Las fotografías aéreas de carreteras enlazadas y superpuestas donde circulan, en todas direcciones e incesantemente, coches perfectamente
sincronizados, pueden parecer una metáfora de la vida. Aparentemente son
coches limpios, que guardan la distancia
de seguridad, marchan ordenados, siguiendo una coreografía impuesta y a salvo
siempre que respeten las normas. Esa es la imagen que me queda de esta serie.
Que siempre que respetes las normas tendrás tu sitio en el camino de la vida.
Pero a veces no es así. Para los cuatro principales personajes de esta serie no
ha sido así, por diferentes causas. Por su origen social, por una decisión crucial
errónea, por la culpabilidad que sienten o por la no aceptación de sí mismos,
estos personajes han perdido su sitio en la vida y la vuelta a la normalidad no
les es posible.
Esta segunda temporada de True Detective no es comparable a
la primera. No voy a decantarme por ninguna de las dos porque ambas pasan ampliamente el examen. En la primera temporada la literatura y la filosofía tenían un lugar preponderante y televisivamente, también era más innovadora. Esta segunda temporada es más conservadora, más convencional respecto a temática, imagen y línea narrativa, pero tiene momentos de gran
dramatismo muy bien resueltos por los actores. Si en la primera se podía hacer
un análisis de masculinidades (Pizzolato reconoce que cuestiona un tipo de
masculinidad surgido después de la II Guerra Mundial), en la segunda el armazón
que sujeta toda la trama policial son las relaciones padre-hijo o padre-hija y cómo los conflictos no resueltos de la infancia se mantienen durante toda la vida del individuo. Se puede
sacar todo un análisis sobre paternidades: de la ansiedad por ser padre hasta
el fracaso y la posterior redención. De hecho, en las dos temporadas, los
finales, que han sido ampliamente cuestionados, tienen mucho de redención y además de
redención católica en sentido estricto. Ignoro si Nic Pizzolato es católico o
no o si ejerce como tal, pero los finales de sus series sí que pueden tener una
lectura de esperanza y redención católicas.
Sobre un contexto de poderosas sagas familiares que
mantienen relaciones clientelares a base de sobornos y corrupción, la política
y los gánsteres de diferente calibre van de la mano e intentan modernizarse
dedicándose a negocios más o menos legales. En Vinci (ciudad ficticia de
California), el brutal asesinato de Ben Casper, ejecutivo de una empresa de
trenes de alta velocidad, provoca la reunión de los cuatro personajes
protagonistas de la serie.
Frank Semyon |
Ben Casper trabajaba para Frank Semyon (Vince Vaughn) y con
su muerte desaparece también una importante cantidad de dinero de Frank. Frank ha
ganado toda su fortuna trabajando desde niño, sin ayuda de nadie y la mayor parte
de las veces en negocios turbios: tráfico de drogas y explotación de mujeres
para la prostitución. Creció en un hogar desestructurado sometido a abusos
emocionales por parte de su padre y lo único que quiere es una oportunidad para
ser decente y tener un hijo. Eso es lo que más desea, ser padre; aunque
lamentablemente está enamorado y casado con una mujer estéril. Todo ese sufrimiento que ocupa su mirada, no puede ocultar que, también, le queda espacio para la brutalidad.
Frank tiene a varios policías en nómina, para utilizarlos
según sus necesidades. Uno de ellos se encarga de la investigación policial del
asesinato de Casper. Es Ray Velcoro (Colin Farrell), enganchado al alcohol y a
las drogas y a las drogas y al alcohol de manera sobrehumana. Años atrás Frank
Semyon le hizo un favor por el que está pagando con su alma. Su esposa le
abandonó hace tiempo y ha rehecho su vida. Tuvieron un hijo, aunque debido a la
violación de la mujer, ambos tienen dudas sobre la paternidad del niño; esto
contribuyó enormemente a destrozar su matrimonio. Aunque adora a su hijo, Ray
ve en él, un niño gordo, cobarde y llorón. Apenas tiene nada de que hablar con él cuando están juntos; pero después, cuando Ray está solo en su casa, graba interminables mensajes para dárselos.
Otra agente encargada del caso es Antígona Bezzerides (Rachel
McAdams). Una policía durante las 24 horas del día. Obsesionada con su trabajo
y con no olvidar un suceso traumático de su pasado. Creció en una comuna hippie
de los años 1980, sin una autoridad clara y sin sentirse protegida; no es extraño que haya elegido ser policía. Mantiene relaciones conflictivas con
su padre (un gurú Nueva Era) y con su hermana (una artista que en busca de su
camino en la vida, ejerce esporádicamente la prostitución), su madre murió hace
años. Ha sido acusada de acoso sexual por un compañero de trabajo que no
entendió que Bezzerides quisiera terminar con su relación sexual.
Bezzerides se ha preparado para subsistir en ese mundo masculino. Es fuerte, independiente, se entrena en artes marciales y depende totalmente de un pequeño cuchillo, pero toda su agresividad la dirige principalmente contra sí misma. Es un castigo. Es significativo que se llame Antígona como la heroína griega que desafía la ley establecida para cumplir el deber moral de hacer justicia.
Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) es el policía de carreteras
que encuentra el cadáver de Casper. Es un joven muy atractivo, casi demasiado
atractivo, que es acusado por una detenida de abuso sexual. Ha sido militar
destinado en Afganistán y de allí vienen parte de sus demonios. Pero además, su
madre también ejerce cierto abuso emocional sobre él. Ella se emborracha, se
gasta su dinero y le culpa de haberle destrozado la vida por haber nacido
cuando ella era apenas una adolescente que quería llegar a ser bailarina. Paul quiere mantener una
relación normal con una mujer, pero a pesar de su físico y su juventud (no
tiene más de 30 años) necesita viagra para poder mantener relaciones sexuales
con su novia. Paul no acepta su condición de homosexual.
A medida que pasan los capítulos, la trama policial pierde
interés porque lo verdaderamente importante es la angustia existencial de estos
personajes inadaptados. Parecen elegidos por los hados para ser sacrificados y
que nunca puedan resolver el crimen de Casper. Sin embargo, entre ellos se crea
una alianza de desesperación y decencia para llegar hasta el final, aun a costa
de sus vidas.
A esta pérdida de interés también contribuye que, hacia el
final, aparecen nuevos personajes “recosidos” de una manera artificial para poder
justificar la trama y esto resta credibilidad y fuerza al resto del guion. Sin embargo,
el dramatismo de algunas situaciones compensa. La confesión de culpas en la
cama entre Velcoro y Bezzerides, es el punto de inflexión que más tarde dará un
hueco a la esperanza. Termina la serie de una manera, que yo considero abierta,
y aunque creo que no existirá una tercera temporada, sí que habría espacio para
rodar una película sobre Antígona Bezzerides y su esfuerzo por hacer justicia.
Esta vez la cabecera es de Leonard Cohen. Hipnótica y desasosegante.
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