanto y simpatía, pero en realidad, son unos analfabetos emocionales, preadolescentes paranoicos y frustrados, con tendencias alcohólicas. Son Cary Grant y James Stewart, adorables. En fin,
después de pasar por todos estos enredos, las cosas se solucionan y hay final
feliz.
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