Cristóbal Balenciaga nació en Guetaria, donde no había
ninguna escuela de costura, en 1895 y de familia modesta; con esas premisas era
difícil esperar que se convirtiese en un gran modisto. Pero su madre era
modista y confeccionaba prendas de gran calidad y allí mismo, en el Palacio
Aldamar (que hoy es parte del Museo Balenciaga) veraneaban las marquesas de
Casa Torres.
Decía Balenciaga que, cuando era todavía niño, un día pidió a la
marquesa visitar sus armarios y así empezó a familiarizarse con las preciosas
sedas, los encajes más elegantes y todos los complementos que una gran dama de
principios del siglo XX vestía. Además el marqués de Casa Torres tenía una gran
colección de pintura que posteriormente legaría al Museo del Prado; se exponen
aquí varios retratos de Goya, El conde de
Floridablanca, María Luisa de Parma y Carlos
IV que pertenecieron a su colección. Así, se encontraron los tres factores
esenciales de esta exposición: Balenciaga, la pintura y la moda de alta
costura. A veces el destino de la gente se marca de una forma casual.
La reina Fabiola de Bélgica fue bisnieta y nieta de las
marquesas de Casa Torres y siempre lucía trajes de Balenciaga. Incluso el traje
de su boda. Un modelo que se considera icónico y que marcó tendencia por su
capa salida directamente de los hombros y bordeada de visón (no me gusta que se
despellejen animales para adornar ropa); técnicamente creo que se llama cola de
pavo real. Y es un estilo que también repitió en el vestido de otras novias de
la Alta Sociedad, Sonsoles Diez de Rivera (aunque con una cola mucho más
modesta), hija de los marqueses de Llanzol o la nietísima Carmen Martínez
Bordiú, por ejemplo. Todos ellos pueden verse en esta exposición. Están en la
sala dedicada a Zurbarán, contrastando y armonizando al mismo tiempo con las
túnicas de sus frailes.
Del mismo Zurbarán también se exhiben los retratos,
anacrónicos, de unas santas. Entre ellas Santa
Isabel de Portugal que no podía estar vestida como una gran dama del siglo
XVII habiendo nacido en 1271, en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza. Fue
princesa de Aragón y se casó con el rey Dionisio de Portugal. Un rey colérico,
despótico y que maltrataba a su pueblo. La reina trataba de socorrer a los más
pobres sin que el rey se enterase y para ello robaba dinero, joyas y comida y
los escondía entre los pliegues de su falda. Su marido sospechaba y cuando le
preguntó qué llevaba escondido en su regazo, el botín milagrosamente se
transformó en un ramo de flores. Ese es el momento que capta este magnífico
cuadro. Las aragonesas somos así. Santa Isabel puede confundirse con la otra
santa, Santa Casilda pero ésta no
lleva corona y se la representa mucho más joven. Son dos piezas del Museo del
Prado.
Empieza la exposición por unas salas dedicadas a El Greco
cuyos cuadros sirvieron de inspiración a Balenciaga para crear unos vestidos de
noche de satén, en colores pastel. Balenciaga era un hombre muy religioso pero
más cercano a la austeridad vasca que al derroche de color más propio de las
vírgenes andaluzas. Sin embargo, decía que si El Greco lo había hecho él
también podía. En estas salas pueden verse una Inmaculada Concepción o las
anunciaciones y los santos que repiten esos mismos azules, verdes o amarillos.
Desde mi punto de vista el gran acierto de esta exposición
ha sido potenciar el color negro y no sólo en los vestidos. Las paredes de las
salas de exposición se han pintado de negro Balenciaga para este evento. En
realidad se han utilizado siete tonos de negro levemente diferentes; por
ejemplo en la sala goyesca se han incluido reflejos rojizos. Y aunque, a
priori, pudiera parecer que daría una sensación plomiza no es así. En absoluto.
Paradójicamente contribuyen a destacar el colorido de los trajes y muy especialmente
de los trajes de noche de un intenso y brillante color negro.
El color negro estuvo asociado a la pintura de la Corte
española, como signo de distinción y de aparente austeridad. Había sido
importado por Carlos V desde la corte de Borgoña y se implantó en la corte para
uso diario. Era un color solemne, dignificante y que se relacionó (y todavía se
hace) con el luto y el dolor contenido. Pero en la segunda mitad del siglo XVI,
en la corte de Felipe II, su significado cambió y pasó a ser símbolo de
ostentación social. Este cambio de significado se relacionó con el
descubrimiento del palo de Campeche cuyo comercio fue monopolio real. El palo
de Campeche, el Haematoxylum campechianum,
es un árbol que se cultiva en la península de Yucatán, del que se extraía un
pigmento oscuro muy intenso y resistente que no se convertía, pasado el tiempo,
en un color parduzco y sin brillo ni definición.
Muestra de esa elegancia del color negro en pintura son los
retratos de Felipe II y de su
hermana, doña Juana de Austria cuya
palidez contrasta con la intensidad del color negro utilizado por Alonso
Sánchez Coello en el retrato de doña Margarita Teresa de Austria, hija de Felipe IV, la niña que aparecía en Las Meninas de Velázquez. Si algo hay que reprochar a esta exposición es la ausencia de Velázquez que demostró su maestría reproduciendo el color negro en sus cuadros.
Hay otra sala dedicada a la pintura de bodegones que inspiró
a Balenciaga trajes de noche espectaculares, aunque no debían de ser muy
cómodos. De esta sala me dejó impresionada el cuadro Ofrenda a Flora de Juan van der Hamen y León (1627), aunque no por
la imagen representada sino por la detallada cascada de flores de la esquina
inferior derecha. Me gustaría poder identificarlas todas y no me cabe duda de
que un especialista podría hacerlo porque han sido pintadas con gran detalle y
precisión. En esta sala los vestidos son más coloridos y llevan lentejuelas,
mostacillas y otros abalorios aplicados por todo el tejido. También queda
espacio en otra sala para los bordados con hilos de seda y pedrería.
Goya y la pintura de los siglos XIX y XX también fueron una
gran fuente de inspiración para Balenciaga. En estas salas la austeridad y la
posterior ostentación dejan sitio para lo popular en colores blanco, rojo y
negro. No podía faltar La duquesa de Alba
de blanco, inspiración para un precioso vestido de cóctel y su gran rival
la Reina María Luisa con tontillo que
se ve replicada en un elegante vestido de noche. Ambas rivalizaban en elegancia
a principios del siglo XIX.
En una de las esquinas de la Plaza de Cibeles, creo que
donde hoy está el Estado Mayor del Ejército, la duquesa de Alba tenía su palacio
en el que algunas de las habitaciones eran mucho más lujosas que las del
Palacio Real. La duquesa quiso dar una fiesta para humillar a la reina y
demostrarle que podía tener todo lo que quisiera. Así que puso a trabajar a sus
doncellas, modistas y decoradores para tener todo a punto. La reina pretendía,
esta vez, no quedar como una pobretona y también quiso renovar su vestuario.
Pero la malvada duquesa consiguió
sobornar a una doncella para que le enseñase la seda y el diseño que la reina
había elegido y rápidamente repitió ese mismo diseño en los vestidos de sus
doncellas. De manera que cuando la reina llegó al baile vio como las sirvientas
vestían como ella. Poco después el palacio de la duquesa de Alba se quemó.
La pintura del siglo XIX incluida en la exposición es
reflejo de las costumbres más populares, aunque fuesen las damas quienes
estaban posando para un retrato; incluyendo y valorando lo folclórico, lo más
castizo y cañí. En el siglo XX se vuelve al negro esta vez representado por
Romero de Torres y su Flor de Santidad (en el Patio de la Infanta se puede ver ahora una exposición de este autor). En definitiva esta muestra es una buena excusa para visitar el Museo Thyssen. No hay que perdérsela y , si se puede, hay que visitarla varias veces. También han editado un catálogo muy completo y de gran calidad; pero si lo compras online te hacen un 5% de descuento y no tiene gastos de envío. Yo lo compré en la librería del Thyssen y me quedé sin descuento. No es justo.
En Zaragoza, en febrero también hubo una muestra de Balenciaga. De aquélla exposición yo me quedo con este vestido. En el Museo Thyssen-Bornemizsa de Madrid, hasta el 22 de septiembre.
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