miércoles, 6 de junio de 2018

Teatro: Lulú de Paco Bezerra (2018)


Siempre he pensado que la “mujer fatal” nunca ha existido. Como tantas otras cosas respecto a las mujeres, es un invento de los hombres. Una excusa, una coartada para quedar eximidos de su responsabilidad frente a determinados actos que serían mal considerados por las sociedades. Se ha repetido en todas las culturas. Los hombres no han querido nunca asumir su responsabilidad. Si acaso asumían que eran pobres hombres engañados, llevados a la perdición por pérfidas y fatales mujeres a las que no podían resistirse. Desde Lilith hasta hoy. 

Así, culpando a las mujeres de sus propias desviaciones, los hombres se preparaban el terreno para volver a ser aceptados socialmente, después de pecar. Mostrar un poco de arrepentimiento, un poco de desazón y un poco de desorientación, era suficiente para que los hombres fuesen aceptados otra vez; mientras que las mujeres quedaban excluidas por sus pecados y por los de los hombres. Las sociedades volvían entonces a recuperar su equilibrio. ¡No somos malos! ¡Las malas son las mujeres! Las fatales y las otras; porque tarde o temprano cualquier mujer es acusada de ser intrínseca y esencialmente mala.


Ahora parece que las cosas cambian. El cambio va en serio esta vez. Un hombre, el dramaturgo Paco Bezerra, se atreve a escribir otra versión en forma de thriller psicológico, repleto de referencias religiosas, sobre Lulú. En realidad no es otra versión. Escribe y representa los dos relatos. El de los hombres y el de las mujeres. Y vemos, claramente, cuánta falta hace que alguien incluya el relato de las mujeres.


Amancio el protagonista (con A de Adán) vive en y cultiva una explotación de manzanos. Un jardín del Edén. Las jornaleras que tiene contratadas se encargan de cosechar manzanas de todas las clases. Sus dos hijos, Calisto (con C de Caín) y Abelardo (con A de Abel), le ayudan. Amancio vive desesperado desde que una serpiente atacó y mató a su esposa. Poco tiempo después aparece Lulú, herida y desorientada en el bosque. Amancio la lleva a su casa y allí conviven los cuatro. Cuando Lulú se restablece empieza a desplegar sus encantos y todos caen bajo su fascinación. Pero la culpabilidad va haciendo mella en los hombres y Amancio necesitará el consejo de un sacerdote, que le exculpará de sus desvaríos.


Lulú será la culpable. Lulú será la diabólica. Y Amancio un incauto, como tantos otros, que se ha dejado arrastrar. Será necesario poner en marcha todos los instrumentos de la iglesia para poder desarraigar al diablo de la comunidad. Sin embargo, aquí se produce lo novedoso de esta obra. La apuesta inteligente del autor es incluir el relato de la mujer. Porque Lulú no existe más que en la imaginación perturbada del hombre que ha asesinado a su esposa y no quiere reconocerlo.


Así que Lucia, sentada en el altar frente al público, contará su versión de la historia. Porque Lulú es Lucía, una jornalera más que trabaja en la explotación de Amancio. Lucía sufre un accidente y Amancio la lleva a su casa. Allí la convierte en su esclava sexual y en la de sus hijos, hasta que el asco, el horror y la culpabilidad le obligan a pedir ayuda al sacerdote. Lucía es una mujer normal, una trabajadora, atacada por un abusador y sus hijos, juzgada y sentenciada a morir por una religión patriarcal y misógina.


Esta vez Lucía ha podido hablar y explicar quién es. María Adánez le da voz y cuerpo; le ofrece ternura, dolor y sensatez. Interpreta maravillosamente la fragilidad de una mujer en un mundo de hombres. Por fin, Lucía puede apoderarse de Lulú y decir que Lulú no existe y decir también que “una mujer no puede ser atenta y cariñosa con un grupo de hombres sin que estos piensen que es una puta que viene en busca de sexo”. Porque las relaciones entre hombres y mujeres no son igualitarias. Parten de la abrumadora asimetría de que quien tiene el poder ha sido siempre el encargado de fijar el relato, de dar su versión de los hechos, incuestionable y refrendada por las sagradas escrituras.


La interpretación de María Adánez me ha parecido soberbia, por encima de la de sus compañeros de reparto que también están muy bien. Y la puesta en escena muy adecuada. Un altar frente a un fondo de manzanos que enmarcan el relato. La obra estuvo apenas dos días en Zaragoza, en un Teatro Principal que no se llenó. No sé por qué. Yo creo que el tema no seducía al público e incluso, cerca de mí, un espectador paleto se durmió. Yo me sentí muy emocionada durante toda la función, porque hay que desvelar la historia que siempre se ha ocultado. Ya toca hacerlo. Estamos obligados a hacerlo.



Autor: Paco Bezerra. 
Dirección: Luis Luque. 
Intérpretes: Armando del Río, María Adánez, César Mateo, David Castillo, Chema León. 
Escenografía: Mónica Boromello. 
Iluminación: Felipe Ramos. 
Vestuario: Beatriz Robledo. 
Música original y espacio sonoro: Mariano Marín. 

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