A esta película le pasa como a la de El asesino de los Caprichos de Gerardo Herrero. Además las fui a
ver el mismo día, aprovechando la Fiesta del cine, así que puede que en mi cabeza se hayan mezclado las dos. Pues eso, que le pasa lo
mismo. La trama personal de los policías, con sus frustraciones, sus miedos y
sus agonías, se apodera de la trama policial. Y eso no me gusta porque cambia
el género. Ya no se trata de cine negro o policíaco sino de un melodrama con tintes policíacos.
Además de este fallo, lo peor ha sido ver desvelado al asesino psicópata a mitad de película: ¡qué necesidad había de hacerlo! A partir de ahí, ya me dieron ganas
de salir del cine. Aunque se mantenga el suspense a la hora de desvelar los
motivos de los asesinatos, éstos quedan empañados por los dramas personales de
los policías protagonistas. Dramas que, por otra parte, se desarrollan poco.
Un aborto, la muerte de la esposa o la adicción a las drogas,
las frustraciones de cada uno de los protagonistas deberían importar poco. A
pesar de ocupar gran parte del metraje son muy superficiales y quedan
desdibujadas e impiden el correcto desarrollo, imprescindible en un thriller, de la indagación en la personalidad del psicópata y en sus motivaciones
íntimas para ejecutar unos asesinatos atroces.
Pienso que guionista y director deberían haber dado un mayor
protagonismo a la ciudad de Vitoria. Es interesante que los thrillers salgan del
paisaje de las grandes ciudades como Madrid y adquieran características
específicas de las ciudades de provincia o, como en este caso debería haber
sido, la influencia de un pasado no tan lejano, rural e hipócrita que se cebaba
con los más débiles y conducía su vida hacia la violencia y la brutalidad.
Las interpretaciones de todos los actores están muy bien,
sin embargo, quedan empantanadas en escenas muy repetitivas que tratan de
explicar al espectador, como si fuera tonto, lo que está pasando. Por otra
parte, parece que en el montaje final se hayan desechado escenas porque si no
no se entienden algunas situaciones que rozan el ridículo. Por ejemplo, la
comisaria le dice a su subordinado que tienen que dejar de verse porque su marido lo sabe cuando en la
acción apenas han coincidido en el trabajo o haciendo running por la ciudad o
en un innecesario-para-la-trama polvo en un portal de apenas 30 segundos. Ese es todo el adulterio que se ve en la peli. En fin, que se trata de la adaptación de un trilogía de novelas y no me han quedado ganas de ver la segunda.
Lo mejor de la película las carlinas pero apenas se explica
nada de su significado. En Aragón, especialmente en el Pirineo, se utilizan
como espantabrujas, contra la oscuridad y los malos espíritus. Se colocan en
las puertas, ventanas y chimeneas para que si las brujas quieren entrar se
asusten por su semejanza con el sol. Otros dicen que las brujas son tan
curiosas que se entretienen contando sus hojas, se les hace de día y ya no
pueden servirse de la oscuridad para atormentar a los mortales. Como está en
peligro de extinción no puede cogerse pero yo todavía he visto alguna colgada
en las puertas en Bolea (Huesca).
Una carlina en Bolea, Huesca. No sé si la pusieron porque la casa es el número 13 |
Guion: Roger Danès, Alfred Pérez Fargas sobre la novela de Eva García Sáenz de Urturi
Música: Fernando Velázquez
Fotografía: Josu Inchaustegui
Intérpretes: Belén Rueda, Javier Rey, Aura Garrido, Manolo Solo, Àlex Brendemühl, Ramón Barea.
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