Stefan Zweig había nacido en Viena a finales del siglo XIX,
en una familia de la alta burguesía. Se doctoró en filosofía y fue un escritor
muy popular entre los años 1920-1930. Especialmente considerado por sus biografías,
también destacó como periodista y dramaturgo. Durante la I Guerra Mundial
sirvió en el ejército austriaco, pero nunca entró en combate. Es posible que
esta experiencia le convenciera de la necesidad de fomentar el antibelicismo y
que fuera el detonante para su primer exilio en Suiza.
Fue un intelectual comprometido contra los excesos del
nacionalismo discriminante y además, a partir de 1936 empezó a tener problemas
para publicar en Alemania por su condición de judío, aunque él nunca tuviera
una educación religiosa. Entonces empezó su exilio definitivo.
No he leído nada suyo. Conocí a este autor por otra película
basada en varios de sus cuentos, El Gran Hotel Budapest, dirigida por Wess Anderson y que puede considerarse una
metáfora de lo que Zweig pensaba que el nazismo haría con Europa. En 1942, mientras
vivían en Brasil, tanto él como su segunda esposa estaban convencidos de que el
nazismo triunfaría en el mundo y decidieron serenamente suicidarse.
Esa misma desesperanza se trasluce en Adios a Europa. Asistimos en cinco partes al deambular del escritor
y su esposa por distintos países. Son recibidos con entusiasmo, reconocidos y apreciados,
tanto por el público como por las autoridades. Sin embargo, no pueden superar
el desarraigo. Aunque el intelectual lúcido no puede evitar pensar en la muerte
de Europa, en la muerte de la cultura europea a manos de los propios centroeuropeos,
es incapaz de posicionarse contra el régimen nazi, si no es a través de la
reflexión y de su escritura. Estando tan lejos de Alemania, le parece un abuso
utilizar su condición de escritor como púlpito para evangelizar a las masas.
Es posible que estuviera en un error pero, al mismo tiempo,
no deja espacio para dudar sobre su honestidad intelectual. Trasplantado a Brasil,
un país joven, con una vegetación frondosa y un calor húmedo y asfixiante, el
escritor, interpretado excepcionalmente por Tómas Lemarquis añoraba los cafés
austríacos y alemanes. En la película, resulta agobiante verle con su clásico
traje de chaqueta paseando por la selva brasileña que está a dos pasos de su
casa.
Lemarquis hace una interpretación sobria y conmovedora.
Miradas de infinita tristeza y reflexiones sobre la decadencia y la muerte. Zweig tenía claro que el futuro estaba en América, pero también tenía claro que no
era su futuro. Después de su suicidio, sus obras empezaron a caer en el olvido.
Ahora que vivimos el resurgimiento del fascismo otra vez en Europa, parece que se
está revitalizando su memoria y espero que la tristeza que despide esta
película en cada imagen sirva para picarnos la curiosidad y releer su obra.
Barbara Sukowa interpreta
magistralmente, en una aparición muy breve, a su primera mujer. La escena final
de la película, con el luminoso dormitorio visitado por todos los amigos
después del suicidio del escritor y su esposa y el juego de los espejos para
incluir al espectador en la escena, creo que es un ejemplo de narración visual
excepcional. María Schrader ha sido la directora.
Dirección: María Schrader
Guion: María Schrader y Jan Schomburg
Música: Tobias Wagner
Fotografía: Wolfgang Thaler
Intérpretes: Tómas Lemarquis, Barbara Sukowa, Nicolau Breyner, Charly Hübner
Los Zweig muertos. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, deja tu comentario