miércoles, 23 de mayo de 2018

Exposición: Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos.


Oswiecim, antiguamente se traducía en castellano como Osvecimia, es una pequeña ciudad de Polonia de unos 50.000 habitantes y muy cerca de la frontera con Alemania. Esta ciudad recibe muchas visitas de “turistas” pero sus ciudadanos se quejan de que apenas pasan tiempo en la ciudad (y que apenas dejan dinero) porque prefieren visitar las instalaciones que quedan del antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz, a unos 3 kilómetros. Los nazis llamaron así a la ciudad y a su campo de exterminio. Auschwitz.

Oswiecim, hoy

En realidad se trata de varios campos conectados y cada uno destinado a una función. Campos de trabajo y campos de exterminio. Allí fueron enviadas casi un millón y medio de personas, un 90% de ellas eran judíos de toda Europa, y fueron exterminadas cerca de un millón. La vida en un campo de trabajo conducía a la muerte y estaba pensada para que así fuera. Enfermedades, mala alimentación, trabajos duros y maltrato se encargaban de matar a los presos; incluso se calculaba la comida para que fuese lo suficientemente escasa.


Pero los campos de exterminio eran mucho más sofisticados y los jerarcas nazis competían para ser los más eficientes. En Auschwitz la gente era exterminada en cuanto bajaba del tren. Llegaban en tren de todas partes de Europa e incluso les hacían pagar el billete, billete de ida únicamente. Habían sido sacados de sus casas violentamente sin tiempo para despedirse de amigos o familiares, sin tiempo para decir adonde iban. Se les permitía llevar una pequeña maleta con lo indispensable: un poco de ropa, unos zapatos de repuesto y los tazones del desayuno.


Cuando iban hacinados en el tren trataban de escribir unas cartas de despedida que lanzaban desde los vagones confiando en que quien las encontrase podría avisar a sus familiares. Nunca tuvieron la seguridad de que esas cartas llegarían, pero algunas llegaron. Pueden verse en la exposición. Después de llegar al campo de exterminio, se les separaba en dos filas, hombres y niños mayores, mujeres, niñas y niños pequeños. Nunca se llevó un registro para dificultar la identificación de las víctimas lo más posible en caso de que los nazis perdiesen la guerra.


A las víctimas se las tranquilizaba para que no armasen escándalo y se les obligaba a desnudarse para darse una ducha. Duchas que, decían, eran para desparasitarles. Duchas que, en realidad, eran cámaras de gas, Zyclon B. Tardaban entre 3 y 15 minutos en morir y los que más resistían intentaban trepar entre los cadáveres del resto para respirar.

El niño fue muy cuidadoso al guardar el calcetín dentro de su zapato.




Después de muertos había que dar salida a los cadáveres, pero antes todavía podía encontrarse algo aprovechable. Monturas de gafas, dientes de oro, anillos. Se construyeron enormes hornos crematorios porque enterrar a los cadáveres era demasiado trabajoso. Hornos que fuesen sólidos porque iban a ser muy utilizados. Aunque todo estaba metódicamente pensado. Surgían problemas de última hora a los que había que dar solución. ¿Qué hacer con tantas cenizas? Un nazi encontró la solución. Se podían esparcir por las carreteras para que los coches no resbalasen. Problema resuelto.

Notas que los prisioneros tiraban desde los trenes para despedirse de amigos y familiares.
Uno de los directores del campo, aquel que estaba tan orgulloso de su eficiencia, fue Rudolf Höss. Desde 1940 a 1943, él y su familia vivieron en el campo y fueron felices; felices y eficientes máquinas de matar. Fue capturado y posteriormente juzgado en Nüremberg, condenado a muerte por ahorcamiento. En el juicio afirmó que en el campo se habían exterminado a unos dos millones y medio de judíos, por encargo directo de Hitler y siguiendo las directrices de la Solución final. Otros 500.000 murieron de hambre y enfermedades. Declaró también que sintió pena frecuentemente por las víctimas pero que debía cumplir una orden. James Owen en su libro Nüremberg. El mayor juicio de la historia, afirma que el testimonio de Höss fue de los más espeluznantes por el desapego y frialdad con la que relató ese horror. Fue ahorcado delante del crematorio de Auschwitz en 1947. Fue la última muerte en el campo.




























Prisioneras caminando desnudas hacia las duchas de gas. 
Alberto Errera fue un judío griego prisionero en Auschwitz y miembro del sonderkommando. Tomó de manera clandestina estas fotos y las escondió en el campo antes de que le asesinaran por intentar huir. Los sonderkommando eran prisioneros de los campos, judíos y no judíos, y se encargaban de trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios.

La exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos es muy emocionante. No es nada truculenta, a pesar del tema. Expone con dramatismo y mucho respeto lo que pasó allí y también cómo se llegó a esa situación. Cómo desde la prensa y desde la autoridad empezó a demonizarse a los judíos. A considerarlos como enfermedades sociales, como tumores que había que extirpar. Una vez que esta idea quedó sembrada en el cerebro y el corazón de la gente, el exterminio fue sencillo.

Tazones infantiles para el desayuno

Los vecinos de toda la vida, judíos, desaparecían sin dejar rastro y nadie quería preguntar por ellos. Se sabía que había campos de internamiento y que sus casas y sus puestos de trabajo eran ocupados por otros, pero no se le daba mucha importancia.

Guardias descansando y felices

La exposición se esmera en mostrar las instalaciones de los campos, pero también en los objetos personales de las víctimas. A pesar del interés de los nazis porque no quedase ni un recuerdo de las víctimas todavía se pudieron rescatar cosas. Lo poco que cabía en una maleta, zapatos, un talit de oración, botones, cepillos para el pelo, fragmentos de tazas de desayuno infantiles, un ajedrez tallado en madera por un prisionero del campo y el corazón de Auschwitz.

El corazón de Auschwitz es un libro en forma de corazón que realizaron 19 mujeres prisioneras para felicitar a una compañera por su cumpleaños, con mensajes en polaco, alemán, francés y hebreo. En medio de la barbarie y, a pesar de los intentos de los carceleros por reducir a los prisiones a la condición de animales, de virus o de enfermedades, quedó un poco de espacio para la esperanza, la solidaridad y el amor. 

Esta es la traducción de uno de los mensajes.


También habla de personas. De hombres judíos y de hombres nazis. Hay pocas menciones a mujeres. Habla de Salli Joseph, un sastre judío alemán que desapareció en Auschwitz. Como todo joven alemán fue movilizado durante la I Guerra Mundial y distinguido con la Cruz de Hierro por sus servicios. No fue suficiente y 20 años después sus antiguos compañeros de armas le mataron.


En Oswiecim, el nombre polaco de Auschwitz, también vivían judíos. Alfons Haberfeld era uno de ellos, no especialmente religioso. Un próspero empresario perfectamente integrado en la comunidad. Tenía una fábrica de vodka que exportaba por toda Europa. En 1939, junto con su esposa viajó a Nueva York por negocios, dejando a su hija con la abuela. Estas dos murieron en un campo de concentración y los Haberfeld nunca pudieron regresar a Oswiecim. Los nazis ocuparon su casa y la utilizaron como cuartel general.

El despacho de Haberfeld
Pocas referencias hay a los españoles que también murieron en los campos nazis. Únicamente, una fotografía de Ángel Sanz Briz. Diplomático nacido en Zaragoza en 1910, que durante la II Guerra Mundial desde la embajada española, salvó la vida a unos 5000 judíos húngaros. Les facilitó pasaporte y visados españoles. Al principio sólo a los de origen sefardí, al final a todos los que pudo. Fue reconocido por el Estado de Israel como Justo entre las naciones. También se puede ver en la exposición documentación relativa al bombardeo de Guernica.

Ángel Sanz Briz

También habla de los nazis. Jóvenes comprometidos con una causa en la que creían fervientemente. Jóvenes que se divertían después de matar y que ligaban con las SS-Helferinnen, mujeres guardianas de los campos de concentración. Jóvenes que probablemente habían crecido con juegos, inocentes juegos de niños, como este juego de mesa ¡Judíos fuera! de 1936. Un juego para toda la familia, en el que ganaba quien consiguiera expulsar a más judíos fuera de las murallas de una ciudad de cartón. Había fichas de policías y fichas de judíos odiosos, feos y caricaturescos. No fue una invención nazi, sino un negocio más de una compañía llamada Günther&Co. Es difícil llegar a comprender lo que ocurrió durante el nazismo, autores como Zygmunt Bauman lo han intentado. Su libro Modernidad y holocausto trata del tema. Aquí mi reseña, Modernidad y holocausto. Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, también abordó el holocausto y los posteriores juicios a los genocidas. 

 El juego de mesa ¡Judíos fuera! de 1936. Detalle de la ficha del judío.


Estos últimos días, en los que hay condenas de cantantes, de músicos y de otros artistas que, pretenden ejercer su libertad de expresión, insultando a los demás, deberíamos recordar que los nazis también ejercían su libertad de expresión diciendo y escribiendo barbaridades de otros seres humanos. Y que, como no se les paró a tiempo, de la brutalidad verbal pasaron al exterminio con la complicidad y el silencio de toda la sociedad.

Dibujo del crematorio 3. David Olère. Perteneció al sonderkommando y sobrevivió. 




La exposición puede verse en el Centro de Exposiciones Arte Canal. Paseo de la Castellana, 214. 
Hasta el 17 de junio de 2018



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