Saura siempre ha puesto una especial atención en sus películas
a la ambientación musical. Y en los documentales que ha hecho todavía más.
Recuerdo el impacto que me causó, la primera vez que vi Flamenco. Era una unión perfecta entre las imágenes y la música. Lo
mismo ha hecho esta vez con Jota. Una
película que tanto a los seguidores de Saura como a los joteros no les
defraudará.
Se nota en la película amor por la música y la danza
aragonesas. Es un recorrido visual y musical desde el origen hasta hoy y los
cambios que han sufrido tanto la jota cantada como la bailada. Hay también un
momento de homenaje a José Antonio Labordeta y de recuerdo por esa infancia
vivida en plena dictadura franquistas. La canción es Rosa rosae; esa
declinación de latín que todos hemos tenido que memorizar.
Haber nacido en Zaragoza (y seguir viviendo aquí) y que no
te guste la jota, suele ser bastante problemático, sobre todo cuando llega el
momento de celebrar las fiestas del Pilar. Pero creo, sinceramente y lo digo
con todo el respeto de que soy capaz, que la jota tiene que vivir un proceso de
depuración muy importante (y creo que ya está en ello). Puede que el problema sea
mi excesiva sensibilidad auditiva (hay sonidos sobre todo los sonidos metálicos
que me desquician), pero soy incapaz de escuchar las voces tan engoladas de los
joteros y las voces chirriantes y estranguladas de las joteras.
Este proceso de depuración que comentaba, la danza ya lo ha
hecho. En el documental se incluye un fragmento de Nobleza baturra, la mítica película de 1935 dirigida por Florián Rey y
protagonizada por Imperio Argentina, donde la chica honesta baila decentemente una jota con el chico que le
gusta, pero con los ojos púdicamente
dirigidos al suelo. Ahora ya no se baila así, las joteras estiran los brazos
todo lo que pueden y miran sonrientes a los chicos. Eso mismo tiene que hacer
la jota cantada. Desprenderse de cierto artificio que se ha puesto ahí,
supuestamente para embellecer cuando hace todo lo contrario: enturbiar un
sonido que debería ser más limpio, más libre y más auténtico.
Además, parte del malestar que me produce la jota, surge de
su relación con el franquismo. Para mí esta relación sigue patente: en las
continuas referencias del joterío a la virgen del Pilar, al fervor a la virgen
del Pilar, a la venida de la virgen del Pilar, y etc. etc. Algo que me agota
profundamente por la sobrerrepresentación social de una iglesia católica, folclórica, muy
ritualista y superficial, que no me dice nada y que es un obstáculo para que
otra iglesia católica, profundamente comprometida con el primitivo mensaje de
Cristo, una iglesia que está sufriendo con los pobres, los oprimidos y hoy con
los refugiados vengan de donde vengan, pierde el protagonismo que debería
tener.
Entiendo que durante la postguerra, y especialmente en el
entorno rural, una de las (escasas) posibilidades que tenían adolescentes y
jóvenes para salir de su pueblo y divertirse juntos, chicos y chicas, era
pertenecer a una rondalla o a un grupo jotero. Me parece muy bien que así fuera;
pero eso hizo que, al mismo tiempo, se despreciasen otras fuentes del folklore
no tan conocidas y que se diese prioridad a unas jotas, bastante simplonas y
patrioteras. De todo esto es de lo que la jota debe desprenderse para revelarse
con la claridad que merece.
La película de Saura va en este sentido. Y deja ahí las
aportaciones de Miguel Ángel Berna, de la magnífica Carmen París o de Ara
Malikian. Para mí, el hecho de que la película no tenga argumento es un acierto
y te permite meterte directamente en el puro goce estético, musical y visual. Si
algo tengo que resaltar de la película, me quedo con la primera jota, interpretada
por María Mazzotta y bailada por Miguel Ángel Berna,
Que se divierta y no
llore,
A mi corazón le digo,
Que se divierta y no
llore,
Que si tú no lo has
querido,
No faltará quien lo
adore,
A mi corazón le digo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, deja tu comentario