Sally Potter es una reconocida directora de cine con una
amplia trayectoria. No ha debido ser fácil para ella. La primera película suya
que recuerdo haber visto es Orlando,
una adaptación de la novela de Virginia Woolf. La lección de tango es otra de sus películas que recuerdo
especialmente.
The Party es una
de esas películas que yo encuadraría en el género de cena catártica. No creo que exista como tal, ese género, pero a mí
me gusta llamarlo así. Un grupo de amigos, emparejados, educados e intelectual
y económicamente solventes, se reúnen en casa de uno de ellos para pasar una
tranquila velada. Quedan así enfrentados en un espacio reducido. El motivo de
la invitación es poco importante. Lo importante es que, a partir de un hecho
más o menos nimio, se desencadenará la ¿tragedia? Más bien, una tragicomedia.
Lo primero que me chocó, desde los fotogramas iniciales, fue
lo ruinosos que parecían los hombres de esta película. De verdad, que cuesta
creer que la diferencia de edad entre las actrices y los actores sea apenas de
dos o tres años. Y no se trata de que las actrices se hayan operado o estirado
la piel, o que los hombres prefieran mujeres mucho más jóvenes, es que los
hombres están hechos una pena. Al menos, en esta película.
En resumen, ocho personas van a celebrar una pequeña fiesta.
Janet, la anfitriona, Kristin Scott-Thomas, acaba de ser nombrada “ministra en
la oposición” y, aunque se encuentra preocupada por su marido, Timothy Spall,
decide dar una pequeña fiesta. Están invitadas tres parejas más y un intruso
que se colará por teléfono, el amante de la anfitriona.
Todos ellos son amigos íntimos y de toda confianza, por esto
no extraña que Bill, el marido, esté “ido”, obsesionado con el tocadiscos y una
copa de vino, inmerso en un absoluto silencio o en sus desvaríos. Gottfried,
con todas sus herramientas y estrategias de la New Age, intentará que salga de ese mutismo. La meditación, la
comprensión, la empatía, todo lo que Gottfried despliega para conectar con su
amigo desquicia a su pareja, April. April es la quintaesencia del cinismo
británico, la acidez elegante y la mordacidad sin límites.
Todo lo contrario de Jinny, embarazada de trillizos,
insegura, sensiblera y, constantemente, al borde del llanto. Está enamorada de Martha
a la que no quiere volver a ver porque hace 30 años se acostó con Bill, el
marido borracho de la anfitriona. Martha trata de poner un poco de sensatez y
calidad en un ambiente tan corrosivo y muestra abiertamente su fragilidad, pero
poco importa a medida que el ambiente se va caldeando.
Muestra de este ambiente caldeado es el conato de incendio
que se produce en la casa y que Tom se encargará de sofocar. Tom, a priori, es un
personaje que no casa con los demás. Es el amigo nuevo, en realidad, el marido
de la colaboradora más estrecha de Janet. Desde el principio se muestra muy
nervioso, tiene que recurrir a esnifar unas rayitas para intentar
tranquilizarse y lleva una pistola. No es normal que alguien como él lleve una
pistola.
No llegan a cenar, porque en el transcurso de los
preparativos, todo su mundo se desmorona, más o menos. Se descubren amantes,
enfermedades terminales, drogadicción, aventuras que les ponen, especialmente a
Janet, en el disparadero. Cada línea del guion es una patada a algo o alguien
directamente en la boca del estómago. No se salva la política, ni la sociedad,
ni la medicina, ni las relaciones personales. Según la autora, el personaje de
April, interpretado por la genial Patricia Clarkson, ejerce de corifeo,
expresando sin cortapisas lo que todo el mundo piensa y siente y no se atreve
ni a pensar ni a sentir. Al final, es la más sincera.
Dirección y Guion: Sally Potter
Fotografía: Aleksei Rodionov
Intérpretes: Patricia Clarkson, Bruno Ganz, Cherry Jones, Emily Mortimer, Cillian Murphy, Kristin Scott-Thomas, Timothy Spall.
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