La autora.-
Novelista australiana con fama de provocadora y desde luego
por esta novela lo es. Con esta novela ganó el Stella Prize, premio establecido
en 2013 para cualquier tipo de género literario escrito por mujeres. Hasta
ahora no se ha traducido ninguna de sus otras obras al castellano.
Mi opinión.-
A primera vista se podría creer que ésta es otra novela de
distopía terrorífica donde las mujeres son las protagonistas principales. Sin
embargo, nada más empezarla vemos que lo más terrorífico es que podría darse
perfectamente en la realidad. Es más, la autora se inspiró en hechos reales.
Diez mujeres jóvenes se despiertan en un lugar aterrador
después de haber sido drogadas. No se conocen entre ellas, aunque algunas son
famosas. Los guardianes les rapan el pelo, las visten con harapos y les
racionan la comida. Las obligan a trabajar y las maltratan, aunque no hay
agresiones sexuales. Y esperan.
Este es el canto siniestro de los dacelos o cucaburras.
Parecen reírse amargamente de ti o quizá de ellos mismos
Vera y Yala se distinguirán pronto de las otras y también
entre ellas mismas. Yala se servirá de su instinto para sobrevivir. Se
convertirá en una cazadora y renunciará incluso a hablar. Vera, por el
contrario, explotará al máximo sus capacidades racionales para tratar de
escapar. Es una mujer muy culta y recordará sin cesar sus visitas a ciudades
europeas y a museos y será capaz de trazar un plan para eliminar a su carcelero
que, sorprendentemente, saldrá bien. El resto de compañeras quedan diluidas por
la fuerte personalidad de Yala y de Vera.
Poco a poco vamos descubriendo que todas tienen algo en
común. Han sido víctimas de agresiones sexuales o han manifestado algún tipo de
conducta sexual no aceptada por una sociedad occidental y se han atrevido a
denunciarlo. Como consecuencia de ello sufren este internamiento y una
violencia atroz contra sus cuerpos que proviene de la actitud de sus carceleros
que a su vez viven encarcelados allí y también proviene de un medio ambiente
agreste. Una granja abandonada y cercada por una valla eléctrica, en un paraje
inhóspito.
A medida que todos los personajes caen en la cuenta de que
nadie irá a por ellos, los papeles se invierten. Las prisioneras ya no lo serán
tanto y los carceleros perderán parte de su poder. En ese momento, me recordó a
la novela de William Golding El señor de
las moscas donde unos niños que han sufrido un accidente y han ido a parar
a un isla desierta reinventan la humanidad con los mismos errores y abusos. Y
pensé que también sería el inicio de una nueva tribu, una tribu matriarcal.
Especialmente, cuando las mujeres se comprometen a fabricar una muñeca. Una
muñeca que resulta ser siniestra. Pero no, no crean una nueva sociedad.
El señor de las moscas |
No entendemos porqué durante toda la novela las prisioneras
son sometidas a esa violencia brutal, física, psíquica y también medioambiental
que, sin embargo no necesita ser explícita ni macabra. No hay redención en el
enciero pero tampoco hay muerte. Hay existencia sin esperanza y el único deseo
de prorrogar el sufrimiento sin ninguna explicación. Pero en el mundo real, a
menudo, tampoco entendemos porqué nos pasan las cosas.
El estilo de la autora puede definirse como lacónico,
brutal, llevando a las mujeres y a los carceleros al borde de la animalidad;
pero, resulta también lírico, extremadamente intenso y doloroso. Es una novela
desagradable, a veces repulsiva que, en un contexto de supervivencia es capaz
de relacionar la compasión de Yala acunando a un canguro moribundo con una
nueva Piedad de Miguel Ángel o
comparar la exuberancia de flores y animales en los tapices del Museo de Cluny
con la brutalidad de un paisaje habitado por hierbajos y pájaros estruendosos.
No puedes dejar de leer porque está basada en hechos reales. En todos los países del mundo hay o ha habido técnicas e instituciones para reeducar a las mujeres desviadas. Aquí, en España, los conventos o los manicomios servían para esconder los deslices de las jóvenes. No es tan extraño pensar que, en otros países, todavía sigan existiendo. Terrorífico.
En estado salvaje
Charlotte Wood
Traducción: Miguel Temprano García
Ed. Lumen
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