La autora.-
Rosa Ribas empieza a ser muy conocida por una serie de
novelas negras escrita a cuatro manos con Sabine Hofmann. Nació en El Prat
(Barcelona) y vive desde hace 20 años en Alemania. Se ha dedicado a la
enseñanza del español y desde 2008 se ha implicado totalmente en su escritura.
Otras obras suyas son: El pintor de
Flandes, Entre dos aguas, Miss Fifty.
Mi opinión.-
Eulalia, Lali, tiene 12 años y vive en Barcelona. Sus padres
regentan una pensión y un restaurante. Todo ello forma el microcosmos donde
Lali empezará a entender de qué va esto de crecer y hacerse adulto. Totalmente aislada
de sus hermanos mayores y también del más pequeño, la relación con su madre tampoco
es muy cordial; sin embargo, su padre, los camareros y los parroquianos de la
pensión serán sus primeros y más leales amigos.
Para comenzar su tarea de entender la vida y el mundo, Lali
tiene que empezar por entender a su familia y esto no le es posible. Tanto su
padre como su madre se niegan a hablar de su vida anterior. Todo tiene que ver
con la Guerra Civil de 1936 y las relaciones familiares agravadas por el conflicto. El padre
de Lali estuvo en la cárcel varios años y ha aprendido a callar porque los años
1960 todavía son malos tiempos. Sin embargo, Lali sabe tener paciencia, planificar su investigación como si fuese un detective y
esperar el momento oportuno para recopilar la información que necesita. Lali
quiere tener un abuelo y al final lo tendrá pero no será como ella esperaba.
Entretanto disfruta de sus lecturas y de la curiosidad que
cualquier cosa le provoca. Esas mismas lecturas que disfrutaba yo. Los tebeos, el
Tío Vivo, los inventos del profesor Frantz y, sobre todo, la 13 rue del Perceb; los cromos de picar y las truculentas vidas de santos
y mártires en las clases de religión del colegio, que podían
perfectamente hacerle la competencia al mejor cine gore.
Yo todavía recuerdo especialmente la historia de San Lorenzo. Aquel pobre hombre que los romanos asaron en una parrilla y pedía que le dieran la vuelta porque ya estaba hecho por un lado. Y es que parece que me haya perseguido toda mi vida. La parroquia de mi barrio está dedicada a San Lorenzo. Viví varios años en Villalba cerca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y también viví en Huesca, cerca de la Catedral de San Lorenzo y en la calle San Orencio, que era el padre de San Lorenzo. En fin, que no sé si terminaré en una parrilla como él. Prefiero no pensarlo. Otro juego que Lali y yo compartimos son las muñecas
recortables de papel con sus vestiditos ñoños y todos sus accesorios que todavía
conservo. Algunas de ellas en bastante mal estado porque mi hermano mayor me las rompía.
Además de jugar con todo esto, Lali también tiene su grupo de amigos en el barrio, la mayoría chicos. Aunque su mejor amiga desde siempre, ha sido Julia, una cría de su misma edad pero de una
familia más adinerada y que, ese mismo verano, decidirá que su amistad tiene
que terminar, porque quiere conocer a gente que sea más interesante. Amado, es otro de sus amigos. Un vecino un poco menor que Lali y que será un compañero de juegos más fiel, hasta que la
tragedia también los aparte. Zunzunegui un marino, huésped habitual de
la pensión, también se marchará aunque siga manteniendo correspondencia con Lali. Todos ellos son la prueba definitiva de que la vida es un constante trasiego de gente que
viene y va y que, generalmente, no tenemos ningún derecho a retener.
Con todo esto, la autora ha hecho una novela de iniciación y
de crecimiento pero con tintes, muy acertados, de novela de misterio. La
curiosidad de Lali le lleva a observar todo con lupa, a prestar atención a
cualquier sonido no habitual en la pensión y sacar sus propias conclusiones
para alejar los miedos infantiles y dejarles sitio a los miedos de una joven
adolescente. Es una novela nostálgica, intensa y muy tierna. Se me hacía
difícil dejarla. La última sensación que me queda, después de leerla, es sentirme muy identificada con Lali.
Pensión Leonardo
Rosa Ribas
Siruela
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