Creo que lo único que tengo en común con Julia Roberts es
que las dos lloramos muy a gusto viendo La
traviata. La traviata es la
primera ópera que ví y también la que más veces he visto. También he leído La dama de las camelias y algo sobre la
vida de Marie Duplessis, la cortesana que la inspiró. Me emociona mucho, ya
sólo por el título. La descarriada, la perdida.
Todo empieza con la historia de Marie Duplessis. Una joven
pobre, huérfana, pero hermosa que utiliza su cuerpo y su hermosura para
ascender socialmente. Y lo consigue, aunque ella se sigue sintiendo una povera donna, sola abbandonata in questo
popoloso deserto che appellano Parigi. El hecho de que describa París como
un populoso desierto nos da una idea
de lo sola que se siente entre la multitud que la aclama.
Es una soledad que ninguno de sus amantes ni de sus
concurridas fiestas ha podido llegar a colmar. Hasta que conoce a Alfredo. No
es que Alfredo sea muy especial, en realidad tendrá reacciones bastante
infantiles y violentas durante toda la ópera, pero será su último amor. En la novela
Marie pasa a llamarse Margarita y en la ópera el libretista Francesco María Piave
eligió otro nombre de flor, Violeta. Supongo que quería resaltar que, a pesar
de su vida de cortesana, Marie todavía conservaba una cierta inocencia y sobre
todo la fragilidad que se le adjudica a esta flor.
Violetta y Alfredo se aman y se retiran del mundo, pero el cabrón
del mundo no se olvida de ellos. Las normas y las convenciones sociales tienen
que separarlos para garantizar la subsistencia de una sociedad hipócrita.
Giorgio Germont, el padre de Alfredo, es el encargado de personificar todas
estas convenciones sociales. No tiene nada en contra de Violetta. Es más la
considera una joven mujer refinada, generosa y de buen corazón, pero Giorgio tiene
que proteger los intereses de su hija menor, pura siccome un angelo.
Para añadir más dramatismo a la historia, Violeta está
gravemente enferma. Sin embargo, el mundo hipócrita no puede esperar a que
muera y necesita un sacrificio rápido, así expiará su vida de pecado. Pecados instigados
por los hombres pero que éstos nunca pagaban. Como hoy, para la víctima que un día cayó, no hay esperanza; aunque Dios la
perdone, el hombre será implacable con ella. Para quien no conozca esta
ópera, desde el principio, la escenografía ofrece una pista del desenlace. El
suelo del salón donde Violetta está dando una fiesta es la gigantesca lápida de
su tumba.
En su momento este montaje no tuvo muy buenas críticas y yo
creo que fue porque no se trata de un montaje arriesgado. Es muy clásico, muy
elegante y fluido y a mí es lo que me parece más adecuado para una ópera como
ésta. No me gustó Francesco Demuro, el tenor que interpretó a Alfredo. Me
parecía ausente y de muy mala educación su insistencia en no mirar a la
soprano. Como vi la ópera en redifusión a través del cine, este detalle tan
tonto quedaba engrandecido en la pantalla. Pero Ermonela Jaho y Juan Jesús
Rodríguez, como Violetta y Giorgio Germont, estuvieron conmovedores y tenían la
pasión y el dramatismo suficientes para pasar de un estado emocional a su
contrario, sin que la interpretación se viese interrumpida. Lo que decía al principio, para llorar muy a gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, deja tu comentario