Siempre he pensado que la “mujer fatal” nunca ha existido. Como
tantas otras cosas respecto a las mujeres, es un invento de los hombres. Una
excusa, una coartada para quedar eximidos de su responsabilidad frente a determinados actos
que serían mal considerados por las sociedades. Se ha repetido en todas las
culturas. Los hombres no han querido nunca asumir su responsabilidad. Si acaso
asumían que eran pobres hombres engañados, llevados a la perdición por pérfidas
y fatales mujeres a las que no podían resistirse. Desde Lilith hasta hoy.
Así, culpando a las mujeres de sus propias desviaciones, los
hombres se preparaban el terreno para volver a ser aceptados socialmente, después de pecar.
Mostrar un poco de arrepentimiento, un poco de desazón y un poco de desorientación,
era suficiente para que los hombres fuesen aceptados otra vez; mientras que las mujeres
quedaban excluidas por sus pecados y por los de los hombres. Las sociedades
volvían entonces a recuperar su equilibrio. ¡No somos malos! ¡Las malas son las
mujeres! Las fatales y las otras; porque tarde o temprano cualquier mujer es
acusada de ser intrínseca y esencialmente mala.
Ahora parece que las cosas cambian. El cambio va en serio
esta vez. Un hombre, el dramaturgo Paco Bezerra, se atreve a escribir otra
versión en forma de thriller psicológico, repleto de referencias religiosas, sobre Lulú. En
realidad no es otra versión. Escribe y representa los dos relatos. El de los
hombres y el de las mujeres. Y vemos, claramente, cuánta falta hace que alguien
incluya el relato de las mujeres.
Amancio el protagonista (con A de Adán) vive en y cultiva
una explotación de manzanos. Un jardín del Edén. Las jornaleras que tiene contratadas se encargan
de cosechar manzanas de todas las clases. Sus dos hijos, Calisto (con C de
Caín) y Abelardo (con A de Abel), le ayudan. Amancio vive desesperado desde que
una serpiente atacó y mató a su esposa. Poco tiempo después aparece Lulú,
herida y desorientada en el bosque. Amancio la lleva a su casa y allí conviven los
cuatro. Cuando Lulú se restablece empieza a desplegar sus encantos y todos caen
bajo su fascinación. Pero la culpabilidad va haciendo mella en los hombres y Amancio
necesitará el consejo de un sacerdote, que le exculpará de sus desvaríos.
Lulú será la culpable. Lulú será la diabólica. Y Amancio un
incauto, como tantos otros, que se ha dejado arrastrar. Será necesario poner en
marcha todos los instrumentos de la iglesia para poder desarraigar al diablo de
la comunidad. Sin embargo, aquí se produce lo novedoso de esta obra. La apuesta
inteligente del autor es incluir el relato de la mujer. Porque Lulú no existe
más que en la imaginación perturbada del hombre que ha asesinado a su esposa y no quiere reconocerlo.
Así que Lucia, sentada en el altar frente al público, contará su versión de la historia. Porque Lulú es Lucía, una jornalera más que trabaja en la
explotación de Amancio. Lucía sufre un accidente y Amancio la lleva a su casa.
Allí la convierte en su esclava sexual y en la de sus hijos, hasta que el asco,
el horror y la culpabilidad le obligan a pedir ayuda al sacerdote. Lucía es una
mujer normal, una trabajadora, atacada por un abusador y sus hijos, juzgada y
sentenciada a morir por una religión patriarcal y misógina.
Esta vez Lucía ha podido hablar y explicar quién es. María
Adánez le da voz y cuerpo; le ofrece ternura, dolor y sensatez. Interpreta
maravillosamente la fragilidad de una mujer en un mundo de hombres. Por fin,
Lucía puede apoderarse de Lulú y decir que Lulú no existe y decir también que “una
mujer no puede ser atenta y cariñosa con un grupo de hombres sin que estos
piensen que es una puta que viene en busca de sexo”. Porque las
relaciones entre hombres y mujeres no son igualitarias. Parten de la abrumadora
asimetría de que quien tiene el poder ha sido siempre el encargado de fijar el
relato, de dar su versión de los hechos, incuestionable y refrendada por las
sagradas escrituras.
La interpretación de María Adánez me ha parecido soberbia, por
encima de la de sus compañeros de reparto que también están muy bien. Y la puesta en escena muy adecuada.
Un altar frente a un fondo de manzanos que enmarcan el relato. La obra estuvo
apenas dos días en Zaragoza, en un Teatro Principal que no se llenó. No sé por
qué. Yo creo que el tema no seducía al público e incluso, cerca de mí, un
espectador paleto se durmió. Yo me sentí muy emocionada durante toda la función, porque hay que
desvelar la historia que siempre se ha ocultado. Ya toca hacerlo. Estamos
obligados a hacerlo.
Autor: Paco Bezerra.
Dirección: Luis Luque.
Intérpretes: Armando del Río, María Adánez,
César Mateo, David Castillo, Chema León.
Escenografía: Mónica Boromello.
Iluminación: Felipe Ramos.
Vestuario: Beatriz Robledo.
Música original y espacio sonoro: Mariano Marín.
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