No es un documental sobre un museo, ni un documental sobre
la pintura. Es un documental de cómo debemos sentir y vivir la pintura. Sin voz en off
que nos diga qué es lo que tenemos que ver, cuándo y cómo. Únicamente sitúa la
cámara frente a las pinturas y deja que éstas se muestren. Puede resultar un
poco largo, aproximadamente son 3 horas de documental, pero desde luego merece
la pena.
Aunque también trata el día a día de un museo y sus
problemas de financiación, pero sólo tangencialmente. Asistimos a una reunión
de la comisión de presupuestos; allí hay quienes apuestan por abrirse más al
público y a nuevas experiencias para captar visitantes (y dinero) y quienes
apuestan por una labor más tradicional y lejos de ese mundo de espectáculos
masivos.
También vemos una lección de lectura de imágenes
impartida para personas ciegas o con dificultades de visión; cómo la profesora
se esfuerza por describir las pinturas y cómo estas personas las ven a través
de sus dedos (creo que recientemente ha habido una exposición para ciegos en El
Prado, con reproducciones que recreaban las texturas de los cuadros). Los problemas
de restauración de las obras y la satisfacción de ver las obras restauradas y “renacidas”
después de años de trabajo, es otro de los temas que trata el documental.
Y el trabajo de los guías, esforzándose porque entendamos
cómo una pintura fue diseñada para un sitio distinto; que la luz que ahora la
ilumina no es la que el pintor pensó para la obra y cómo esto repercute en lo
que nosotros vemos y no vemos, en lo que nos hace sentir y en lo que nos
perdemos. Los guías del Museo nos ayudan a ver un retablo gótico, pintado para una pequeña iglesia
apenas iluminada por velas y debemos imaginar cómo las vacilantes llamas de las
velas iluminaban el retablo y casi conseguían que las figuras pintadas se
moviesen entre las sombras. Creo que esta es una idea que los museos deberían retomar: mostrar las pinturas en condiciones parecidas para las que fueron pensadas. Al menos tratar de recrearlas. Sería interesante.
O vemos también este retrato de Cristina de Dinamarca, sobrina
de Carlos V. Hans Holbein, pintor de la corte de Enrique VIII, fue enviado por
éste para pintar el retrato de Cristina. Y allí está ella, magnífica en su
sencillez. Sin joyas ni vestidos lujosos, vestida de negro pues con 23 años ya
había enviudado dos veces. Tenía entonces 3 hijos y Enrique VIII pretendió casarse
con ella. Ella le rechazó, no quería perder la cabeza (literalmente) por él. La
expresión de su cara es suave y sarcástica a la vez; cortés y desafiante. No hay
que olvidar que la pretendía un rey, pero era sobrina de un emperador. Ahí está, siglos después con su sonrisa burlona, rechazando a un pretendiente.
O el cuadro de Sansón y Dalila de Rubens. Sansón duerme en el regazo de Dalila y ésta le traiciona. En el cuerpo de Dalila se nota toda la tensión del momento, apoya una mano en la espalda de Sansón como muestra de su amor por él pero el resto de su cuerpo parece querer alejarse de él, y no poder. O la Venús del espejo de Velázquez o la Virgen de las rocas de Leonardo o los embajadores de Holbein, o... hay tantas obras maestras en la National Gallery.
Un documental para no perdérselo. Hay pasión por la pintura en él.
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