Todos nos hemos acostumbrado a hablar de barbarie nazi y a
considerarla como un episodio lamentable pero excepcional en la historia
de la humanidad. Todos, menos el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Él tiene muy
claro que el holocausto fue la consecuencia lógica de la modernidad. Parece un
contrasentido, ¿no? Se esperaba de la modernidad que liberase al individuo,
pero nadie pudo prever su lado oscuro: el celo puesto en conseguir una
racionalidad eficiente y burocrática, dirigida a construir una nueva sociedad
más justa y libre, en manos de un loco, tuvo como consecuencia el horror y la
muerte. Se pasó por alto cualquier noción de moralidad, de empatía con el ser
humano y de respeto por la diferencia y como consecuencia de ello millones de
personas terminaron en humo. Modernidad y
Holocausto es el libro donde Bauman reflexiona incisivamente sobre este
contrasentido. Debería ser un libro de lectura obligatoria, muy recomendable.
El triángulo azul marcaba a los prisioneros republicanos
españoles en el campo de Mauthausen. Exiliados después de luchar en la Guerra
Civil Española y combatientes por la liberación de Francia, fueron clasificados
como apátridas porque Franco no les permitió volver a España. Así llegaron a
Mauthausen, a compartir destino con gitanos, judíos, comunistas, etc. Y de Mauthausen
al cielo, vía crematorio; pero antes de la muerte, siguieron con su lucha. Los
nazis estaban tan seguros de estar cumpliendo un destino grandioso para la
humanidad y de su victoria que no tuvieron ningún problema de documentar sus
horrores. Toda esa documentación se volvió contra ellos, aunque los máximos
responsables, en un último acto de cobardía premeditada, ya habían elegido el camino del suicidio. La lucha de estos
prisioneros en el campo de concentración, por encima de su derecho a la
supervivencia, consistió en sacar negativos y copias de las fotografías y
entregarlas a la Resistencia, para que se supiera oficialmente, lo que ya se
sabía y no se quería ver.
Esta obra empieza con un monólogo de Paul Ricken (Paco
Obregón), encargado del servicio de documentación fotográfica del campo de
concentración. Intenta explicar a sus hijos lo inexplicable. Cómo un hombre
culto, con criterio propio y cierto sentido común se ve involucrado en el
exterminio de sus congéneres. No trata de disculparse porque sabe que no puede
tener ninguna disculpa. Una posible explicación para la participación masiva de
la población en el exterminio de otros compatriotas alemanes (y después del
resto de nacionalidades) es que la organización del exterminio había empezado
mucho antes y con pequeñas injusticias a las que nadie dio importancia: prohibir que los judíos
accedieran a determinados puestos de trabajo, que no pudieran tener
propiedades, que no pudieran frecuentar determinados establecimientos. Con todo
ello el resto de alemanes estuvo de acuerdo, porque salían beneficiados. Los
biempensantes alemanes fueron cayendo, sin darse cuenta (aparentemente) por una pendiente resbalosa de
injusticias hasta llegar a la solución final.
La puesta en escena de la obra es un cabaret macabro, que combina humor negro y dolorosa verdad. Incluso participamos aplaudiendo la muerte de
los prisioneros, casi sin darnos cuenta. La escenografía parece inspirada en
las Pinturas Negras de Goya y en los cuadros de Brueghel; pero además ese
horror es superado con la proyección de fotografías originales sobre el
holocausto.
Como siempre y como en todos los conflictos las mujeres, doblemente abusadas. Representadas por Oana (Elisabet Altube), prostituida por los gerifaltes nazis y también por sus compañeros prisioneros; todos la comparten sin ningún escrúpulo. Bailar con la muerte, esa sería la síntesis de El triángulo azul, obra de teatro escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente y basada en el testimonio y las fotografías del campo de Mauthausen tomadas por Francisco Boix y que sirvieron durante el juicio de Núremberg para documentar la barbarie nazi.
Como siempre y como en todos los conflictos las mujeres, doblemente abusadas. Representadas por Oana (Elisabet Altube), prostituida por los gerifaltes nazis y también por sus compañeros prisioneros; todos la comparten sin ningún escrúpulo. Bailar con la muerte, esa sería la síntesis de El triángulo azul, obra de teatro escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente y basada en el testimonio y las fotografías del campo de Mauthausen tomadas por Francisco Boix y que sirvieron durante el juicio de Núremberg para documentar la barbarie nazi.
Muy emocionante, a pesar de que la acústica del teatro a
veces no acompañase a los actores. El monólogo desesperado de Ricken y el texto
de las canciones, llenos de sarcasmo y violencia verbal, en algún momento se perdían.
El triángulo azul ha obtenido el Premio Nacional de Literatura Dramática 2015
Autores: Laila Ripoll y Mariano Llorente
Música: Pedro Esparza
Escenografía: Arturo Martín Burgos
Iluminación: Luis Perdiguero
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Videoescena: Álvaro Luna
Espacio sonoro: David Roldán "Oru"
Ayudante de dirección: Héctor del Saz
Producción: Centro Dramático Nacional.
Músicos: Carlos Blázquez, Carlos Gonzalvo, David Sanz
Intérpretes: Manuel Agredano (La Begún), Elisabet
Altube (Oana), Marcos León (Paco), Mariano Llorente
(Berttmeter), Paco Obregon (Paul Ricken), José Luis
Patiño (Toni), Jorge Varandela (Jacinto)
Dirección: Laila Ripoll
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