¿Hasta dónde sería capaz de llegar un hombre por escribir
literatura? Y ¿si estás rodeado de un ambiente de mediocridad? Si para escribir
necesitas sumergirte en la vida, pero esa vida está rodeada de mediocres, tu
literatura también será mediocre, ¿no?
La película más que de amargura y frustración está llena de
ironía. En primer lugar, porque Álvaro no se considera un fracasado. Se siente
como un escritor, piensa como un escritor y quiere triunfar como escritor. Y en
segundo lugar, porque el director no deja de tratar a los personajes, ahogados
en su propia mediocridad, con un poco de cariño. La esposa, la portera, el
profesor, los vecinos y el notario, ninguno se salvaría si fuésemos un poco
críticos, pero todos tienen derecho a estropear sus vidas ruines.
Álvaro, Javier Gutiérrez, quiere escribir y para eso se
vuelva en aprender, en teoría, como es ser un buen escritor. La clave la
obtiene en una clase magistral. Para ser un buen escritor hay que saber contar
un drama. Dramatizar la vida. Eso es lo que le dice también su profesor del
taller de escritura, más interesado en que Álvaro le invite a comer a buenos
restaurantes que en lo que Álvaro tiene que decir o escribir.
En su lógica y en su afán por escribir, Álvaro quiere
utilizar la escuadra y el cartabón. Sin embargo, parece que la buena literatura
exige otras coordenadas. Tampoco es aficionado a las trampas del subgénero
literario dirigido a las masas, en el que su mujer, María León, ha triunfado. Por
lo menos, Álvaro sabe mantener su honestidad.
Sin embargo, para él, sumergirse en la vida acaba siendo
manipular la vida de los demás. Y aunque desde el primer momento, intuimos que
el final de Álvaro no será feliz, la duda que nos queda es saber si arrastrará
en su ruina a los demás. Tratar de escribir una novela, lo más literaria
posible será su única tabla de salvación y también su ruina.
Me ha gustado mucho la puesta en escena, sobre todo cuando Álvaro intenta escribir, dominada por
colores blancos y por la desnudez de las paredes y también la desnudez de
Álvaro que contrasta con las vidas habitadas y las casas vestidas de sus
vecinos que revelan más de la propia personalidad de éstos que sus propias
palabras. La casa de la portera, sería una casa de los horrores para cualquier decorador, llena de cuadros imposibles, de figuras de
animales de todos los tamaños y de pasos de semana santa o la casa del militar jubilado llena de
armas y de cabezas de animales disecadas, buenos muebles y mucha soledad.
Las sombras que hablan para que Álvaro las escuche, las
grabe y se inspire en ellas para lograr su gran novela, han sido otro acierto
del director. A veces la película se hace un poco lenta y larga, pero es muy
recomendable. Al final, lo que a nosotros nos parece una tragedia para Álvaro
será su felicidad. Aislado del mundo podrá manipular a su antojo las pequeñas
historias que genere a su alrededor.
Dirección: Manuel Martín Cuenca
Guion: Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández sobre novela de Javier Cercas
Música: José Luis Perales, Pablo Perales Carrasco
Fotografía: Pau Esteve Birba
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Adelfa Calvo, María León, Adriana Paz, Tenoch Huerta.
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