Aprovechando que había una exposición de fotografía del
siglo XIX, Se va mi sombra, pero yo me quedo fui a visitar el Museo del Romanticismo, donde no había estado
nunca. Me ha parecido precioso. Muy bien cuidado y con una colección excelente.
Pero eso sí, imposible abarcarlo en una única visita.
El palacete fue construido en 1776 y fue propiedad del
marqués de Matallana. En los años 1920, el marqués de la Vega-Inclán alquiló el
edificio para sede de la Comisaría Regia de Turismo y después albergó allí
también su colección sobre el romanticismo que, en los años 1980 se completó
con otras piezas, hasta llegar a las 20.000 actuales. Me ha parecido muy curioso que ya en los años 1920 hubiera
una Comisaría de Turismo, supongo que sería una especie de Dirección General
para promocionarlo. No lo sé. Nos parece que el turismo surgió en los años
1960, pero el interés por promocionarlo ya había sido anterior. Aunque fuese un
turismo más cultural y selecto y no tan masivo y puramente playero.
Dormitorio de ella. Dormitorio de él.
Recientemente el museo ha cumplido sus primeros 90 años y en
la exposición que vi volvió a estar habitado por las sombras que aparecen en
las fotografías de su colección. Esto produce una sensación muy extraña, muy en línea con el
romanticismo y su visión de la vida y la muerte, que también puede percibirse
en los cuadros y en el resto de objetos del museo, incluidos los juguetes de
los niños. Exposición. Se va mi sombra, pero yo me quedo
El salón del teatro y la literatura
El romanticismo fue un movimiento muy revolucionario y en
absoluto ñoño. Estaba fascinado con la fantasía, lo sobrenatural y lo mágico,
las invenciones y el desarrollo de la ciencia. En España se instaló de manera
tardía, pero por eso mismo fue muy intenso. Tuvo dos vertientes principales. En
primer lugar, el romanticismo historicista que reivindicó la literatura del Siglo
de Oro, considerada como aglutinante del nacionalismo cultural español. La
otra vertiente fue el costumbrismo, centrado en las clases populares, más
castizas y espontáneas y que, al final, contribuyó a la decadencia del mismo
movimiento romántico.
En la planta baja, frente a la entrada principal se sitúa el
patio de San Mateo; cerca de él está también el jardín del magnolio, pero no me
quedó tiempo para visitarlo. En la planta noble se sitúan las dependencias de
la vivienda principal. Cada una de ellas mantiene el uso para el que fue
pensada y además alberga las obras del museo. Queda, así, muy bien distribuido.
En la antecámara está este espectacular cuadro de Charles
Porion de 1867, Isabel II dirigiendo una
revista militar, aparte del porte de la reina y que está acompañada por el
rey consorte, destaca también la expresión de sufrimiento del caballo. Un
precioso caballo blanco en primer plano.
El salón de baile es una de las piezas principales del
edificio. Los burgueses románticos estuvieron muy preocupados por la cultura,
el arte y la literatura, pero también sabían disfrutar del ocio, con bailes y
mascaradas. De este salón me quedaría con todo el mobiliario. El sofá circular
de capitoné, el sillón de secretos, el arpa y las sillas y los sillones. Seguro
que fueron testigos de muchos amoríos prohibidos. Al fondo, un retrato de
Isabel II pintado por José Gutiérrez de la Vega y a ambos lados del espejo los Marqueses de las Marismas del Guadalquivir,
de Francisco Lacoma.
En la sala de los costumbristas andaluces encontré este
cuadro de 1855 de Eugenio Lucas Velázquez. Se llama La plaza partida. Me llamó la atención porque apenas hay toros pero los caballos han sido víctimas destripadas
de una gran violencia. El público, ricos y pobres, abarrota la plaza y está
deseoso de ver la sangre y de exhibirse como hace la mujer de la mantilla
negra.
Los niños también eran protagonistas de la casa y tenían su
propia habitación para juegos. Muñecas de cara de porcelana con sus correspondientes
ajuares (y que aquí dan un poco de miedo), casas para las muñecas, álbumes de
cromos, juegos de cartas y también un coche que, supongo, iría tirado por un
perro (lo cual no me gusta nada). Para las mujeres adultas la costura y el
bordado también podía ser un entretenimiento. Y por supuesto el baile y los
carnets de baile.
Los románticos también tuvieron un interés especial, y quizá
morboso, por la muerte. En la sala de juegos de los niños estaba esta escultura
de un Infante muerto de José Piquer y
Duart. En el Gabinete de Larra, se puede ver el célebre retrato de Vicente
Palmaroli de 1870, Gustavo Adolfo Bécquer
en su lecho de muerte y también las dos sátiras sobre el Suicidio romántico y el Suicidio romántico por amor de Leonardo
Alenza.
Pasando ya a la sala de la literatura y el teatro, a la que
tan aficionados eran los románticos, seguimos con la muerte. Esta vez con un cuadro
pequeño y cargado de significado y con título terrorífico. La novia enterrada viva de Eduardo Cano de la Peña. En realidad no
está enterrada sino encerrada en una especie de celda, desde el día de su boda.
Parece que esta idea de la joven encerrada en un convento desde la boda por un
vengativo marido era muy del gusto de la época romántica. Seguramente el marido
se casaría para acceder a los bienes de la novia y le molestaría tenerla cerca.
Con una composición muy sencilla el autor nos enseña el sufrimiento de la joven
novia.
Otra de las piezas más curiosas, el retrete de Fernando VII,
de caoba, bronce y terciopelo, de 1820. Este mueble estuvo en el Museo del
Prado, en un pequeño cuarto dedicado al aseo de los reyes y que tenía vistas al
Jardín Botánico. Hoy es la sala 39. Parece que aunque fue encargado por
Fernando VII, lo utilizó su hija Isabel II porque él había muerto antes de que
estuviera acabado. La factura quedó sin pagar. Muy curioso. Me hubiese gustado
también ver las habitaciones de los criados y las cocinas y alacenas. También
es importante saber cómo vivían ellos.
Museo del Romanticismo
C/ San Mateo 13, Madrid.
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