Lo primero que hay que decir sobre este libro es que no es
un libro. Se trata de dos textos breves: una intervención ante colectivos
sociales en Molina de Segura, Murcia en 1999 y una conferencia en la misma
población en 2006. Son textos separados por el tiempo pero que guardan una
unidad y, a pesar de su brevedad, explican muy bien el pensamiento de Julio
Anguita. Los textos se complementan con introducciones que alaban su figura sin peloteo, uno de los políticos que más deberíamos respetar en
España, aunque no secundemos totalmente sus ideas. Especialmente, por su
coherencia, claridad y honradez.
El primer texto está dedicado a la Unión Europea y a su incidencia
en el origen de la crisis de 2008. Es cierto que la pertenencia a la UE ha supuesto una
pérdida de soberanía para los estados, pero también creo que, al analizar esta
situación, los políticos y los politólogos prescinden de tener en cuenta el
factor tiempo y de considerar que la UE es un proyecto a largo plazo. A veces cuando leo críticas sobre la UE me suenan a aquello de Santiago y cierra España y se me ponen
los pelos de punta porque me parece que la solución que ofrecen a los problemas
es el aislamiento y la autarquía que hemos vivido desde el siglo XIX hasta el
final de la Dictadura franquista.
Yo creo que la construcción de la UE es una tarea de largo
recorrido y que, aunque ahora, sea una institución inspirada por el
neoliberalismo siempre podrá verse influida por la socialdemocracia. El
problema no es la UE ni su construcción sino que los partidos socialdemócratas
se desangran desde hace años y de los socialistas, ya ni hablamos. Anguita también tiene respuesta para esto. Se
trata de que el individuo no está concienciado, no es un ciudadano o ciudadana responsable
respecto a la res publica. Afirma que
en 1999, 12 de los 15 gobiernos de los estados de la UE estaban regidos por
partidos de izquierdas o al menos socialdemócratas. No hay que resaltar que,
actualmente, esto no es así. ¿Qué ha pasado en estos 20 años? Ahora ya no son los caciques quienes dominan el voto del
pueblo. Ahora ya no es la Iglesia Católica quien domina el voto del pueblo.
Ahora es la televisión como el medio principal que configura las mentalidades
humanas. Pero, ¿no será que el pueblo no quiere ser pueblo? ¿no será,
simplemente, que el pueblo no quiere votar a la izquierda? El fracaso de la
izquierda está en el ciudadano, en el pueblo que no quiere votarle.
Las características y requisitos del ciudadano que debe
participar en la res publica son otro
punto importante para Julio Anguita. Este ciudadano imbuido de valores
republicanos es crítico con los poderes, comprometido con sus conciudadanos y
pagador de sus impuestos. En fin, un ciudadano idílico que llegará en algún
momento pero que, yo estoy convencida, de que podrá vivir tanto en una república
como en una monarquía parlamentaria; porque, ni siquiera, en las repúblicas más
consolidadas, como la francesa, este ciudadano existe todavía y, sin embargo, puede que
en alguna monarquía, como las escandinavas, el ciudadano y la ciudadana sean más
parecidos a ese tipo ideal.
La república y el estado federal siguen siendo los dos
protagonistas del segundo texto, además, manteniendo ese tono de ensoñación
idílica especialmente respecto a la república. Respecto al estado federal,
Anguita es más impreciso y breve y se deja llevar por tópicos. Considera que el
problema territorial de España tiene 300 años. Yo no soy historiadora pero no
lo creo así; porque hace 300 años ningún español quería dejar de serlo. Los nazionalismos, vasco y catalán, se inventaron a finales del siglo XIX, cuando las dos regiones florecientes, las que habían despegado económicamente gracias a la debilidad de los gobiernos centrales y gracias a tener pasaporte español, empezaron a hacerse fuertes.
Yo todavía iría más lejos. Pienso que en España no hay
ningún problema territorial sino un problema de desequilibrio en el desarrollo
económico. La industrialización desde el
siglo XIX, del País Vasco y Cataluña, y la falta de reforma agraria para el resto
de España ha sido el verdadero problema. Esas dos regiones, tradicionalmente, han
salido favorecidas de esta situación y han mantenido una ventaja comparativa. A veces esta ventaja nacía de una feroz capacidad de chantajear a los débiles gobiernos nacionales. Desencadenando una guerra carlista tras otra, para volver a la monarquía absolutista y paralizar las reformas liberales que la monarquía liberal quería para todo el país y que nos hubiesen favorecido a todos. Anguita sigue pensando que el resto de españoles tenemos
miedo de los separatistas. Yo creo que, con los últimos acontecimientos en
Cataluña, no se trata de tenerles miedo sino de pararles los pies. Catalanes y
vascos son españoles (aunque, siento decirlo, a veces nos den asco). No son diferentes del resto de españoles. Cataluña, por su pertenencia a
la Corona de Aragón, creó España. Catalanes y vascos presumían de ser españoles cuando eso daba dinero.
Durante el siglo XIX, a esta industrialización exclusiva de
País Vasco y Cataluña, se le añaden las guerras coloniales que, además, de
suponer una sangría para el país facilitan una coartada para el origen y la
difusión de los nazionalismos periféricos. Tanto País Vasco como Cataluña, dentro de su paranoia, consideran
que han sido tan colonizados por España como los territorios de América Latina
incluso durante la Dictadura franquista. Así, los maketos y xarnegos, trabajadores
inmigrantes del resto de España que levantaron las economías vasca y catalana; esos andaluces, extremeños, castellanos o aragoneses serán considerados
una estrategia de colonización. Por tanto Cataluña y País Vasco estarían tan legitimados
para ejercer su derecho a la independencia o a la autodeterminación como las
antiguas colonias. Lo dicho, pura paranoia. Parece increíble que en el año 2018 se haya escuchado este
mismo argumento estrafalario por parte de algunos políticos catalanes.
Reivindicar ahora un estado federal sólo favorece a quienes
han tenido ya suficientes ventajas a costa del desarrollo de los demás. Además,
el estado autonómico puede considerarse un estado cuasifederal. Yo, sinceramente, no veo ninguna ventaja en cambiar los nombres, las etiquetas de las cosas. Ni una república sería más eficiente que una monarquía
parlamentaria; ni los ciudadanos de una república obligatoriamente estarían más
comprometidos con el estado que los ciudadanos de una monarquía; ni un estado
federal sería más justo que un estado de las autonomías. Abundantes ejemplos hay de repúblicas que son infinitamente peores que algunas monarquías.
El tono de estos escritos,
a veces, es muy parecido al de los sermones. Bienaventuranzas, deseos, utopías,
ensoñaciones puramente emocionales y beneficios a muy largo plazo con costes brutales
en el corto. Eso sí, Julio Anguita no engaña a nadie deja muy claro que la
república, como aspiración, será el reino de los cielos en la tierra pero que, en
este siglo, no llegará.
Julio Anguita
¡Rebelión!
Alfaqueque Ediciones
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