Desde mi punto de vista, en El hombre que mató a Liberty Valance el protagonista absoluto es el
momento de cambio sociopolítico producido en el Oeste y la sustitución de una
masculinidad por otra. En el momento de la expansión hacia el oeste era
necesario un hombre rudo, violento y, en ocasiones, sanguinario;
posteriormente, para la consolidación de las nuevas ciudades el hombre
político, idealista e ilustrado será el que venza.
Algo parecido sucede en esta película en la que, además, se
recrean las condiciones necesarias para mostrar la más hermosa relación de amor
entre hermanos que yo recuerde.
El título podría hacer pensar a un espectador no muy
informado que la película es una comedia. Pero nada más lejos. Desde los
primeros fotogramas se manifiesta la brutalidad y la violencia que todavía no
han sido sustituidas por un estado de derecho y por el imperio de la ley.
Cualquiera, cualquiera que tenga dinero por supuesto, puede encargar a unos
sicarios que ajusten cuentas por cualquier ofensa real o inventada. Incluso
puede tener en nómina estable a este tipo de pistoleros.
Eso es algo que la película no cuestiona pero sí que
aprovecha para presentarnos a estos pistoleros. Y según van cabalgando y
buscando a su próxima víctima podremos conocer su vida presente y también su
vida anterior, su infancia y algunas de las decisiones y motivos que les han
llevado a ejercer esa peculiar profesión y a mostrar un cansancio y hastío
infinitos.
Eli Sisters (John C. Reilly) es el hermano mayor, el que
actúa y habla con más franqueza, el que quiere volver a casa, sentar la cabeza,
buscar una buena chica y poner una tienda. Es el que quiere aprender a lavarse
los dientes y el que muestra una compasión y ternura infinitas con su hermano pequeño
Charlie. Charlie Sisters es un psicópata alcoholizado que disfruta matando. Ha
heredado todos los genes y el gusto por la violencia de un padre que maltrataba
a su mujer. Al mismo tiempo y contradiciendo a Freud, se odia a sí mismo por
ser así y por haber matado a su padre cuando todavía era un niño. Ambos son la
muestra de la masculinidad violenta que empieza a manifestar rasgos de cambio,
especialmente, en la actitud de Eli y en los otros dos protagonistas.
Como antagonistas, aquéllos que defienden una masculinidad
alternativa y una nueva sociedad, nos encontramos a John Morris el detective
privado perseguidor (Jake Gyllenhaal), fascinado por el nuevo mundo y que escribe
y reflexiona, puntualmente, sobre todo aquello que le sorprende y a Hermann
Warm (Riz Ahmed), el científico idealista, que pretende crear un falansterio
donde cada ser humano pueda desarrollarse en un ambiente de justicia, igualdad
y libertad y que, parece transformar todo lo que toca, a las personas también.
Los dos son el contrapunto utópico y minoritario dentro de ese mundo todavía
violento que terminará fagocitándoles.
A mí no me acaba de convencer la intervención de estos dos
personajes seguramente porque la historia de los hermanos, por sí sola, ya es muy potente. Me parece que lastran y enlentecen la acción principal que sería la
reconversión y reinserción social de los hermanos. Sí que hacen patente que la fiebre
del oro, la célebre Gold Rush, podía
tener otras motivaciones más altruistas que no fuesen la pura necesidad o la
exorbitada codicia del ser humano pero, al fin y al cabo, las personalidades
contrapuestas de los hermanos ya son indicio suficiente del cambio que se está
produciendo.
Como curiosidad parte del rodaje se llevó a cabo en Navarra
y también en Aragón. Parece que el Valle de Zuriza o la Selva de Oza pueden reflejar
correctamente el mundo salvaje y hostil del Oeste. No en vano, la acción se
sitúa en 1851, en el estado de Oregón, nombre de origen español.
Dirección: Jacques Audiard
Guion: Jacques Audiard y Thomas Bidegain, sobre novela de Patrick Dewitt
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Benoît Debie
Intérpretes: Joaquín Phoenix, John C. Reilly, Jake Gyllenhaal, Riz Ahmed
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