Mathias Gold (Kevin Kline) ha preferido toda su vida que le
llamasen Jim. Después de pasar por tres divorcios y con casi 60 años está
arruinado; pero, tras la muerte de su padre, hereda una casa en el centro de
París, en el Marais. Un buen barrio, cosmopolita y de clase alta, donde vive la
comunidad judía mayor de Europa. El inconveniente es que no podrá ocupar la casa hasta que
fallezca la antigua propietaria que sigue viviendo en ella. La relación con esta inquilina y su hija le
resultará muy incómoda para poder vender la propiedad, pero no sospecha que
todos los problemas, malentendidos y animadversión hacia ellas le
ayudarán a resolver problemas de su pasado.
Mathilde (Maggie Smith) es una irritante anciana, inglesa de
nacimiento que lleva toda su vida viviendo en París. Es una apasionada del
jazz; ahora que apenas puede salir de su casa y su jardín, la música y sus clases de inglés es lo que la mantiene en el mundo. Cuando tuvo problemas financieros, el señor Gold (padre de Jim) se
ofreció a comprarle la casa. Firmaron entonces un contrato viager por el que la vendedora viviría en su casa hasta su muerte y
a cambio el comprador le pagaría una renta vitalicia. Así ha llegado hasta los
92 años, compartiendo su casa con su hija Chloe (Kristin Scott-Thomas), una
profesora de inglés, cincuentañera, insegura, soltera y con un amante casado, que
también tiene frustraciones y problemas que resolver.
Con este planteamiento aparentemente ligero se teje un drama, una red cada vez más tupida y asfixiante, sobre la familia y sobre las
consecuencias que, a largo plazo, tienen las decisiones de los adultos sobre
sus hijos, sin que ni ellos ni los hijos sean conscientes de ello. Con un tono
intimista, una puesta en escena un poco decadente, en colores verdes y marrones,
los tres personajes se encuentran, chocan y rebotan uno contra otro hasta que
el orden vuelve a reinar. Porque en realidad Mathilde y el señor Gold habían
sido amantes en su juventud. Aunque ellos pretendían ser discretos, sus
respectivos cónyuges estaban al corriente de la situación y de una manera
indirecta se lo hicieron pagar a los hijos, entonces unos niños. Chloe amaba
profundamente a su padre y nunca se sintió querida por él, que sospechaba que
no era su hija biológica. Por otra parte, la madre de Jim se suicidó delante de
él cuando éste apenas tenía 19 años. Esas heridas les han marcado durante toda
su vida, sin que ellos percibieran dónde estaba el origen de sus desgracias.
Se trata de una gran película, pero desde mi punto de vista
se resiente por ser una adaptación de la obra teatral (My old lady) del mismo director, Israel Horovitz. El espacio
cerrado, dispuesto para la interacción de los tres personajes principales, crea
una atmósfera pesada, enrarecida, de muebles viejos dispersos por toda la casa
y dispuestos para ser vendidos. Y aunque, para darle más dinamismo a la
película, el director ha contado con otros personajes (ignoro si existían en la
versión teatral), pienso que están totalmente desaprovechados; especialmente el
agente de la propiedad inmobiliaria, típico francés sarcástico y bon vivant,
interpretado de manera excelente por Dominique Pinon, podía haber dado un juego
de contrastes mucho más interesante.
A pesar de esto y de un final feliz un poco pastoso, el
juego interpretativo contenido y oscuro entre los tres personajes principales
es fascinante y muy refinado. Buena película.
Dirección y guion: Israel Horovitz
Música: Mark Orton
Fotografía: Michel Amalthieu
Intérpretes: Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott-Thomas, Dominique Pinon.
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