El jardín de las delicias es el protagonista absoluto de la exposición sobre el V centenario del Bosco. Hasta tal punto que, por primera vez en el Museo del Prado, se ha diseñado una videoinstalación exclusivamente para este evento. No se trata de visualizar pasivamente el cuadro sino de introducirse en su narración, de experimentarlo de cerca, de fragmentarlo y de reunir los fragmentos de otra manera. Todo ello acompañado también de sonido.
Para ello se ha habilitado la Sala C de los Jerónimos, de
manera que las imágenes viven alrededor de todo el perímetro de la sala y
también de un cubo situado en el centro. Un vértigo de colores y de imágenes
que, advierten en el folleto informativo puede
provocar cierta desorientación.
De eso se trata, de que las sensaciones nos
desborden de una manera diferente a la que estamos acostumbrados. El jardín de las delicias es un cuadro
excepcional y con esto quiero decir que debemos entender que se trata de un cuadro o inexplicable
o que tiene tantas lecturas como espectadores ha ido teniendo a lo largo de
cinco siglos, pero que, además en esta ocasión, te envuelva y te invada, repetitiva y
obsesivamente puede producir eso, desorientación.
Yo entré en la sala cuando el infierno empezaba a estallar,
en medio del incendio de la ciudad en el panel de la derecha. El infierno
musical, rojo, anaranjado y amarillo, pero sobre un fondo negro, muy negro. Esos eran los colores que
predominaban. La oscuridad, después, se iba abriendo para dejar paso a los
demonios y monstruos que torturan a los pecadores. Puede que, enfrentarse a la
sordidez del tercer panel no fuera la mejor manera de empezar el viaje pero, al mismo
tiempo, ofrece la oportunidad de valorar más el apacible color verde de los otros
dos paneles, la creación y el juicio final.
No se trata de contemplar una pintura alegre y amplificadamente,
sino de experimentarla aunque, a veces, lo que veas y oigas te pueda producir
terror. Los picos de las aves o las garras de los animales, acompañados de
sonidos que no podemos identificar, al verlos en ese tamaño y en movimiento pueden resultar realmente amenazadores, pero también contrastan con la sensación de
paz de la creación, con la inocencia de Adán y Eva, él con los pies cruzados como un
niño que todavía no sabe andar y ella con la mirada vacía todavía.
Se descubren muchas figuras que en el cuadro pasan
desapercibidas, un ejército minúsculo y una fresa gigante que aplasta a un
grupo de personas desnudas; un animal que parece un jabalí rosa con los cojones
azules y un hombre que intenta coger lo inalcanzable mientras un pájaro le pica el culo, pájaros de dos cabezas, reptiles de tres. En el panel central se representa el paraíso de la lujuria y el pecado,
pero es una lujuria muy armónica, muy simétrica, no está sumida en el caos que
aparece en el infierno. En la parte de abajo, las figuras se agrupan en
triángulos muy equilibrados, deleitándose con frutas, juegos y fino erotismo.
En
el centro hay un desfile, las figuras se mueven en círculo montadas en
caballos, unicornios camellos y algunos otros animales. Giran sin ningún motivo
y sin ninguna preocupación. La parte superior del panel central es la más
extraña y simétrica. Hay cinco edificaciones que no se sabe qué son, dos rosas
y tres azules, algunas personas y muchos seres fantásticos que vuelan y nadan.
En el panel de La
creación es donde están los detalles que más me atraen de este tríptico: la
bandada de pájaros de la parte superior izquierda que sube en espiral hacia el
cielo y se pierde y las rocas que inspiraron a Dalí. Y sobre todo el unicornio.
Muy interesante la exposición y esta videoinstalación. Espero
que para otras macroexposiciones continúe esta iniciativa de experimentar la
pintura de otra manera. Además, en el Monasterio del Escorial también continúa
la exposición del Bosco V Centenario. No he podido ir a verla pero está hasta
el 1 de noviembre.
Jardín Infinito
Imagen: Álvaro Perdices y Andrés Sanz
Audio: Javier Adán y Santiago Rapallo
Videoinstalación 75 minutos
Museo del Prado
4 de julio-2 octubre 2016
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