lunes, 24 de diciembre de 2018

Teatro: Moby Dick de Herman Melville (2018)

Si tuviera que señalar sólo una cosa de este montaje teatral sería la voz demente del capitán Ahab. Su manera de arrastrar las sílabas finales de cada frase expresa con toda rotundidad la desesperación y la deriva mental de un  personaje que ya no tiene sitio en el mundo de los vivos. Su obsesión por cazar la ballena sustituye cualquier rasgo humano que pudiera tener el capitán.


Ni siquiera su reciente paternidad es motivo suficiente para atarle al mundo. Es más poderosa la atracción por el abismo representado por la ballena blanca. En los primeros minutos de esta adaptación teatral, José María Pou que interpreta al capitán Ahab, muestra en su monólogo que el color blanco no es tan puro como se pretende. El color de la virtud poco compasiva, del hielo que supone una muerte segura, de los espumarajos de un mar que se comporta como un monstruo de fauces insaciables. Todo eso es el color blanco. Todo eso y también Moby Dick. El sujeto involuntario de la locura de Ahab; siempre y cuando tengamos en cuenta que, al ser un animal, no tendría voluntad alguna.


¿Y si no fuese así? Moby Dick es sólo un animal. Pero quizá tenga algo de blanco ángel caído, diabólico, o simplemente algo de crueldad humana para que Ahab se embarque en su persecución por todo el planeta y vea a la ballena blanca como un monstruo inteligente y huidizo.


Al fin y al cabo Ahab sólo escucha su propia locura; es la locura enloquecida. En este montaje, sólo dos actores representan a la tripulación del Pequod, ese microcosmos donde se cruzan diferentes vidas que para Ahab no tienen ningún valor. Únicamente tienen cierta relevancia aquéllos personajes que por su cobardía, Pip, o por su prudencia, Starbuck, hubieran podido salvar a Ahab. Starbuck es un cuáquero que se debate entre el cumplimiento de su compromiso con Ahab y la certeza de que ése será un viaje hacia la muerte. Y Pip es el pinche de cocina, el más joven e insignificante de los enrolados. La salvación de Ahab es un vano intento por parte de ninguno de ellos. Desde el primer encuentro con Moby Dick, el capitán está irremediablemente perdido. Sólo Ismael sobrevivirá. Es el último en llegar al barco, el último en vivir la locura de Ahab, quizá por eso se salva.


Dice Juan Cavestany que, durante años se ha dedicado a leer este libro para intentar extraer su esencia y que ha llegado a la conclusión de que es la historia de dos suicidas. Por motivos evidentes el primero de los suicidas es Ahab; el segundo, cada uno de los que nos empeñamos en leer el libro sumergiéndonos en esa vorágine de odio autodestructivo.


En este montaje, la escena se desarrolla íntegramente en la cubierta del barco y hace que la imagen y las luces sean una parte fundamental del desarrollo de la acción, aunque desaparece la imagen mítica del predicador en un púlpito con forma de proa. José María Pou resulta inmenso en el escenario y está muy bien arropado por Jacob Torres y Oscar Kapoya que, al interpretar a varios personajes, aportan vida a la aventura insensata de Ahab. La ballena se hace presente también. Proyectada en una vela desplegada que inunda el escenario y parece querer engullir también al público. Al final, un ojo enorme es lo único que reconocemos de Moby Dick. Queda allí, imperturbable, como testigo monstruoso de la locura y muerte de Ahab.





Versión muy recomendable, entre otras cosas, por la intensidad de las interpretaciones. Y para los más valientes que no duden en "atacar" el libro original. Hace unos años, encontré en la red, el audiolibro en inglés, completo, gratuito y leído por conocidos actores y actrices. Para no perdérselo, Capítulo 58, Moby Dick, leído por Benedict Cumberbatch.

Texto de Juan Cavestany sobre la novela de Herman Melville
Dirección: Andrés Lima
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan 
Iluminación: Valentín Alvárez (AAI)
Música: Jaume Manresa
Video creación: Miquel Ángel Raló
Intérpretes: José María Pou, Jacob Torres y Oscar Kapoya

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