En 1774, Goethe publicó Las
penas del joven Werther, una novela epistolar parcialmente basada en un
episodio de su juventud. Tuvo tal éxito que el autor acabó maldiciéndola; ya que la mayoría
de sus admiradores se limitaron a leer únicamente esta obra y no apreciaron el
resto de su producción. Además, la novela creó tendencia. Los jóvenes se
vestían y adoptaban las maneras del protagonista e incluso imitaron su
suicidio. Es lo que se llamó la “fiebre de Werther”. Fue una de las novelas más
importantes de su época. Se puede encuadrar en el movimiento literario alemán Tormenta e ímpetu, precursor del Romanticismo, en el que se potenciaba la
expresión de la subjetividad individual, la emoción y las pasiones sin
cortapisas.
Casi un siglo después Massenet compuso la música para el libreto
que adaptaba esta novela. Se considera una de las óperas más difíciles de representar para un
tenor, puesto que tenía que extremar su expresividad. Sin embargo, los libretistas, Edouard Blau y Paul
Milliet, tuvieron que “inventar” el personaje de Charlotte porque en la novela
original, las cartas sólo aportan la visión del joven Werther: sus
sufrimientos, su carácter melancólico y apasionado y su desesperado final.
Así, en la adaptación para la ópera, ambos personajes comparten protagonismo aunque se manifiestan como totalmente antagónicos. Werther es
apasionado, individualista y un poco caótico como corresponde a un poeta.
Charlotte por el contrario, es una buena hija, la hermana mayor que tiene que
ocuparse de sus 6 hermanos huérfanos y que ha prometido a su madre, en el lecho
de muerte, que dará su consentimiento a una buena boda para asegurar el futuro
de sus hermanos. Sin embargo, el amor se cruza en su camino y descubre su individualidad con Werther. Hasta
entonces había sido una joven pragmática y simple. No se le había ocurrido que
pudiese tener una vida propia ni mucho menos que pudiera elegir su propio destino. Todo ello se queda en una tentativa porque al final, no
se atreve a desafiar las normas y a su familia. A pesar de ello, su destino será trágico. Tal y
como Werther invoca a la naturaleza para que le ayude en sus penas, Charlotte
invoca a Dios para que la salve de la pasión destructiva y la asista en su matrimonio
sin amor con Albert. Sin éxito, por supuesto.
En esta producción, lo que más me ha gustado es la impresionante
evolución en el carácter de Charlotte. La mezzosoprano Joyce DiDonato da cuerpo
a esa evolución pasando de la ñoñería de la joven Charlotte del principio a la
mujer desgarrada por la pasión de Werther. Para mí el personaje de Charlotte resulta
más complejo que el de Werther. Vittorio Grigòlo interpreta al poeta Werther y
aunque también está espléndido, no se luce como ella porque su papel es más
previsible.
La escenografía es muy sencilla. Los personajes quedan
expuestos a la luna llena o a un cielo intensamente azul pero avasallador e inmisericorde o al interior
de una casa burguesa oscura y triste. No existe, para ellos, un entorno amable
donde vivir su amor. En el enfrentamiento que se produce entre Werther y
Charlotte, entre, por un lado, la naturaleza, la pasión y el amor y por otro la
sociedad, el matrimonio y el deber, ninguno de los dos sale victorioso. Resulta conmovedora. Como curiosidad, apunto que la Criatura de Mary Shelley, en Frankenstein aprende a leer con Las penas del joven Werther.
Música: Jules Massenet
Libreto: Edouard Blau y Paul Milliet (Goethe)
Director de Orquesta: Antonio Pappano
Director: Benoît Jacquot
Puesta en escena: Andrew Sinclair
Escenografía e iluminación: Charles Edwards
Vestuario: Christian Gasc
Intérpretes: Vittorio Grigòlo, Joyce DiDonato, David Bizic, Heather Engebretson.
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