Ya ha llegado la segunda temporada de La Peste y, tal y como
terminó, tengo la sensación de que no será la última. En esta segunda
temporada, La mano de la Garduña, parece
que se han intentado subsanar los errores que se le achacaron a la primera. La
oscuridad de la fotografía, que tan bien recreaba la pintura barroca, y la lentitud de
la narración a mí no me parecían inadecuadas, pero fueron muy criticadas.
El contexto es el mismo. Sevilla, una metrópoli que controla el mercado
con las Indias. Una ciudad opulenta y roída por la corrupción y las
desigualdades sociales. Y donde la virtud y la maldad, la infamia y la dignidad,
se reparten por igual entre las clases altas y bajas.
Recuperamos en esta temporada a los mismos personajes con unos
años más y más penas en el alma. Mateo (Pablo Molinero) ha vivido unos años en
las Indias y allí ha hecho fortuna pero tiene que renunciar a ella cuando Teresa
(Patricia López Arnáiz) le llama. Teresa ha dejado de pintar y ha acogido en su
casa, como un hijo, a Valerio, el hijo bastardo de su marido. Los tres han
descubierto que son fuertes y que pueden luchar por lo que creen, aunque la
lucha sea eterna.
Mateo ha dejado su melancolía. Pero especialmente fuerte se
muestra Teresa que en la primera temporada empezó a despertar y a cuestionar el
estar constreñida por su condición de mujer. Valerio (Sergio Castellanos) ha
dejado definitivamente atrás su pobreza y su incultura. Como se intuía es un joven
muy inteligente y, en estos años, se ha formado para seguir con el negocio de la
seda de su padre. Aquel negocio que no dejaron desempeñar a Teresa.
Esta vez la trama da mucho mayor protagonismo a las mujeres;
a las mujeres pobres y prostituidas. Valerio, supongo que conmovido por la vida
y muerte que llevó su madre, trata de salvar a las prostitutas y sacude, así,
el negocio de la Garduña. Esta sociedad de malhechores existió de verdad. Aquí
la serie es muy explícita mostrando la violencia con la que el grupo de
mafiosos es capaz de actuar: cortan lenguas, cortan dedos y acuchillan
brutalmente, con tal de mantener su poder y el miedo entra la población.
Hay otros personajes de la primera temporada que toman un
mayor protagonismo en ésta. María de la O (Estefanía de los Santos) ha hecho
carrera en el mundo del crimen y, junto con Conrado (Luis Callejo) y Baeza son
el trío que representa la oscuridad y la muerte. Esta vez, sin embargo, la trama no tiene ningún carácter esotérico y Baeza (Jesús Carroza), se presenta como un
personaje equívoco.
Pontecorvo (Federico Aguado) es el nuevo asistente de la
ciudad. Una especie de alcalde, gobernador, juez y policía. Encargado de
limpiar la ciudad y deseoso de hacerlo bien para encontrar un puesto político en la
Corte. Bien cerca del rey. Ha sido soldado y su esposa, cansada de no ser
nadie, es casi tan ambiciosa como él.
Al final, la corrupción y
el crimen tienen tantas cabezas que ha sido imposible cortarlas todas. Sin
embargo, se abre un poco de luz y serenidad en la ciudad. Los buenos podrán
seguir intentando cambiar el mundo, aunque lo hayan perdido todo; algunos de
los malos encontrarán la muerte y otros tendrán una nueva oportunidad, para redimirse
o para volver al delito, no lo sabremos. Los políticos seguirán politiqueando
para bien y para mal.
Personalmente, me hubiera gustado que se intentase recrear un poco el castellano del siglo XVII. No creo que entonces se utilizase la palabra autopsia; ni que a las damas se las llamase por el apellido precedido de señora. Creo que está mucho más incardinado en la tradición española llamar a alguien don o doña seguido por el nombre de pila. Pero es la única crítica que puede hacerse. Por lo demás, guion, fotografía, música, interpretaciones, todo brillante. Hay mensajes ocultos en algunas fotos. Muy recomendable.
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