El autor.-
Zygmunt Bauman es sociólogo, filósofo y ensayista. Nació en Polonia
en 1925 pero por su origen judío tuvo que exiliarse durante el nazismo. Se
trasladó a la Unión Soviética y después de la II Guerra Mundial regresó a
Polonia, para exiliarse definitivamente en 1968, como consecuencia de la
política antisemita del gobierno comunista. A partir de entonces ha sido
profesor en distintas universidades de Israel, Estados Unidos y Canadá. Desde
1971 es profesor en la Universidad de Leeds, Reino Unido. En 2010 fue Premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Otras obras suyas: Modernidad líquida, La globalización: consecuencias humanas, El arte de la vida, La
riqueza de unos pocos nos beneficia a todos.
Mi opinión.-
La tesis principal de este libro es horripilante. Parte de
la base de que el Holocausto es un producto normal de la sociedad moderna
occidental. No fue una aberración sino una conclusión lógica. Dicho así,
brutalmente, ¿quién no pensaría que puede volver a suceder? Bien es cierto que
tomó como base viejos odios no resueltos, emociones fabricadas y reprimidas
contra los judíos, y les aplicó los instrumentos de la acción racional de la
que tanto presumimos, de manera que como Jeckill y Hide, modernidad y holocausto
no pueden subsistir uno sin otro. Parece un contrasentido pero para Bauman no
lo es tanto.
Kristallnacht |
La modernidad se distingue por la aplicación de la
racionalidad a todas las dimensiones de la vida. Todo lo que no sirve a los propósitos de la racionalidad se convierte en algo arcaico y en un factor a eliminar. Fija su
objetivo, planifica cómo llevarlo a cabo, decide qué actores intervendrán en el
mismo y les exime de responsabilidad en el objetivo final. Tiene esa gran
capacidad para segmentar procesos y asignar cada parte a alguien diferente de
manera que el actor para exculparse sólo tiene que decir “yo cumplía órdenes”. Sin embargo, todos pensamos que cualquier
proceso civilizador, y la modernidad presume de serlo, debe tener como
consecuencia la disminución de la violencia, el bienestar para todos, la
libertad. ¿Cómo es posible entonces que, en este proceso de dominación de los
instintos violentos, se produzca lo contrario? Durante las distintas y
progresivas fases del holocausto se diseñó un procedimiento de violencia
institucionalizada, dirigido a terminar con una buena parte de ciudadanos
alemanes y de otras nacionalidades europeas. La violencia no desapareció con la
modernidad se institucionalizó; y si en este proceso de institucionalización no se diseñan garantías puede utilizarse,
contra unos o contra otros para la salud de la sociedad, de manera eficaz,
organizada y perfectamente limpia. Cuando alguien me dice, en el año 2015, que los
inmigrantes deben adaptarse a las culturas de acogida, yo me pregunto ¿para qué
les sirvió a los judíos alemanes de 1933 la asimilación durante decenios, si al
final no fueron considerados ciudadanos alemanes?
Sinagoga en Berlín después de la Kristallnacht |
La modernidad, o su cara más perversa, produjo la
indiferencia moral porque invisibilizó a los sujetos que padecían esa violencia
institucionalizada; les hizo primero no-ciudadanos y después no-hombres. Y fue un proceso gradual: se les prohibió la propiedad de
la tierra, el desempeño de ciertos trabajos, la asistencia a determinados
establecimientos, se les confinó en ghettos, se les despojó de sus nombres y de
su identidad, se les desplazó a campos de trabajo, y después a campos de
exterminio hasta que se llegó a la solución final.
Se caracterizó a los judíos como enfermedad social y como
obstáculo para la creación de una nueva sociedad ideal. Y como enfermedad
social debían ser extirpados quirúrgicamente. Excepto en 1938 (Kristallnacht),
no existieron estallidos de odio de la población general contra los
judíos, porque la máquina de destrucción ya estaba en marcha. Aquí resalta otra
vez Bauman el vínculo del holocausto con la modernidad, el exterminio fue llevado
a cabo con extremas eficacia y eficiencia.
Los ciudadanos alemanes no judíos podían haberse opuesto y
puede ser comprensible que tuvieran miedo del poder omnímodo de los nazis, de
sus instrumentos de control social y de la repetición monótona de la
superioridad aria, pero también es lícito pensar que de alguna manera salían
beneficiados: conseguirían propiedades y puestos de trabajo, pertenecerían a un
nuevo orden social planificado y saludable y sobre todo no eran culpables
puesto que “sólo cumplían con la ley”.
Este es un libro doloroso para la lectura pero del que
todavía se pueden sacar muchas enseñanzas y preguntas: ¿por qué la religión no fue un freno al holocausto? ¿por qué la moral y la ética no se tuvieron en cuenta? Las consecuencias de la guerra de los Balcanes, ¿pueden considerarse holocausto? ¿Y la política de Israel en los Territorios Ocupados de Palestina?
Modernidad y Holocausto
Zygmunt Bauman
Traducción
Ana Mendoza y Francisco Ochoa de Michelena
Ed Sequitur
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