Creo que desde los años 1960 la mayor tragedia que hemos
vivido los españoles ha sido el terrorismo de ETA; pero nos hemos negado, no sé
por qué, a analizar (desde todos los puntos de vista posibles y desde todas las disciplinas académicas) que pasó, cómo surgió o qué pretendía. Todos, es cierto,
que hemos seguido las informaciones de la prensa, los comunicados de la banda
terrorista y las declaraciones de políticos, pero no ha existido un verdadero
análisis social, económico o antropológico de lo que ha sido el terrorismo de ETA. Siempre he pensado que
el cine, en general, debería contribuir a facilitar ese análisis y que el cine español debería tratar el tema,
desde diversos puntos de vista, al menos con una película al año, porque cualquier actividad humana es susceptible de ser
analizada, pero no todas pueden tener explicación.
Por mi parte, no logro entender como unos jóvenes, apenas adolescentes, en los años 1980, consideraron su derecho y su obligación, bajo el pretexto de una causa política (la independencia del País Vasco), matar a otros jóvenes que llevaban distinto uniforme (policía, guardia civil y militares) y que, a veces provenían de zonas de España en las que no había muchas expectativas laborales. Además teniendo en cuenta que entonces gobernaba un partido socialista, que disfrutábamos de unas cotas de derechos civiles impensables unos años antes y que, bajo el amparo de la Constitución de 1978, se estaba estructurando un estado de las autonomías, imperfecto y ahora muy cuestionado, pero con un nivel de distribución de competencias incluso superior al de algunas repúblicas federales europeas.
Por mi parte, no logro entender como unos jóvenes, apenas adolescentes, en los años 1980, consideraron su derecho y su obligación, bajo el pretexto de una causa política (la independencia del País Vasco), matar a otros jóvenes que llevaban distinto uniforme (policía, guardia civil y militares) y que, a veces provenían de zonas de España en las que no había muchas expectativas laborales. Además teniendo en cuenta que entonces gobernaba un partido socialista, que disfrutábamos de unas cotas de derechos civiles impensables unos años antes y que, bajo el amparo de la Constitución de 1978, se estaba estructurando un estado de las autonomías, imperfecto y ahora muy cuestionado, pero con un nivel de distribución de competencias incluso superior al de algunas repúblicas federales europeas.
En los años 1980, la mayoría de los jóvenes sólo queríamos
fumar porros y follar todo lo posible, disfrutar de la noche, de la música y
los primeros conciertos internacionales, estudiar y encontrar un buen trabajo. Era
el tiempo de la movida, de Almodóvar y de tomar la calle para divertirse. Pero
en el País Vasco, una parte considerable de sus jóvenes no lo veía así. Yo no
he tenido nunca un sentimiento nacionalista marcado, ni por mi comunidad
autónoma ni por mi país. He sido siempre bastante crítica con eso, porque me
parece que tiene un componente muy fuerte de masculinidad mal entendida. Desde
el punto de vista de la crítica feminista, no creo que ninguna mujer deba tener
sentimientos hacia las fronteras que los varones han creado y además estoy
absolutamente segura de que dentro de esas fronteras (de cualquiera de esas
fronteras vascas o españolas o catalanas) las mujeres siempre hemos sido ciudadanas de segunda o de tercera. Y
seguirá siendo así por mucho tiempo. No tengo datos recientes, pero en el País
Vasco no ha habido ninguna candidata a lendakari, ni alcaldesas para las
ciudades principales ni para ningún otro cargo político relevante.
Pero, a pesar de que yo no lo tenga, respeto
el sentimiento nacionalista de otros, aunque no lo entienda y aunque ese
sentimiento tampoco tenga una fundamentación histórica sólida. Mirando siempre
al futuro debemos de encontrar maneras de convivir y coexistir y si la
independencia de una parte de España, sea Cataluña, el País Vasco o
Extremadura, es decidida por una amplia mayoría de la población la admitiré sin
ningún problema; siempre que sea por cauces legales y siempre que el
nacionalismo español no quiera impedir sus derechos al resto de nacionalismos. En este asunto, y en muchos otros, a veces parece que asistamos a una berrea
de machos, meando todos a la vez para marcar territorio y excluir al otro.
Todo esto para decir que la película Lasa y Zabala me ha parecido fallida. Creo que el director tenía buenas intenciones, pero ha querido
abarcar demasiado y al final no ha encontrado el tono adecuado para narrar la historia. Lasa y Zabala eran
dos jóvenes de ETA (casi adolescentes) que fueron secuestrados en 1983 en
Francia y torturados y asesinados en España por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación, dicho de otra manera terrorismo de estado), durante los años de
plomo o de la guerra sucia. Pero si no se ha vivido o estudiado esa época, poco se
puede entender de la película. No recrea el ambiente de terror, propiciado por
el terrorismo de ETA y por el terrorismo de estado; en este
sentido la película no es explicativa. El director ha elegido un tono narrativo
bastante neutro, pero que al final resulta poco emocionante. No tiene tampoco
ritmo de thriller, ni se centra en la investigación policial. Aparentemente es
una crónica no lineal de los hechos, que salta en el tiempo entre el momento del
asesinato y el momento posterior cuando se identifican los restos que por casualidad se encuentran en
Alicante diez años después. Los personajes tampoco son muy elaborados. Son
figuras de cartón piedra: en el bando de los GAL, los personajes acaban definiéndose por sus
patologías mentales y en el bando abertzale, el abogado (inspirado en el
personaje real de Íñigo Iruín) abrumado por las circunstancias, apenas tiene unos segundos de dilema moral,
cuando su ayudante es asesinado con una carta-bomba. El director tampoco incide
en las consecuencias políticas y sociales que tuvo el caso Lasa y Zabala, pasa de puntillas por el juicio, enumera las
principales condenas y menciona que los principales acusados pasaron muy pocos
años en la cárcel por diversos motivos.
Los verdaderos Lasa y Zabala |
Sí que destaco la interpretación de Unax Ugalde como el abogado, Francesc Orella como Galindo y Ricard Sales que interpreta al guardia civil Dorado, uno de los implicados directamente en la muerte de Lasa y Zabala. Una lástima que la película haya quedado tan corta, en unos aspectos, por haber querido abarcar demasiado.
Director: Pablo Malo
Guion: Joanes Urkixo
Fotografía: Aitor Mantxola
Intérpretes: Unax Ugalde, Francesc Orella, Ricard Sales, Oriol Vila, Joan Anza, Cristian Merchan.
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