Cold War quedará como una película clásica por su buena factura y, en mi opinión, por ser una evocación
libre de Casablanca y de qué hubiese pasado con Rick e Ilsa si hubiesen seguido juntos, en un mundo convulso. Merece ser
considerada una gran película pero, al mismo tiempo, quienes estamos empeñadas
en deconstruir el concepto patriarcal de “amor romántico” deberemos añadir también una crítica un pelín ácida. Empezamos por lo bueno.
Wiktor y Zula vivirán las idas y venidas de su amor en plena Guerra Fría, como una corriente que les arrastra irremediablemente. Se han
conocido apenas acabada de la II Guerra Mundial, cuando el gobierno
prosoviético polaco empieza la reconstrucción de su identidad nacional dando
relevancia a los campesinos y a su folklore. Wiktor es un pianista treintañero,
de clase alta y modales refinados, encargado por ese gobierno comunista de
seleccionar a jóvenes para crear un grupo folklórico. Zula es una
superviviente que, paradójicamente, tiene un componente muy intenso de autodestrucción. Se ha criado en la pobreza del entorno rural polaco con un padre
abusivo y, aunque no se dice abiertamente, parece haber sido condenada por homicidio al defenderse de un intento de violación por parte de su padre. Es apenas una adolescente
con una voz preciosa y una belleza hipnótica.
Su amor también será una guerra fría, una especie de
ni-contigo-ni-sin-ti. Se buscan, se persiguen, se encuentran, se abandonan y todo
ello durante unos 15 años, siguiendo los avatares de la historia mundial y
enlazados siempre por la música. El folklore, el jazz, la música culta; el
campo polaco, el Berlín de antes del muro, el París de la bohemia y los años
1950 y la vuelta a Polonia, un campo de trabajo y el final.
Wiktor escapa de Polonia ilegalmente; Zula se casa con un
italiano para poder emigrar y reencontrarse con él en París. En París la breve convivencia
está intoxicada por la nostalgia y por su propia deriva psicológica, el alcohol y el humo de los cigarrillos. La música en las caves de jazz podría ser un medio de vida interesante para Wiktor y Zula, pero Zula no lo soporta y vuelve a Polonia. Wiktor, en una escena muy intensa, dominada por la música, decidirá ir tras ella, a pesar del riesgo de encontrarse con una
condena de 15 años en un campo de trabajo donde le romperán las manos. Podrían haber vivido en París, un exilio dorado, pero son demasiado egocéntricos, demasiado caprichosos, absolutamente dependientes el uno de la otra y nostálgicos de Polonia. Cuando Zula se entera de que Wiktor ha vuelto, se casa con un alto
cargo comunista a cambio de que le liberen, aunque le cueste 5 años conseguirlo.
Pero con la libertad les queda un escenario poco atractivo.
El trabajo en un cabaret polaco para “burgueses comunistas”, con decorados de
cartón piedra, una orquesta de mariachis altos, rubios y de ojos azules rodeados de unas palmeras de
plástico. Todo como una mala copia de la decadente sociedad consumista
occidental. Ante esa deriva y después de no poder volver a París, Wiktor y Zula sólo pueden
terminar en el lugar en que se conocieron. En una monumental iglesia destruida
por la guerra y simulando una ceremonia final de matrimonio.
La película está rodada en un espectacular blanco y negro y
se explaya en ciertos momentos de su vida, dejando que el espectador pueda
elucubrar durante los extendidos fundidos en negro qué habrá pasado con los
protagonistas. La música es emocionante y todavía es mucho más emocionante lo
que la música dice de los personajes. Unos personajes apasionados muy bien dibujados
en su locura permanente, rodeados de unos secundarios pragmáticos y
materialistas que no les entienden.
Así, de esta manera, a veces se hace más evidente que rozan
peligrosamente el ridículo, lo grotesco y la ñoñez pero con mucha elegancia. Más
que un amor romántico es un “amour fou”, entre niñatos que llegan a asquear un poco, pero que encaja perfectamente en ese escenario
europeo arrasado por la guerra y que irremediable y trabajosamente conseguirá renacer. El
final, sin embargo, me resulta un tanto sospechoso y puesto que he afirmado que
Zula es una superviviente puedo quedarme con la sensación de que ahí no acaba todo
para ella. Yo me fui del cine con una sonrisa feminista, porque el muerto al hoyo y la viva…
Dirección: Pawel Pawlikowski
Guion: Pawel Pawlikowski y Janusz Glowacki
Fotografía: Likasz Zal
Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc.
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