El siglo XIX fue una época de grandes avances técnicos. Comenzaron
los grandes desplazamientos en tren o en barco, el despegue de las
comunicaciones, avances en ciencia y medicina, el inicio de la sociología como ciencia. Y también los hubo en arte y concretamente en pintura. Y no es
sólo que los pintores se sintiesen más libres para explorar distintas temáticas y los límites del
oficio, sino que el progreso científico les puso las cosas más fáciles. Se
inventó el tubo de pintura. Sí, en 1841. Y fue una liberación.
Hasta entonces el pintor y sus lienzos difícilmente podían
salir al aire libre a pintar. En primer lugar, tenían que machacar minerales para conseguir
pigmentos que después mezclarían con alguna sustancia que sirviese de vehículo
al color. Después, tenían que experimentar pacientemente hasta conseguir el tono
que estaban buscando y poder replicarlo cada vez que lo necesitasen. Y por último, los pigmentos minerales, machacados hasta convertirlos en polvo, eran muy caros y no podían arriesgarse a que una ráfaga de viento los dispersase por el ambiente.
Procesión funeraria de noche. Modest Urgell |
Entre los pigmentos, el azul era de los más caros y casi siempre
reservado para los retratos de la nobleza y la realeza. En la memoria nos quedan expresiones
como la de el príncipe azul que no es
que fuera azul es que iba vestido de azul porque los tejidos azules eran más
difíciles y caros de conseguir. Seguro que el Príncipe Azul podría pasear por este calmado
Templo a las ninfas de Torres-García.
Podemos imaginarnos la liberación que, para los
pintores, supuso el humilde tubo de pintura y también la estandarización de los
diferentes tonos que terminaban bautizándose con un prosaico número. Así cada número de azul
siempre, eterna e infaliblemente, sería igual a sí mismo. Bastaría con
desenroscar el tape y apretar el tubo para asistir a un milagro de la ciencia.
El azul ultramar, el azul cobalto, el azul de Prusia o, incluso, el azul celeste
siempre eran azul ultramar, azul cobalto, azul de Prusia o azul celeste. Daba
igual dónde se hubiese comprado el milagroso tubo.
El azul era tan exótico como encontrarse en el bosque a una
hada que quisiera contarte un cuento. El del pájaro azul. Un pájaro tan extraño
que sólo los más puros de corazón podían encontrarle. Sólo las niñas. El hada parece asustar a
una de ellas, pero la otra la escucha con avidez. Nadie se pregunta qué
hacen esas dos criaturas solas en el bosque. Quizá sea tratar de escapar de la
pobreza. Cuento Azul de Tamburini.
A partir de entonces, los pintores con sus maletas llenas de
tubos, pinceles y lienzos, empezaron a buscar la inspiración en la naturaleza,
directamente, en la naturaleza. Podían pintar bajo paisajes tormentosos, al
amanecer, en el crepúsculo. Podían buscar todos los matices azules y violetas del
cielo y del mar. Pero algunos no se contentaron con eso. Y los colores se vincularon con las emociones humanas. El azul fue, a partir
de entonces, un determinado estado de ánimo. La tristeza, la
pérdida, el adiós, el frío. Y también el mundo ideal y la
ensoñación. Ya no era sólo un color, era una profunda emoción.
También fue el color de la desolación y de la injusticia
social; del descanso de una larga jornada laboral en el mar, Recuerdos de Baixeras Verdaguer. Algo
que los clientes burgueses no querían ver en sus casas decoradas con paisajes irreales. Hermosos
paisajes aunque fuesen tormentosos, apasionadamente tormentosos. Como éste Mar tempestuoso de Martí Alsina en el
que, incluso, parece surgir un monstruo fantasmagórico de la espuma del mar.
En esa vinculación se basa la exposición de CaixaForum
Zaragoza. La relación entre paisajes, fenómenos naturales y estados de ánimo se
hace poesía en el Modernismo y tiene su plasmación pictórica. Esa poesía, concretamente el Azul de Rubén Darío es de donde surgió
la idea para esta exposición. En el azul se encuentra el momento para la ensoñación y la búsqueda de las flores
azules. Hasta el 19 de enero de 2020.
Lago de Nemi y detalles. Mas i Fondevila |
Paisaje urbano con figuras, Graner i Arrufí |
Le lac de la mort, Fabrés Costa |
Orage en montagne. Arc-en-ciel, Perrier |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, deja tu comentario