lunes, 16 de mayo de 2016

Cine: La mujer pantera de Jacques Tourneur (1942)

La mujer pantera fue una película de bajo presupuesto, rodada en apenas unas semanas, pero que derrocha elegancia. Es una verdadera joya, gracias al talento de su productor Val Lewton y del director Jacques Tourneur. 

En los años 1930 y 1940, las películas de terror tuvieron un gran éxito en Estados Unidos. No sé por qué. Quizá porque se creían una sociedad protegida, limpia de supersticiones de la vieja Europa. Sentir el terror en una sala a oscuras, frente a una gran pantalla, les hacía valorar lo bien que se vivía a salvo de momias del lejano Egipto o de dráculas de Transilvania o de frankensteins de algún lugar perdido de Suiza. En Estados Unidos todo era juventud, salud y sonrisas perfectas de perfectos dientes sanos.

Pero La mujer pantera se sale del prototipo de una simple película de terror. Es lírica, insinuante, obsesiva y con una lectura psicosexual que no creo que estuviera en la mente del director ni del guionista cuando filmaron. La historia es sencilla. Aquello de chico y chica que se encuentran, se enamoran y se casan. Irina (Simone Simon) vive en Nueva York y es de origen serbio (de la vieja Europa), trabaja como diseñadora y dibuja excepcionalmente bien. 



Es una joven artista con cierta debilidad y atracción por los animales. Visita el zoo y se entretiene dibujando a una hermosa pantera negra, que se altera un poco cuando la ve. En el zoo conoce a Oliver (Ken Smith), un buen chico americano, ingeniero, racional y un poco soso, con el que se casa en poco tiempo.



Desde el principio de su matrimonio Irina se siente incómoda ante la perspectiva de la intimidad y de las relaciones sexuales, de manera que le pide tiempo a su marido. Se siente profundamente enamorada de Oliver, pero hay algo que la atormenta. Cree que el sexo desencadenará una reacción que no podrá detener; se siente desbordada por su propio deseo y teme no poder controlarlo y llegar a ser dañina con aquel a quien más quiere. Oliver es paciente, pero no puede evitar confiar en Alice (Jane Randolph). Alice es todo lo contrario a Irina. Es el nuevo continente lleno de oportunidades. Una jovencita americana pizpireta y resuelta, sin complejos ni culpas heredadas; una compañera de trabajo competente; una amiga comprensiva; y una enamorada leal que no duda en confesar su amor a Oliver, al mismo tiempo que le recomienda un psiquiatra que pueda ayudar a su esposa.



Uno de los aciertos de esta película está en hacernos ver que el terror no necesita un monstruo para aparecer. Aquí está en la vida corriente, cuando los protagonistas esperan ser más felices, es cuando el terror da un zarpazo y los descoloca. Está oculto en las sombras, en los tacones que se oyen, y que se dejan de oír, cuando volvemos a casa por la noche. Nunca el sonido de unos tacones fue tan terrorífico. Son las sombras y la acción que se desarrolla fuera de la pantalla, inaccesible al espectador, lo que alimenta el miedo.



Las sombras forman también los barrotes que mantiene a la Irina pantera encerrada en su prisión. Pero el amor y el deseo, los celos, la inseguridad y la frustración de Irina, desencadenan la maldición que ha traído importada de Europa. Irina no entiende que aquello que creía que la iba a salvar, el amor por Oliver, es lo que en realidad la condena. Ingenuamente, pensaba que podría ganar en la lucha entre sus dos naturalezas. Al final, lo salvaje, lo atávico, lo incontenible se impone nuevamente. La persistencia del pecado.




Un detalle más. En el apartamento de Irina hay una reproducción de un cuadro de Goya, El niño Manuel Ossorio. Es difícil verlo pero, en la esquina inferior izquierda hay un pájaro y tres gatos que le observan con avidez. De uno de los gatos apenas se ven los ojos, pero aterra. 


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