Una secuencia inicial angustiosa. Una cámara a ras de suelo,
muestra un pasillo de hotel gris, impersonal, que es recorrido lentamente por
el espectador. El muro, cine
musical catártico y agónico, fue dirigida en 1982 por Alan Parker y basada en
el disco editado por Pink Floyd en 1979. En la película se narra la vida de
Pink Floyd, inspirada en el propio guionista y miembro del grupo Roger Waters, un artista de los años 1970 que oscila entre la apatía paralizante
y la rabia incontenible y destructiva. Alterna los momentos de
aparente calma con momentos de ansiedad y violencia contra sí mismo y contra
los demás. Estos dos polos opuestos en su comportamiento parecen tener el mismo
origen: la muerte de su padre en una batalla de la II Guerra Mundial.
Desde la infancia, vive su absoluta soledad. Su aislamiento del
mundo comienza en la falta de su padre. La muerte del padre es el primer
ladrillo de su muro particular. Su paso por el colegio será lo que siga potenciando ese aislamiento psicológico. Tiene unos profesores autoritarios, ridículos,
castrados en su vida privada y que purgan su fracaso maltratando niños
indefensos. El protagonista pasa su infancia tratando de recomponer la imagen
de su padre, pero como referentes tiene esos profesores. Vive con su madre, emocionalmente ausente, y que no parece
prestarle mucha atención.
En la escuela al final se produce una rebelión que, visualmente, se
combina con escenas de disturbios y enfrentamientos con la policía en los años
1960-1970 y también con escenas de la guerra cuyo protagonista es su padre.
Supongo que así, el director quiere mostrarnos que vivimos diariamente inmersos en batallas,
aunque no sea una guerra declarada. Una lucha contra la uniformidad, el
adocenamiento y la alienación.
En este punto, aparecen las imágenes animadas diseñadas y
dirigidas por Gerald Scarfe. Su trabajo se parece a los decorados surrealistas
que Dalí diseñó para Recuerda de
Hitchcock. De una paloma blanca que estalla surge un águila negra sanguinaria. Los
aviones se convierten en cruces de cementerio y la cruz blanca de la bandera de
Reino Unido sangra. Es una metáfora de los bombardeos sufridos por Londres
durante la II Guerra Mundial y la música de fondo es Goodbye blue sky.
También conocemos al joven Pink Floyd y su matrimonio
frustrado. En la película se desarrolla en paralelo con la relación que
mantiene que con su madre. Su mujer intenta romper el aislamiento psicológico
de Pink Floyd, pero, evidentemente, no lo consigue y comienza una relación con
otro hombre. El muro cimentado con el trauma infantil, la educación severa y la
ausencia parental, convenientemente reforzado por el abuso de las drogas y el alcohol,
no es fácilmente superable. Pink Floyd se ha convertido en un hombre emocionalmente paralizado, encerrado tras su muro e incapaz de superar sus
angustias. Incluso el sexo se convierte, en otra impactante secuencia de
animación, en agresivas flores que se destruyen a dentelladas. La letra de la
canción que acompaña a su frustración sentimental es: No me dejes ahora. ¿Cómo puedes irte sabiendo cuánto te necesito para
molerte a palos un sábado por la noche?
No es extraño que el siguiente paso de su alienación sea la
sustitución de su personalidad herida por la de un personaje autoritario. Pink
Floyd vestido de cuero negro y con estética nazi, aunque las banderas con esvásticas
se hayan sustituido por banderas con martillos, entra en un teatro y besa a los
niños. Pero el verdadero espectáculo, aplaudido por una muchedumbre entregada
al líder, será perseguir a homosexuales, judíos, negros y cualquier otra
persona que no corresponda al arquetipo de hombre blanco triunfador. Violan a
mujeres, apalean a hombres, destrozan las calles y la vida. Pero la multitud les
alaba, les sigue fervientemente. En esa apoteosis nazi no es difícil ver lo
simple que es caer en lideratos mesiánicos de cualquier tipo (nazi, islamista,
etarra). La frustración de la mayoría intenta compensarse acabando con los débiles, como chivos expiatorios.
Pink Floyd termina en una celda, loco o culpable, no lo sé. Pero
al final el muro es derribado y los niños recogen sus pedazos. Los cargan en
sus camiones de juguete. Hasta que uno de ellos coge lo que parece ser un cóctel
molotov. El final es tan angustioso como el principio. Quizá después de
derribar el muro, lo que encontremos detrás de él sea mucho peor.
Roger Waters consideraba que los macroconciertos de rock se estaban convirtiendo en un espectáculo casi autoritario, para una masa informe sin criterios claros y con unos oficiantes, sometidos o bien a las reglas del mercado o bien al abuso de las drogas. De esta manera, ninguno de los asistentes tenía control sobre sí mismo. Es lo que quiso recrear en esta película.
Roger Waters consideraba que los macroconciertos de rock se estaban convirtiendo en un espectáculo casi autoritario, para una masa informe sin criterios claros y con unos oficiantes, sometidos o bien a las reglas del mercado o bien al abuso de las drogas. De esta manera, ninguno de los asistentes tenía control sobre sí mismo. Es lo que quiso recrear en esta película.
Director: Alan Parker
Guion: Roger Waters
Música: Pink Floyd
Fotografía: Peter Biziou
Intérpretes: Bob Geldof, Kevin McKeon y Christina Hargreaves
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