El autor.-
Sergio del Molino es escritor y periodista. Nacido en Madrid
en 1979. La hora violeta obtuvo el
premio El Ojo Crítico 2013 de
narrativa de RNE y el premio Tigre Juan ex
aequo con Daniela Astor y la Caja negra de
Marta Sanz. Otras obras suyas son No habrá
más enemigo y Lo que a nadie le importa.
Mi opinión.-
Sergio del Molino empieza su libro deseando encontrar una
palabra que defina su condición. Cuando no existe una palabra tampoco existe o,
en realidad, tampoco queremos que exista el concepto que está bajo ella. Porque
nombrar algo es darle existencia, es traerlo a la luz, parirlo. Pero en
castellano no existe una palabra para nombrar a los padres o madres que han
perdido a un hijo. ¿Pueden seguir siendo padres de un muerto? Sergio del Molino
cree que sí; sin embargo, a pesar de que su vida continua, se siente atascado en La hora violeta.
Si además el niño es un bebé de 10 meses cuando empieza a
estar enfermo y la mayor parte de sus 24 meses de vida la pasa en un hospital,
acribillado a jeringuillas y pruebas y diagnósticos a cual peor, todavía el
dolor es mayor.
A todo eso se enfrenta el autor en este libro. A la agonía y
muerte de su hijo; al miedo y al dolor de la pérdida; a la mínima esperanza que
sus padres pudieran sentir. Desde una emoción muy contenida, pero sin ahorrar detalles, relata
los días que pasó Pablo (su hijo) desde el diagnóstico de una leucemia rarísima
al final letal. Apenas hay presencia de nadie más. El padre y sus miedos; el
hijo y su muerte.
Después de la muerte de Pablo, el padre sintió deseo de
escribir. No le importaba tanto describir la no-vida de su hijo, sino que quería tener una
excusa para poder apartarse del mundo que quería ayudarle a superar y olvidar su
dolor. Se venía rodeado de buenas intenciones de familiares o amigos que le
presionaban a olvidar; pero él no quería pasar con rapidez por esa situación.
Necesitaba un tiempo para poder asimilar su dolor y parece que el resto del
mundo no se lo permitía. Hasta que decidió escribirlo.
En esa escritura lúcida, el autor no busca desahogo. Es muy
crítico con el consuelo fácil; con pensar que una tragedia te hace mejor
persona; con esconderse detrás de bálsamos. Afronta su realidad de padre sin
hijo o de padre con hijo muerto, porque Pablo no desaparecerá de su vida nunca.
Pero lo hace desde la rabia profunda que no puede estrellarse contra ningún
culpable y que el autor creo que consigue domesticar escribiendo. Escribiendo
con limpieza, con exactitud, con honestidad y con dolor. Volviendo a la vida
porque hay otros que le están esperando. Así termina:
“Este libro está dedicado a mi hijo Daniel,
con el deseo y la esperanza de que tu hermano no se convierta en un fantasma ni
en un cuento de terror. Ojalá toda la fuerza que a Pablo no le bastó para
salvar su vida le inspire a él para vivir la suya con la felicidad, la pasión y
el amor que merece.
Que el ejemplo de Pablo siempre le guíe y
nunca le pierda”.
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