jueves, 18 de octubre de 2018

Cine: El reino de Rodrigo Sorogoyen (2018)


Si hay algo que, en los últimos años caracteriza a un político corrupto es su afición por las comilonas de marisco y los paseos en yate. Así es como empieza esta película con varios personajes, entre ellos sólo una mujer, sentados a la mesa de un restaurante de moda, en una ciudad mediterránea, zampándose raciones y raciones de marisco, riendo y bebiendo, sintiéndose los más listos de la clase. 

No sé a qué reino hace referencia la película, pero el partido político que se representa podría ser PP, PSOE o, incluso, cualquier otro de ámbito autonómico con ciertas conexiones con el poder central. La ciudad tampoco se nombra pero bien podría ser alguna ciudad valenciana o andaluza o balear. Está bien que no se haya definido la localización porque en todas ellas ha habido sonoros casos de corrupción que parecen dar la razón a quienes sienten la corrupción como un mal endémico.


En ese contexto se ha movido, en los últimos años, como pez en el agua Manuel López Vidal, interpretado por Antonio de la Torre. Ahora, cuando está a punto de culminar (de momento) su ascenso político, se destapa un caso de corrupción que le señala directamente. Sin embargo, él empieza una carrera desenfrenada cuyo objeto principal es demostrar que no es el único implicado. Ya se sabe. Cuando todo va bien somos muy amiguitos, pero cuando las cosas empiezan a ir mal, tiro de la manta y me llevo a todos por delante. Esto hará que sus compañeros le consideren una amenaza directa y le empiecen a tratar como un apestado: no le cogen el teléfono, no lo quieren recibir en sus despachos. Para que pueda salvarse será determinante que pueda incriminar al resto. Cosa que no será nada fácil con la policía, la prensa y sus propios compañeros detrás.


Lo que más me ha sorprendido de esta película es la ausencia de biografía del político, un hombre del que sólo se juzga su pasado y su presente corrupto, pero del que sabemos poco más. Es un buen padre de familia, todavía enamorado de su mujer después de más de 20 años de matrimonio, pero no conocemos nada de su familia de origen, de su vida de juventud, de sus estudios o de sus otros trabajos antes de meterse en política.


Alguna anotación sobre su pasado quizá contribuyera a explicarnos su deriva. Pero el director no quiere darnos explicaciones. Nada de una infancia traumática o dominada por la pobreza, nada de una juventud de privaciones que nos pudiera hacer empatizar con él. Pienso que quiere presentar a un corrupto de una manera neutral, sin darle excusas ni justificaciones de ningún tipo pero, al mismo tiempo, exponiéndole como un hombre normal. 


Él dice de sí mismo que sólo hacía lo que hacían los demás y, en vista de la reacción de sus compañeros le creemos, pero esto no nos debe servir como justificación. Hay una escena muy reveladora. En un bar, el camarero está hablando animadamente con unos clientes y en un momento dado, se confunde, al darle los cambios a un joven. Visiblemente le devuelve más dinero del que le corresponde y éste joven, tranquilamente, se lo mete en el bolsillo. En cierta manera, esto también es corrupción porque, quizá, cualquiera de nosotros, gente normal, hubiéramos hecho lo mismo. Que quede bien claro que todos podemos ser corruptos.


Antonio de la Torre está rodeado de buenos actores y actrices con magníficas interpretaciones. Josep María Pou, al que espero ver en el Teatro Principal de Zaragoza en el nuevo montaje de Moby Dick, entre ellos; pero también Luis Zahera que, en una secuencia memorable, expone las debilidades y neuras de un buen corrupto. También hace un pequeño papel Laura Gómez-Lacueva de Oregón TV y Bárbara Lennie que, en el monólogo final, nos deja con los pies al borde del precipicio.


Dirección: Rodrigo Sorogoyen
Guion: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Música: Olivier Arson
Fotografía: Alex de Pablo
Intérpretes: Antonio de la Torre, Josep María Pou, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Bárbara Lennie.

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