El Concierto para violín, piano y violonchelo, en do menor
op. 56, conocido por Triple Concierto, es una rareza dentro del panorama
musical de la época, aunque durante el barroco ya había antecedentes. Sólo un
genio como Beethoven podía haberse arriesgado tanto. Lo que hace que este
concierto sea tan original es la importancia dada tanto a los instrumentos
considerados individualmente, como a su equilibrada interacción entre ellos y
también con la orquesta.
Fue compuesto entre 1804 y 1805, aunque no se estrenó hasta
1808, cuando en España estábamos en plena invasión napoleónica. Beethoven lo
dedicó a su amigo y mecenas el príncipe Lobkowitz quien se había comprometido,
junto con otros dos príncipes, a pasarle una asignación de dinero
periódicamente. No sé si la historia será cierta pero es muy interesante.
Jerónimo Bonaparte |
Cuando Beethoven vivía en Viena no andaba muy bien de dinero
y Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón y, por imposición de éste, rey de
Westfalia, le ofreció una renta fija como maestro de capilla de su corte. Los
príncipes Lobkowitz, Kinski y Rodolfo de Austria, suscribieron el Pacto de los tres príncipes, para evitar
que saliera de Viena y se comprometieron a pasarle una asignación anual. Los
dos primeros tuvieron problemas y no pudieron cumplir este pacto pero el
Archiduque Rodolfo de Austria sí que lo hizo. Como era de esperar, este
magnífico concierto no tuvo muy buenas críticas en su momento.
La segunda pieza del programa fue la Sinfonía nº 9, op. 70
de Shostakóvich. La leyenda dice que ningún compositor vive para escribir su
décima sinfonía; pero Dmitri Shostakóvich decidió romper con esta maldición.
Compuso su novena sinfonía, en 1945, por encargo de las autoridades soviéticas
para celebrar el triunfo de la URSS durante la II Guerra Mundial. Pero al
contrario de lo que pretendían las autoridades, le dio a su obra un tono muy satírico
e incluyó algunos fragmentos de canciones populares judías, a pesar del
antisemitismo de la URSS, de manera que algunos no la consideraron una sinfonía
al uso clásico.
No obstante, parece ser que Stalin no era tan tonto como
Shostakóvich se pensaba y percibió este tono crítico, prohibiéndole estrenar más
sinfonías. Shostakóvich siguió componiéndolas, aunque hasta la muerte del
dictador no se pudiesen estrenar ni la décima, ni la undécima ni las siguientes
hasta un total de quince. Lo importante es que rompió la maldición de la 9ª.
Esta sinfonía debía cerrar la trilogía dedicada a la guerra,
pero en lugar de una sinfonía ampulosa para mayor gloria de Stalin,
Shostakóvich compuso una obra sencilla, alegre, dedicada al pueblo que tanto
había sufrido, con la intención de insuflarle nuevas ganas de vivir. Y así la
recibió el público y la consagró como una obra fundamental del siglo XX. Está
estructurada en cinco breves movimientos.
La consecuencia es que Shostakóvich fue acusado de ser “burgués”
y de “estar contra el espíritu del pueblo”. A partir de entonces y hasta 1953,
cuando fue rehabilitado, tuvo que conformarse con escribir música para el cine.
Durante ese tiempo pudo haber desertado de la Unión Soviética, puesto que era
un compositor conocido y reputado en todo el mundo, pero no quiso hacerlo.
Julian Barnes escribió una ficción novelada sobre su biografía, El ruido del tiempo, donde reflexiona
sobre las decisiones que el compositor tuvo que tomar en su vida, pero sigue
manteniéndonos en la duda de si la colaboración con el régimen fue voluntaria o
no. Creo que esta sinfonía deja bien claro que Shostakóvich supo mantener una
distancia crítica con el régimen.
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