No sé por qué a la gente le sigue extrañando que en España
se hagan buenas películas y de todos los géneros. Yo hace ya mucho tiempo que
no tengo dudas. Evidentemente, también las hay malas. Pero para ser una
industria mediana, con pocas ayudas (las zancadillas del Ministro Wert) y con
un público que está completamente entregado al cine estadounidense, creo que va
bastante bien.
La isla mínima es una buena película. Cine negro en el que ya no importa saber quién hizo qué; se trata más bien de diseccionar los males y
vicios de una época no muy lejana. En este caso España, Andalucía, las marismas
del Guadalquivir, en los años 80. El tráfico de drogas y otros contrabandos con
más solera, el paro, la falta de expectativas de los jóvenes y la extrema
vulnerabilidad de las mujeres pobres, adolescentes o adultas. ¿Qué hacen para
salir de esa situación de miseria?, ¿qué precio pagan? y ¿a quién? De todo esto trata la película.
Desaparecen dos chicas adolescentes en las fiestas de su
pueblo. No sería extraño que se hubiesen escapado para vivir la vida; eran
chicas que tenían fama, concretamente fama de putas. No es la primera
vez que desaparecen mujeres jóvenes y todos creen que están en un sitio mejor. Además
siendo putas y pobres, a nadie le molesta su huida. Pero esta vez la madre
de las chicas consigue que se abra una investigación.
Para seguir las indagaciones son destinados, como castigo
por su mal comportamiento, dos policías de Madrid, interpretados por Javier
Gutiérrez (Concha de plata al mejor actor en el último Festival de San
Sebastián) y Raúl Arévalo. Aparentemente son muy
distintos, pero la violencia del ambiente y la crudeza de lo que descubren les
obliga a utilizar las mismas estrategias violentas para resolver el caso.
El guion de Rafael Cobos y Alberto Rodríguez mantiene el
alma en vilo, pero a mí me gustaría que hubiese profundizado un poco más en la
historia de los policías. Teniendo en cuenta que la acción se sitúa en los 80 y
que entonces el franquismo era todavía más evidente que hoy en determinadas
instituciones, era ocasión de contraponer los caracteres de un policía más o
menos afecto a un régimen dictatorial y otro que espera desempeñar su trabajo
con las reglas y herramientas que la democracia facilita. Pero ahí, yo creo que
el guion se ha quedado un poco corto.
La isla mínima al igual que Grupo 7 (del mismo director) podrían
ser capítulos de la crónica criminal de la transición. Ambas tienen el mismo
tono narrativo, la misma fotografía
(Premio San Sebastián a la mejor fotografía para Alex Catalán, que también
trabajó en Grupo 7) y los mismos personajes. Personajes inmovilizados en un
paisaje de fango, bajo decrépitos cielos amarillos, curtidos por el sol y la
vida; de piel áspera para evitar las heridas y asfixiados por los crucifijos y
la miseria, viviendo siempre en un silencio que mata porque nunca han tenido
voz.
Para que no haya dudas y siga la desesperanza, al final no
cogen al asesino.
Director: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez y Rafael Cobos
Fotografía: Alex Catalán
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo, Nerea Barros,
Antonio de la Torre.
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