lunes, 17 de agosto de 2015

Cine: Mi casa en París de Israel Horovitz (2014)

Mathias Gold (Kevin Kline) ha preferido toda su vida que le llamasen Jim. Después de pasar por tres divorcios y con casi 60 años está arruinado; pero, tras la muerte de su padre, hereda una casa en el centro de París, en el Marais. Un buen barrio, cosmopolita y de clase alta, donde vive la comunidad judía mayor de Europa. El inconveniente es que no podrá ocupar la casa hasta que fallezca la antigua propietaria que sigue viviendo en ella. La relación con esta inquilina y su hija le resultará muy incómoda para poder vender la propiedad, pero no sospecha que todos los problemas, malentendidos y animadversión hacia ellas le ayudarán a resolver problemas de su pasado. 

Mathilde (Maggie Smith) es una irritante anciana, inglesa de nacimiento que lleva toda su vida viviendo en París. Es una apasionada del jazz; ahora que apenas puede salir de su casa y su jardín, la música y sus clases de inglés es lo que la mantiene en el mundo. Cuando tuvo problemas financieros, el señor Gold (padre de Jim) se ofreció a comprarle la casa. Firmaron entonces un contrato viager por el que la vendedora viviría en su casa hasta su muerte y a cambio el comprador le pagaría una renta vitalicia. Así ha llegado hasta los 92 años, compartiendo su casa con su hija Chloe (Kristin Scott-Thomas), una profesora de inglés, cincuentañera, insegura, soltera y con un amante casado, que también tiene frustraciones y problemas que resolver.


Con este planteamiento aparentemente ligero se teje un drama, una red cada vez más tupida y asfixiante, sobre la familia y sobre las consecuencias que, a largo plazo, tienen las decisiones de los adultos sobre sus hijos, sin que ni ellos ni los hijos sean conscientes de ello. Con un tono intimista, una puesta en escena un poco decadente, en colores verdes y marrones, los tres personajes se encuentran, chocan y rebotan uno contra otro hasta que el orden vuelve a reinar. Porque en realidad Mathilde y el señor Gold habían sido amantes en su juventud. Aunque ellos pretendían ser discretos, sus respectivos cónyuges estaban al corriente de la situación y de una manera indirecta se lo hicieron pagar a los hijos, entonces unos niños. Chloe amaba profundamente a su padre y nunca se sintió querida por él, que sospechaba que no era su hija biológica. Por otra parte, la madre de Jim se suicidó delante de él cuando éste apenas tenía 19 años. Esas heridas les han marcado durante toda su vida, sin que ellos percibieran dónde estaba el origen de sus desgracias.


Se trata de una gran película, pero desde mi punto de vista se resiente por ser una adaptación de la obra teatral (My old lady) del mismo director, Israel Horovitz. El espacio cerrado, dispuesto para la interacción de los tres personajes principales, crea una atmósfera pesada, enrarecida, de muebles viejos dispersos por toda la casa y dispuestos para ser vendidos. Y aunque, para darle más dinamismo a la película, el director ha contado con otros personajes (ignoro si existían en la versión teatral), pienso que están totalmente desaprovechados; especialmente el agente de la propiedad inmobiliaria, típico francés sarcástico y bon vivant, interpretado de manera excelente por Dominique Pinon, podía haber dado un juego de contrastes mucho más interesante.



A pesar de esto y de un final feliz un poco pastoso, el juego interpretativo contenido y oscuro entre los tres personajes principales es fascinante y muy refinado. Buena película. 


Dirección y guion: Israel Horovitz
Música: Mark Orton 
Fotografía: Michel Amalthieu

Intérpretes: Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott-Thomas, Dominique Pinon. 


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