miércoles, 9 de mayo de 2018

Exposición de fotografía: Se va mi sombra, pero yo me quedo


Aprovechando que había una exposición de fotografía del siglo XIX, fui a visitar el Museo del Romanticismo, donde no había estado nunca. Me ha parecido precioso. Muy bien cuidado y con una colección excelente. Pero eso sí, imposible abarcarlo en una única visita.

La exposición se llama Se va mi sombra, pero yo me quedo. Ilusión y fotografía en el Romanticismo, título tomado de una poetisa de la época, Carolina Coronado. Las fotografías tratan de aportar vida al edificio y proponen al visitante asomarse a la intimidad del hogar de la alta burguesía madrileña de entonces. Son obras pertenecientes al mismo museo pero que, habitualmente, no están en exposición, por ser copias de la época muy delicadas. Una lástima que no se pueda ver toda la colección. Espero que se animen a hacer otras exposiciones temáticas sobre fotografía del siglo XIX, porque es una época apasionante.

Antonia Díaz de Bulnes vestida de dama de picas. Pedro Martínez de Hebert, 1861.

Parece imposible que se puedan conservar esas copias dignas de cualquier alquimista o de una bruja oculta en su cuarto oscuro. Los primeros procesos para fijar las imágenes fotográficas casi estaban más cerca de la magia que de la ciencia. Impregnar un papel con clara de huevo y sales de plata y que después se revelase una imagen sorprendería hoy tanto como en el siglo XIX.



Las familias se reunían para pasar veladas cultas.
Leyendo o simplemente mirando los álbumes de fotografías de países exóticos.

En algunas de las habitaciones se han instalado las fotografías de la exposición, pero no como copias enmarcadas. La mayoría de ellas están pensadas para ser disfrutadas con un visor especial que convierte dos imágenes en una imagen tridimensional. Son copias estereoscópicas realizadas en papel a la albúmina. Lo cual les da una sutileza especial. Que las sombras que aparecen en las fotografías vuelvan a habitar el edificio produce una sensación muy extraña, muy en línea con el romanticismo y su visión de la vida y la muerte, que también puede percibirse en los cuadros y en el resto de objetos del museo, incluidos los juguetes de los niños.





































La gallina ciega. Fotografía estereoscópica en papel albuminado. Anónimo, ca. 1860



















Cuando las visitas se iban, todavía quedaba tiempo para sosegarse un poco al calor del hogar.

Hay también otras fotografías diseñadas para ser vistas en un aparato llamado Megaletoscopio Privilegiato que también proporciona un efecto en tres dimensiones al estar retroiluminado. En este caso, el papel a la albúmina se pegaba sobre otros papeles más finos llamados tissues, pintados con acuarelas para dar color a la escena. En esta fotografía, además, hay pequeños orificios que permiten que la luz pase y que recrean la iluminación del teatro.




























Nápoles, Teatro de San Carlos. Anónimo, ca. 1875

En esta época el ocio comenzó a ser considerado muy importante. En parte porque, a pesar de que algunos de estos burgueses terminaron siendo ennoblecidos, sus comienzos habían estado en el mundo de los negocios y sabían lo que era trabajar y poder descansar, no como los nobles de cuna. Para los burgueses el teatro era su escenario perfecto. Allí donde podían exhibir su riqueza y su éxito. Paradójicamente, no se asistía al teatro para ver, sino para dejarse ver y sobre todo para dejarse envidiar. Los salones de baile, las habitaciones con juegos para adultos y niños, eran imprescindibles en sus palacetes y signo de triunfo y distinción. Muy interesando también por la literatura y el arte; vieron en la fotografía el mecanismo más adecuado para dejar constancia de su modo de vida. Las mujeres accedieron a una educación más cuidada, sobre todo artística. Pintaban, escribían poemas, pero de ninguna manera se consideraba que debía ser su modo de vida. Era una simple distracción.

Obrador de pintura. Anónimo, ca. 1860


Los burgueses se hacían tarjetas de visita con sus retratos, muchas veces, engalanados con disfraces para recordar sus grandes fiestas y bailes de máscaras. Y también se coleccionaban retratos de personajes importantes: políticos, reyes, reinas y, como no, cantantes y actrices. Un piano, en la casa, era imprescindible. Pero también podía encontrarse un arpa, como aquélla que encontró Bécquer.


Tanto el museo como la exposición temporal son muy recomendables y hay que darse prisa para verla porque termina el próximo 13 de mayo de 2018. De todas maneras, se ha editado un buen catálogo que puede conseguirse en la tienda del mismo Museo a un precio muy asequible. 


Museo del Romanticismo
C/ San Mateo, 13, Madrid.

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