En El desconocido
Luis Tosar interpreta a Carlos, un banquero eficiente, cumplidor con su empresa
y medianamente simpático con los clientes. El tipo de banquero que en los
últimos años se dedicó a vender productos financieros tóxicos de alto riesgo,
sin informar claramente a sus “víctimas”. Un depredador que ni siquiera sabe
que lo es. De momento lleva una vida aparentemente apacible junto a su familia,
y no ha tenido tiempo todavía de replantearse su responsabilidad en la ruina de
algunas otras familias; no asume su responsabilidad, ni siente culpa ni
remordimiento.
Como padre de familia y marido, tampoco es excepcionalmente
bueno. Parece que ha asumido, sin cuestionarlo, el rol de cabeza de familia
proveedor de dinero y con escasa presencia emocional. Después de unos 20 años
de relación, su vida matrimonial parece habitada por resquemores, reproches,
desencuentros y terrorismo emocional de baja intensidad. En definitiva, una
relación agotada. Su hijo es pequeño para darse cuenta; pero su hija
adolescente no y también entra en ese juego de guerrillas.
Con este planteamiento, una mañana lluviosa Carlos, debido a
un pequeño contratiempo en su empresa, tiene que llevar a sus hijos al colegio,
sin imaginarse lo que la llamada de teléfono de El desconocido está a punto de desencadenar.
Carlos y sus dos hijos se encuentran en el espacio cerrado
de su coche de lujo, sin poder pedir ayuda. No deja de ser irónico que un
coche, símbolo de independencia, estatus social y libertad, pueda llegar a convertirse
en un ataúd rodante. Así, en ese espacio tan pequeño, la ansiedad se hace mucho
más densa y asfixiante; el miedo a la muerte, sobre todo a la muerte de los
hijos, traspasa la pantalla; y, aunque a veces, dan ganas de levantarse de la
butaca y ahostiar a esos niños impertinentes, malcriados y que sólo saben
reprochar cosas que no entienden, luego se les perdona por su actitud casi
heroica. Una tensión emocional de la que difícilmente se puede escapar el
espectador.
En medio de ese sinvivir que produce tener el culo (y los
culitos de los hijos) encima de una bomba en un espacio tan reducido, aparece
Elvira Mínguez dando un poco de aire (y también de esperanza) y rebajando la
tensión. Porque, el desconocido ha
tenido dos años para preparar su venganza y lo ha hecho concienzudamente, de
manera que todos crean que Carlos se ha vuelto loco y quiere matar a sus hijos
por algún asunto turbio de deudas de juego. Elvira Mínguez interpreta a Belén, jefa
de la unidad encargada de desactivar la bomba. Sobria, profesional y muy
inteligente. Enseguida sospecha que las cosas no son lo que parecen. ¡Menos
mal! Porque el resto de personajes no daba un duro por Carlos.
En fin, que viendo esta película el espectador sufre y sufre
mucho. Se sufre constantemente y sin tregua; atropellada e intensamente. Y es
que, aunque el protagonista haya sido un banquero, de los triunfadores que hace
años eran muy buenos y les mirábamos con admiración y hoy sólo dan asco por su codicia
y su afán de rapiña, no se merece algo así y sus hijos tampoco. A partir del
final de la película queda el tiempo para la reflexión y para plantearnos si,
una vez superada esta crisis (o estafa), no volveremos a caer otra vez en lo
mismo: el pelotazo, el dinero fácil, alabar el triunfo de personajes tan
turbios, seguir valorando una paternidad emocionalmente distante. Mucho en qué
pensar.
Dirección: Dani de la Torre
Guion: Alberto Marini
Música: Manuel Riveiro
Fotografía: Josu Inchaustegui
Intérpretes: Luis Tosar, Javier Gutiérrez, Elvira Mínguez, Goya Toledo, Fernando Cayo, Paula del Rio.
De acuerdo en todo, sobre todo en lo de ahostiar a los niños. Angustiosa y con actores brillantes
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