Después de haber visto cuatro películas suyas, puedo afirmar
categóricamente que el cine de Yorgos Lanthimos no es nada fácil, ni mucho
menos complaciente pero, sin lugar a dudas, es muy muy atrayente. Si La favorita me produjo cierto rechazo
porque era una película muy amarga, El
sacrificio del ciervo sagrado me ha hecho sufrir mucho más y,
especialmente, porque en la última escena te deja con el corazón colgando de un
lacerante hilo finísimo que, inevitablemente, sabemos que se romperá y que cuando se rompa,
el director no estará allí para consolarnos.
Lanthimos ha escrito la película con su guionista habitual,
Efthymis Filippou, haciendo referencia, a veces inconscientemente (él mismo lo
ha confesado) a las tragedias griegas, especialmente al drama de Ifigenia,
sacrificada por su padre, aunque salvada en última instancia por Artemisa que
la sustituye por un ciervo. Hay que decir que, esta vez, no hay sustitución en
el sacrificio.
No sé si puede hablarse de destino fatal, de maldición o de
mera sugestión hipnótica pero los protagonistas están abocados a cometer una
acción deleznable. Llamarla delito o crimen sería poco. Es la consumación de la
ley del talión dentro de una familia acomodada del siglo XXI; una familia que,
ante la fatalidad, no tiene escapatoria posible.
Colin Farrell interpreta a un cirujano con algunos problemas
con la bebida; tampoco su vida sexual va demasiado bien. Su mujer, Nicole Kidman también es médica y atiende el hogar y a sus dos hijos. Es una
mujer competente y que haría cualquier cosa por salvar a su familia
especialmente cuando la pasividad de su marido la pone en peligro. Los dos
hijos son una adolescente estudiosa y un simpático niño. Todos ellos son fríos,
hieráticos y emocionalmente distantes.
Los cuatro viven en una casa preciosa de diseño funcional, frío
y enigmático. Una casa de clase alta alienada por la buena suerte que han
tenido en la vida, y por su propia riqueza y conformismo. El padre trabaja en
un gran hospital de una gran ciudad. También es un entorno funcional, frío y
enigmático. Los dos ambientes quedan teñidos por una asfixia constante desde
que aparece el adolescente desencadenante de la tragedia.
¿Qué es lo que han hecho para encontrarse con su destino
fatal? Aparentemente nada, pero ha habido un muerto. Aunque esto no sea suficiente razón para que acaben
transformando su culpabilidad en una enfermedad, como una maldición contra la que nada puede hacerse. Posiblemente
casi nada pueda hacerse contra la maldición personificada en un dulce
adolescente tan frio, hierático y emocionalmente distante como el resto de
protagonistas. Pero no hay que olvidar que esto es una tragedia griega
traspasada al siglo XXI y en las tragedias griegas los dioses eran eso, dioses
omnipotentes dueños de la vida y la muerte acompañados de efebos serviciales.
A mí es la película que más me ha gustado de Lanthimos. Una
película muy inteligente que propone más preguntas de las que responde; desgarradora
y pura en su inquietante y terrible belleza; con una banda sonora de música clásica
espectacular: ‘Stabat Mater, D 383- I.Jesus Christus schwebt am Kreuzel’,
de Schubert y ‘St. John Passion, BWV 245-No. 1, Chorus. Herr, unser Herrscher’, de Bach, pero acompañada también con
chirridos de violines que causan espanto en el alma. Cine clásico desde el
primer momento. Aquí mi opinión sobre Langosta y Canino.
Dirección: Yorgos Lanthimos
Guion: Yorgos Lanthimos, Efthymis Filippou
Fotografía: Thimios Bakatatakis
Intérpretes: Colin Farrell, Nicole Kidman, Barry Keoghan, Raffey Cassidy, Sunny Suljic
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