Procuro no perderme ninguna película de Meryl Streep. No es
que todo lo que hace me parezca fantástico pero sí que continúa sorprendiéndome
aunque hace bastante tiempo que la sigo. Los actores y actrices interpretan a
personajes con los que no tienen nada que ver. Y si son buenos esto debe
resultar creíble.
En esta película Streep interpreta a una cantante de rock
fracasada. Queda fuera de lugar en este momento definir qué es el fracaso; pero
sin ninguna duda, el personaje de Ricki siente que ha fracasado en la vida. Como
la película tiene moraleja veremos que no ha sido así. Es cierto que no ha
llegado a ser una estrella del rock, pero puede hacer la música que le gusta
sin tener condicionamientos de éxito de casas discográficas y además tiene un
atractivo hombre que la quiere aunque ella no sepa verlo.
La película no ha recibido muy buenas críticas y se ha dicho
que es de esas películas industriales que los grandes actores están obligados a
hacer para que la industria del cine siga funcionando o que simplemente está
diseñada para el lucimiento de la protagonista. No me parece que calificarla como
película industrial quiera decir que no se puede salvar nada de ella. A mí me
ha resultado entretenida y a la interpretación de los actores, los cuatro
principales actores, no se le puede objetar nada. Quizá el personaje más
deslucido sea precisamente el que interpreta Mamie Gummer, la hija suicida.
Me parece que esta película habla de la maternidad de una forma que no estamos acostumbrados a ver. Ahora mismo no recuerdo ninguna película en la que la
protagonista abandonara su maternidad por triunfar en su carrera. Es posible
que exista, pero generalmente estamos acostumbrados a que las mujeres cuando
huyen de un hogar, es porque éste está roto o les resulta peligroso para su
vida y además se llevan a sus hijos con ellas. Creo que esto es lo que no han
sabido ver los críticos. Ricki puso por delante de sus hijos un objetivo
tradicionalmente masculino, triunfar en su carrera como cantante, y no tuvo que ser una decisión fácil. Además fracasó y asumió como castigo y vergüenza por su osadía la pérdida de sus hijos.
Sin embargo, sería conveniente imaginar cómo habría
respondido un hombre a su fracaso. Me dejaré llevar por los prejuicios y
pensaré que habría reaccionado atiborrándose de drogas y alcohol y persiguiendo
la compañía de putas (algunas veces hemos visto en cine este descenso a los
infiernos). Sin embargo, Ricki no cae tan bajo. Es cierto que no triunfa en el
mundo de la música como pensaba, pero sigue teniendo un grupo con el que toca
en bares y pubs y se dedica a hacer versiones, más que aceptables, de los
éxitos de otros. Como con esto no le da para vivir, por las mañanas tiene un trabajo de cajera en un supermercado
y vive en un apartamento, eso sí, horrible. En lugar de ahogar sus penas en
alcohol, decidió tirar para adelante con lo que tenía y utilizar como
confesionario el escenario y como sacerdote exculpatorio al público del bar.
Reencontrarse con su familia supone para Ricki, darse cuenta
de lo que ha perdido durante esos años. No sólo a sus hijos, que la reciben
bastante bien, sino la comodidad y seguridad de una casa burguesa. Sin embargo,
también se da cuenta de lo que en ese momento tiene; comparado con lo que
tienen otros puede parecer poco, pero es verdadero y es suyo. Al final esos dos mundos no tienen porqué juntarse, pero sí que cualquiera de los dos podrá tomar algo del otro. Me ha gustado mucho también Rick Springfield, que interpreta al novio de Meryl Streep.
Director: Jonathan Demme
Guion: Diablo Cody
Fotografía: Declan Quinn
Intérpretes: Meryl Streep, Kevin Kline, Mamie Gummer, Rick Springfield.
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