Pocas mujeres han destacado en las bellas artes antes del
siglo XX. Es lógico siempre hemos estado consideradas más animales
reproductores que seres humanos. Una afirmación así puede parecer brutal pero
desde luego hay argumentos que la apoyan. Sin derechos para recibir educación,
sin derechos para poder desempeñar una carrera o trabajar y sin derechos para
exigir. Así es imposible ser considerada ser humano.
En el siglo XX ha empezado a corregirse esta tendencia y
aunque vamos despacio, muy despacio, a pesar de lo que les parece a los
machirulos, creo que no habrá vuelta atrás. Me parece que la Lupe decía en
una canción p’atrás ni pa’tomar impulso.
Pues eso. El Museo del Prado ha decidido participar en esta lucha. Dispone de obras de treinta
pintoras pero sólo expone de cinco: Lucia y Sofonisba Anguissola, Artemisa
Gentileschi, Angelica Kauffmann y Clara Peeters. Todas en su momento tuvieron
éxito pero no crearon escuela. Debió ser tan difícil su situación que nadie
quiso imitarlas. Muchísimo talento perdido.
Siempre han existido personalidades excepcionales como estas pintoras. Hoy se
les llama token women, mujeres que
han conseguido triunfar en un mundo de hombres, pero que quedan como meros
símbolos. Ha habido reinas, primeras ministras, incluso heroínas militares,
pero una vez desaparecidas, nada. Excepciones que, en ocasiones, han llegado a
ser una carga para el resto de mujeres, puesto que, paradójicamente su incorporación al mundo de
los hombres poderosos ha cerrado el paso a otras.
En octubre de 2016, se inauguró en el Museo del Prado, la
primera exposición dedicada a la obra de una pintora. Clara Peeters murió con casi 60 años en La Haya, en 1657. Puede encuadrarse dentro de
la pintura barroca exclusivamente dedicada (o al menos es las treinta obras que
se conservan) a la pintura de bodegones.
No sabemos si era hija o esposa de pintores, pero sería muy
difícil haber trabajado como pintora profesional sin estos antecedentes. Apenas
se conservan datos sobre su vida, ni documentos sobre su formación como pintora
excepto sus propias obras. Firmadas por la artista y donde, a veces, incluía su
propio autorretrato en los reflejos de jarras de metal o vidrio, de forma muy
ingeniosa. Quizá tuviera miedo de que su nombre desapareciera y por ello
incluía su imagen, para evitar que alguien se apropiara de la autoría de sus
obras.
Era detallista, muy precisa y delicada. Disponía las flores
y las frutas en armonía, en mesas a veces vestidas con manteles de lino que
todavía llevaban la marca de la plancha. Reproducía las texturas de panes y
quesos de manera tan real que invitan a comérselos. Lujosas copas y jarras de plata,
elegantemente labradas que repetía en distintos cuadros. Sin duda objetos que
le pertenecían como mujer burguesa que empezaba a imponer sus gustos.
Una exposición dedicada a una mujer pintora que no debería
ser la última. Porque en el siglo XXI todavía seguimos sin ocupar el espacio
público que merecemos y que deberíamos exigir en la pintura, en la política, en
el hogar, en la sanidad, en la educación, etc. Hasta ahora hemos desempeñado
los trabajos de los hombres como los desempeñan los hombres, sometiéndonos a
sus horarios, a sus criterios y a sus reglas. Pero a partir de ahora queremos y
debemos incorporar a la vida pública, una manera de vivir y trabajar con las
normas, los horarios y los criterios de las mujeres, que beneficien tanto a
hombres como a mujeres. Eso es igualdad de género.
El arte de Clara Peeters
Museo del Prado
Paseo del Prado s/n, Madrid (España)
Del 25 de octubre de 2016 al 19 de febrero de 2017
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