Episodio 3:
The locked room
The locked room
La pista del repentino fervor religioso de Dora les lleva
hasta una iglesia ambulante regentada por un clérigo protestante. El predicador
es un exalcohólico que vende esperanza e ilusión pero sin ningún fundamento. Los
fieles, de bajo nivel intelectual, viven una religiosidad emocional, un
espectáculo de puro pensamiento mágico. Desde su punto de vista que podría
llamar nihilista pesimista, Cohle observa como el predicador absorbe los temores
de los fieles y pone de manifiesto la pobreza, la obesidad y una cierta tendencia de sus seguidores a creer en cuentos
de hadas.
Hart nuevamente es el contrapunto de hombre normal para
Cohle. No juzga a sus semejantes por su obesidad o por su pobreza, pero todavía
no sabemos si es por humanidad o simple indiferencia. Para el desarrollo de la
investigación recogen en esta iglesia nuevas pistas.
Además en este capítulo, se profundiza en la descripción del
carácter de Hart. Aparentemente más estable y tranquilo que Cohle, pero con una
gran frustración y rabia interior. También tiene más protagonismo Maggie, la
mujer de Hart. Un personaje muy necesario para la catarsis entre los dos
protagonistas pero que a mí no me resulta especialmente atractivo. Está
descrito desde un tradicional punto de vista masculino, como la sufriente-esposa-perfecta-a-punto-de-estallar-y-que-sólo-quiere-comunicación-emocional.
Es guapa y tiene un tipazo que cualquiera querría disfrutar; mantiene también una relación conflictiva con su
madre. Creo que trabaja, pero no estoy muy segura y por lo demás siempre está
esperando en casa a que Hart llegue (de trabajar o de haber estado de putas),
monísima, poniendo morritos y con ganas de comunicación. Además está empezando a sintonizar con Cohle y Hart lo nota; se anuncia el conflicto.
Por supuesto, una de esas noches, hablan y acaban follando
apasionadamente. En la conversación surge lo habitual, el desgaste de la
convivencia, la falta de sexo en el matrimonio, la crisis de los 40, no tener
tiempo para ellos mismos. Lo habitual. En realidad, Hart es un hombre perdido.
Necesita obedecer normas para poder vivir en paz; necesita una familia, pero no
necesita verla muy a menudo; necesita tener amantes para sacudirse la
frustración antes de volver a casa, a jugar a ser el papá perfecto. Siente
mucha responsabilidad por su paternidad y se presenta como un padre cariñoso
para sus hijas, pero en cierta manera esa relación está bloqueada; posiblemente
porque las niñas estén creciendo y no sepa cómo relacionarse con ellas.
Rust Cohle, al contrario de Hart, acepta ser malo; acepta la
maldad en el mundo y aprovecha sus noches de insomnio para repasar casos
antiguos. Allí encuentra un caso parecido que hace unos años pasó desapercibido
y nuevas pistas: la escuela Light of Way y otro nombre, un tal Ledoux. Detenido varias
veces por asuntos de drogas y asalto sexual.
En el interrogatorio que se
desarrolla años después del asesinato de Dora Lange, Cohle recuerda como él mismo miraba
y remiraba las fotos de las mujeres muertas. Llegó a creer que en el último segundo
de su vida y después de todo el sufrimiento de la agresión o la violación, esas
mujeres aceptaban felizmente la muerte porque habían entendido que su
existencia había sido un mero sueño inútil; siempre el mismo sueño repetido. El sueño de creer que alguna vez habían existido y que habían sido personas. Un sueño que se produce dentro de la habitación cerrada
que es nuestra consciencia. Las mujeres, y Cohle también, comprendían que al final del sueño, siempre nos está esperando un monstruo.
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