jueves, 1 de agosto de 2019

Teatro: El castigo sin venganza de Lope de Vega (2019)


¿Por qué castigar una traición cuando al ofendido no le importa su honor ni mucho menos el amor herido? Pues la respuesta a esta pregunta podría estar relacionada con el riesgo a perder poder político. Dice Helena Pimenta que esta tragedia, una obra maestra universal, oculta una reflexión sobre el poder, sobre el miedo del poder. No es el miedo que provoca el poder y más su ejercicio arbitrario, sino el miedo que el poder tiene a ser débil y ser sustituido.


Lope de Vega había llevado una vida muy intensa: viajes por toda la península al servicio de algunos nobles; amores, matrimonios y amantes; varios hijos de distintas madres; en 1614 profesó como sacerdote y, aun así, continuó con sus amoríos constantes. Es un hombre contradictorio y apasionado cuya vida puede reflejar las grandezas y miserias del Barroco. Escribió muchas comedias y publicó el Arte nuevo de hacer comedias, donde consagra su teoría teatral y contribuye a la consolidación del teatro como arte pero también a su mercantilización. Los autores, en definitiva, debían acomodarse a lo que quería su representante y esto no era otra cosa que vender una obra y hacer dinero con ella teniendo en cuenta el gusto del público. Como hoy.

El duque

Escribió El castigo sin venganza en 1631 cuando tenía ya 69 años y otros dramaturgos más jóvenes empezaban a superarle en éxitos, fama y dinero. En aquella época las obras se representaban una sola vez, pero si tenían éxito los autores se decidían a publicarlas para ser leídas. Eso hizo Lope con esta obra y todavía se conserva el manuscrito autógrafo en una biblioteca de Boston.

Los enamorados
Lope la define como tragedia al estilo español donde el destino de los personajes está dominado por la pasión amorosa entre dos jóvenes y el honor vulnerado de un anciano, padre de uno y marido de la otra, y por la exigencia de lavar estas ofensas con sangre, más por demostrar poder que por la ofensa en sí. El duque no ama a Casandra, su esposa. Ha contraído matrimonio con ella para conseguir un heredero legítimo para su ducado. El adulterio, y mucho más éste con connotaciones de incesto, es grave pero, sin duda, sería más grave e, incluso, tendría repercusiones políticas para el marido engañado demostrar debilidad, puesto que no se le consideraría apto para gobernar su propio ducado.

La pasión destructora

De alguna manera, el duque está obligado a castigar a los amantes a pesar del dolor que le causa castigar a su propio hijo bastardo (más que castigar a su propia mujer); es decir que no los castigará por venganza, ni por amor traicionado, ni por rabia sino para que el orden político no se vea alterado. Y además, en este castigo el duque será también una víctima puesto que perderá a su único hijo y a la mujer que debería haberle dado un heredero, abocando a la ruina a su ducado. Es duro, pero fue así.


Pero además todo el texto está atravesado por la incubación de una pasión amorosa tratada como si fuese una enfermedad. Algo que consume el alma y el cuerpo y que resulta ingobernable para el ser humano. Las pasiones desatadas generan conflicto, cambio y desorden y el intento de controlarlas no trae la paz; todo ello supone lo que ningún gobernante poderoso quiere tener cerca.


Resulta conmovedor oír al conde, el hijo bastardo interpretado por Rafa Castejón, confesar el amor por su madrastra y verse abocado a la destrucción absoluta. A juicio de Álvaro Tato, quien ha adaptado la obra, El castigo es el canto de cisne de Lope, es donde despliega su maestría en el manejo de estrofas y rimas para demostrarles a los jóvenes que vienen pisándole los talones y moviéndole la silla que todavía está allí, en lo más alto de la creación literaria. Y así expresa la desesperación del enamorado de su madrastra y traidor a su padre,

En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos y sin Dios:
sin Dios, por lo que os deseo;
sin mí, porque estoy sin vos; 
sin vos, porque no os poseo.



La intensidad del texto se ve resaltada por la escenografía, por el vestuario y sobre todo por la gran gasa negra que recubre el fondo del escenario y que, iluminada convenientemente, tapa y descubre las ideas y venidas de los personajes y también por el gran espejo, fiel reflejo de la imagen de la traición. Parece una inmensa tela de araña que apresa los sentimientos y deseos humanos más ocultos. No se puede negar que Lope vivió toda su vida en la contradicción y este texto es buena muestra de ello.

“… Tú me engañas, yo me abraso;
tú me incitas, yo me pierdo;
tú me animas, yo me espanto;
tú me esfuerzas, yo me turbo;
tú me libras, yo me enlazo;
tú me llevas, yo me quedo;

tú me enseñas, yo me atajo…”


Compañía Nacional de Teatro Clásico
Autor: Lope de Vega en versión de Álvaro Tato
Dirección: Helena Pimenta
Escenografía: Mónica Teijeiro
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Vestuario: Gabriela Salaverri
Música: Ignacio García
Coreografía: Nuria Castejón
Intérpretes: Joaquín Notario, Rafa Castejón, Beatriz Argüello, Alejandro Pau, Fernando Trujillo, Lola Baldrich, Nuria Gallardo, Carlos Chamarro, Javier Collado, Anna Maruñy, Íñigo Álvarez de Lara. 

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