Dentro de este proceso de crecimiento Giovanna, la protagonista, la chica se
enfrenta a la decepción que le producen sus padres, especialmente su padre que
ha mantenido una relación adúltera, con una amiga de la familia, desde hace
años. Y también la decepción que le produce su madre que termina emparejándose
con el marido de esa misma mujer en un giro argumental que parecería de vodevil,
pero en la novela está tratado de una manera muy dramática. En cierto sentido,
esta novela me recuerda a La buena
reputación de Eduardo Martínez de Pisón donde la familia era un personaje
más, con vida propia e independiente de los miembros que la forman. En esta
novela no se considera a la familia como conjunto de personas sino como un ente
capaz de dominar a sus miembros, un monstruo voraz que les puede engullir y
someterlos por encima de sus voluntades, especialmente a aquéllos que tratan de
huir de ella.
Elena Ferrante no llega tan lejos como Martínez de Pisón.
Pero sí incluye un personaje siniestro perteneciente a la familia gentilicia
también como foco de decepción. En este caso, la tía Vittoria podría ser pariente cercana de la Bernarda Alba o de la bruja de los cuentos de hadas. No he llegado
a comprender enteramente este personaje pero, en determinados momentos, me ha
dado miedo. Por una parte, está descrita como un personaje siniestro aunque
manifieste muestras de ternura salpicadas de un autoritarismo brutal e invasivo
y, por otra, se aferra a una pulsera, como talismán mágico, portador de
desdichas.
La amistad entre amigas, siempre muy presente en todas las
novelas de Elena Ferrante, tampoco escapa a la decepción. Una amistad que no es
ilusa, ni condescendiente, ni tampoco está exenta de conflictos, ni dura para
toda la vida, ni es ñoña. Una amistad infantil y adolescente que está teñida de
todos los defectos de los adultos porque, en definitiva, lo que Ferrante dice
es que no sólo los adultos son mentirosos sino que, quizá, la primera mentira
que emite el ser humano sea el llanto del recién nacido.
Y sobre todo, se añade también la decepción ante los
primeros acercamientos sexuales. En primer lugar, de aquéllos acercamientos de
chicos que si, siendo muy considerada, podríamos decir que “huelen a choto”, sería
preferible no pensar a qué olería su entrepierna. Y en este punto la autora no
es tan pudorosa como yo. Pero también la aproximación de otro tipo de joven,
más intelectual y estimulante que, para decepción de la protagonista, prefiere
tener como novia/esposa a una mujer con menos aspiraciones.
Vemos que ni la maternidad, ni la paternidad, ni el
esfuerzo intelectual, ni los primeros amores, ni la vida familiar, ni la
amistad escapan a las críticas y a la decepción que siente Giovanna; decepción
que sólo es un peldaño en su formación como adulta. Y aunque nada en la vida sea
idílico, sin embargo, el final tampoco es desesperanzador. Es únicamente el
inicio de otro camino. El camino de la vida adulta pasa por asumir la
incoherencia y la mentira como algo que facilita la vida. Sin embargo yo creo
que saber que la decepción estará allí, en el mundo de los adultos, hará que la
decepción sea menor.
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